El último gladiador del boxeo argentino
Alberto Melián se caracterizó por ser un guerrero durante toda su carrera y se transformó en un símbolo del deporte nacional. Empieza una nueva etapa para un boxeador que es sinónimo de rebeldía.
En medio de una ovación ensordecedora, Alberto Melián tomó el micrófono y se dirigió a la multitud sin vueltas: "Me retiro del boxeo antes que el boxeo me retire a mí". La frase fue el corolario de una noche sin épica, pero llena de significados en el tradicional estadio de la Federación Argentina de Box. Allí, en el mismo lugar donde tuvo su debut profesional en 2017, sublevado al sistema imperante del boxeo argentino y cansado de librar batallas cruentas sobre el ring, Impacto decidió ponerle punto final a su decorosa campaña como boxeador profesional, tras perder por puntos con el chubutense Maximiliano Robledo el pasado 15 de febrero, y comenzar una nueva etapa en el trashumante mundo del pugilismo.
Sin la fama ni los cinturones que otros campeones mundiales argentinos supieron cosechar, Alberto Melián se ganó el respeto del ambiente boxístico por oponerse a la prédica de los que hablan de humanizar el boxeo y se olvidan de que los boxeadores son humanos. No necesitó de una noche épica para captar la atención de la gente y plantársele a los promotores o manager que se empeñan en desconocer su condición; le bastó con tener coraje sobre el ring y convicciones en la vida. “Sería bueno que los boxeadores argentinos tengamos un poco más de huevos y nos hagamos respetar”, reclamó Alberto, que se inició en el boxeo a los 15 años por iniciativa de su papá Jorge, quien fue campeón argentino y sudamericano superligero en la década del noventa.
La decisión de Melián de colgar los guantes a los 35 años esconde motivos que exceden lo boxístico y que están más emparentados con su rebeldía. “En los últimos años me tocó estar planchado por tratar de hacerme respetar. Sin todas esas cositas externas a mis ganas, nunca hubiese pensado en dejar”, contó hace dos semanas en una entrevista publicada en La Nación. Melián nunca fue fácil de doblegar, tal vez porque fue criado con la máxima de decir siempre la verdad, aunque no agrade e incomode. Para muchos es un ejemplo de coherencia, otros prefieren calificarlo como problemático y descreen de sus acciones justicieras. Aunque nadie podrá dudar que, habiendo tenido todo para llegar lejos, sacrificó sus privilegios y se expuso a proscripciones por parte de promotores y canales de televisión.
Melián nunca fue una imagen promocional de grandes carteleras internacionales, como lo fueron el Chino Maidana y Brian Castaño. Ni tiene el bronce de las leyendas, como Pascualito Pérez, Nicolino Locche o Monzón. Melián es la radiografía del muchacho de barrio lleno de códigos y solidario, capaz de ofrecer sus guantes y sus botas a un pibe que recién comienza a boxear. Es el que conoció el mundo con los colores de Argentinos Juniors en el pecho y el que siempre tuvo presente sus orígenes cordobeses en el alma. El que nunca vendió humo con su historia ni se subió a la moda de los youtubers para sumar “fandoms”. Es la antítesis de Maravilla Martínez, porque no pregunta cuánto hay sino qué se necesita. Siempre hace cosas para el boxeo, porque su gente es la del boxeo.
Sin importarle las consecuencias, Melián buscó edificar la búsqueda de su sueño con los pies en la tierra, fiel a sus convicciones y consciente de sus limitaciones. Dueño de un estilo aguerrido e imperfecto, siempre se brindó por el espectáculo. No ganó el marketing que ofrece el éxito, pero sí sumó el respeto de sus actos. Rescindió un contrato con Oscar De La Hoya para estar cerca de su hijo Tato, que lo extrañaba, y se le plantó al influyente promotor Sampson Lewkowicz por diferencias en su manejo. A su manera, expuso el descrédito que padece la disciplina y alzó la voz por la desprotección de sus colegas sin la más mínima intención de sacar beneficios. Todo lo hace por pasión y sólo sabe "darle para adelante" si se propone algo. No conoce de imposibles en su agitada existencia. “Al boxeo argentino le faltan referentes que den la cara por el boxeo. Voy terminar la secundaria y estudiar gestión deportiva para involucrarme más a fondo y contribuir al cambio para los que viene”, anuncia Melián.
Impacto, bautizado así por el dirigente Jesuán Letizia, nació en Villa Dolores, Córdoba, pero desde los ocho años se crio en el barrio de La Paternal. A los 14 años le dijo a su mamá Stella Maris que iba dejar el futbol para ser boxeador. A poco de cumplir 15 debutó como amateur y a los 18 ingresó a la selección, donde representó al país en los Juegos Olímpicos de Londres 2012 y Río 2016. A los 26, se hizo profesional y descubrió las ingratitudes del ambiente. “Cuando me fui a Estados Unidos me ofrecieron tres boxeadores para pelear: uno malo, uno regular y otro bueno. ¿Cuál te pensás que elegí? Si hubiese peleado con el regular o el malo hubiese sido campeón mundial”. La franqueza de sus palabras expone una realidad que atenta contra la meritocracia boxística: ya no llega a ser campeón mundial quien tiene más talento y condiciones, sino aquel que está bien manejado por su manager.
En Argentina son pocos los boxeadores que pueden darse el lujo de vivir exclusivamente del deporte. Y quienes gozan de ese privilegio, muchas veces, deben lidiar con abusivos contratos con promotores o someterse al padrinazgo de sindicatos o municipios a cambio de un empleo en blanco que ayude a solventar los gastos que demanda una preparación. Si bien el boxeo siempre mantuvo fuertes lazos con la política y el sindicalismo, paradójicamente es un deporte políticamente incorrecto y aún no está sindicalizado. No existe oficialmente una agrupación con reconocimiento gremial que se siente a negociar las mejoras laborales de los 2000 boxeadores profesionales que tienen licencia emitida por la Federación Argentina de Box. Las bolsas son consensuadas entre boxeador y promotor. “Ellos solo levantan el teléfono y te preguntan si estás para pelear tal día y te corren con la plata. Total, si le pedís más, llaman a otro”, acota Impacto, en clara alusión al perverso sistema de oferta y demanda que rige el mercado boxístico.
La mayoría de los boxeadores argentinos que combaten a cuatro rounds en veladas televisadas ganan entre 300.000 y 500.000 pesos; aquellos que lo hacen a ocho, dependiendo de la importancia y el rival, reciben entre 800.000 y 1.000.000 pesos. Los fondistas con proyección llegan a percibir entre 3.000.000 y 5.000.000 de pesos por pelea. Obviamente, a ese monto hay que deducirle los gastos que insume la preparación. Más preocupante aún es la realidad de los 4000 amateurs registrados por la FAB, que cobran un viático que va desde 8.000 a 10.000 pesos y, en algunos casos, se refuerza con una vianda (el pancho y la coca), muy por debajo del salario mínimo. Lo que expone la particularidad de ser quizás uno de los deportes más ampliamente reconocidos y populares del país y, sin embargo, el peor remunerado. “Mientras no haya unión entre boxeadores, los promotores van a seguir aprovechándose de nuestras necesidades. Hay que reaccionar”, manifiesta.
Aunque su popularidad y proceder encaja perfectamente en la conciencia peronista, Melián no pretende convertirse en el Moyano de los boxeadores. Porque descree de algunas agrupaciones existentes que dicen luchar por los derechos de los boxeadores y solo tienen intenciones políticas. Prefiere ponerse en la vereda de en frente: “Los referentes no generan confianza, nunca hacen nada”, dice. Su apuesta ahora está centrada en crear conciencia y que sea el propio boxeador el que se encargue de negociar mejores condiciones para sus peleas. “El boxeador no debe ser tratado como un empleado del promotor, tiene que opinar y hacerse valer. Nosotros somos los que ponemos la cara y convocamos a la gente”, argumentó en una clara declaración de principios.
Sobre el ring, Melián se les animó a todos y siempre dio espectáculo. Como amateur, ganó y perdió con muchas figuras que lograron ser campeones mundiales, como el mexicano Oscar Valdez, el uzbeko Murodjon Akhmadaliev, el cubano Robeisy Ramírez y los estadounidenses Shakur Stevenson y Stephen Fulton, a quien venció en noviembre de 2013 en Miami. En cambio, su carrera rentada fue relativamente breve: se extendió durante poco más de siete años y abarcó 16 presentaciones (12 victorias, 3 derrotas y 1 empate), de las cuales cinco fueron en Estados Unidos. “Quizás no puedo decir que soy campeón mundial, pero estoy muy orgulloso de lo que conseguí en mi carrera”, aclara Alberto, que tuvo el honor de ser ovacionado dos veces por el exigente público del Luna Park y en 2021 protagonizó una de las mejores peleas de los últimos años frente al dominicano Frency Fortunato, a quien venció después de visitar la lona cuatro veces, en el Microestadio de Lanús.
A su manera, Melián dejó su nombre grabado en la historia moderna del boxeo argentino. No es un Quijote ni quiere serlo. Pero parece. En su accionar rebelde siempre hubo fortaleza y convicciones. Dice y hace sin temor. Y nunca dejó de creer que el boxeo es más que un deporte. Por eso todos los días asiste a la villa 20 de Lugano y recorre diferentes gimnasios de CABA y el conurbano para aportar sus conocimientos a los pibes que sueñan los sueños que alguna vez soñó. “Todos tenemos más o menos el mismo origen, no hay que olvidarse de eso. Los campeones salen de ahí, no de los eventos de youtubers”, reflexiona Impacto, que, en su despedida del boxeo, el pasado 15 de febrero, subió al ring vestido de Gladiador para demostrarle los que lo obligaron a colgar los guantes que su lucha continuará.