Argentina sueña con el ATP 500: ¿Es posible?
Otra vibrante semana de tenis en Buenos Aires y la confirmación de que mantendrá su categoría 250 para 2026 reanudaron el debate acerca de la jerarquía del torneo porteño.

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Es indiscutible: en Argentina amamos al deporte. Somos pasionales, lo sentimos y lo vibramos. Las victorias de un equipo o de un jugador se disfrutan como si fueran hazañas propias. También las derrotas: las sufrimos y nos golpean. Vivimos el deporte como pocos países en el planeta. Tal vez sea nuestra sangre latinoamericana o algún eslabón perdido de nuestra genética que nos imprimió un don especial: no somos indiferentes.
Es una realidad que los propios protagonistas recepcionan con diferentes perspectivas: Alexander Zverev, finalista del último Abierto de Australia, celebró “el ambiente futbolero” en la previa del torneo antes de quejarse por el comportamiento del público en la derrota de cuartos de final ante Francisco Cerúndolo: "Me encantó Argentina. El único problema es que el público no sabe cómo comportarse durante un partido de tenis y eso es un poco triste ya que la organización es brillante, el torneo es excelente y la gente que trabaja acá es increíble, pero el público te lo hace muy difícil si no sos argentino”.
¿Pero es suficiente la pasión? ¿El simple hecho de contar con un público vibrante y una atmósfera única en el circuito alcanzan para forzar a la ATP a elevar la jerarquía del torneo porteño? Decididamente no, al menos para quienes toman la decisión año a año. Argentina es un país que ha organizado mundiales, exhibiciones de fuste, estrellas de primer nivel y hasta carreras de Fórmula 1 pero seguimos “atrapados” en un certamen de categoría 250 en Buenos Aires.
Pero antes de bucear por los argumentos de esa determinación, deberíamos valorar los últimos años. Por distintas razones y motivos, los integrantes del Big Three pisaron suelo nacional y de por sí no es para nada despreciable tener un 250 en casa. De hecho, hasta el año pasado -y durante seis temporadas- Argentina fue sede de dos torneos ATP. Rafael Nadal, David Ferrer, Stan Wawrinka, Carlos Alcaraz y el propio Zverev fueron algunas de las numerosas visitas de lujo en las últimas campañas.

Buenos Aires multiplica sus esfuerzos año a año. Y aunque Córdoba también hizo sus sacrificios, terminó perdiendo su lugar en el calendario: nunca alcanzó a seducir a nombres de mayor calibre. Aunque Buenos Aires ha tenido mayor éxito en el operativo atracción, un cúmulo de incómodas situaciones atentan contra su crecimiento: su posición en la grilla anual, su infraestructura, la situación económica del país y las distancias con respecto al epicentro del tour.
Aunque las comparaciones suelen ser odiosas, en este caso son útiles e inevitables: así como las distancias entre Buenos Aires y Córdoba quedaron en evidencia durante sus seis años de convivencia, los encargados de la decisión final en ATP parecen encontrarlas también entre Buenos Aires y Dallas, Doha o Munich. Así lo decretaron hace unos meses cuando decidieron que esos tres eventos subieran a la categoría 500 relegando una vez más al tradicional torneo argentino, que este año cumple 25 temporadas en continuado.
La fecha del torneo de Buenos Aires en el almanaque ATP siempre fue un inconveniente. En realidad, la gira latinoamericana en general sufre por su ubicación anual. Cualquier jugador de los más importantes del ranking arma su grilla con visitas innegociables a Australia, Indian Wells y Miami. Un mes separa al primer Grand Slam del año y el Sunshine Double, cuatro semanas en las que suele disputarse también una fecha de Copa Davis. El trazado presenta un desafío para los tenistas a la hora de armar su travesía: el eterno debate entre mantenerse en las canchas duras o mudarse por unas semanas a un cada vez más relegado polvo de ladrillo.
El torneo de Acapulco es un ejemplo de adaptación para sobrevivir. Ya hace muchos años que decidió encontrar una solución a uno de sus mayores escollos: la superficie. En 2014 abandonó la arcilla e instaló pistas de cemento. Beneficiado por su proximidad temporal y territorial con el Masters 1000 de Indian Wells, el torneo mexicano es un evento ideal para calentar motores y su cuadro principal refleja esa tendencia con una parva de Top Ten. No parece probable que Buenos Aires abandone el clay: México no cuenta con una catarata de jugadores locales que encuentran en las canchas lentas su ecosistema favorito. Hacerlo atentaría contra las propias opciones de los representantes locales. Aunque Acapulco ya era desde el año 2000 un ATP 500 -por entonces rotulado como un International Series Gold-, el abandono de la tierra batida le permitió mantenerse como una opción prioritaria.
Acapulco es uno de los cuatro campeonatos que se disputan en esta etapa del año en América Latina - Los Cabos, en México, completa el quinteto latinoamericano en el segundo semestre- y uno de los dos que son categoría 500 junto a Río de Janeiro. Afinando el lapiz, que el 50% de los torneos en la región sean ATP 500 parece un buen número. Y es probable que el propio torneo brasileño, que nació en 2014 como ATP 500, haya sido el responsable de eclipsar a Buenos Aires. Río se sumó por entonces al extinto ATP 250 de San Pablo, un certamen que corrió la misma suerte que Córdoba, Costa do Sauipe, Viña del Mar, Quito y Bogotá.

En contraste a la irrupción de Río, Buenos Aires atravesaba una situación diametralmente opuesta. El torneo estaba en jaque tras perder a la empresa de telefonía Claro, main sponsor del campeonato. Urgido por un auspiciante poderoso capaz de mantener financieramente el gasto anual, una problemática que había atravesado una década atrás con la partida de otro gigante de las comunicaciones como AT&T.
Miguel Nido, director de la empresa Altenis y dueño de la plaza argentina en el circuito le explicaba a Canchallena que la edición de 2015 no corría riesgo: el certamen de 2016 afrontaría los cimbronazos en un escenario que planteaba la posible venta de derechos que podría haber significado el traslado del campeonato a otro país en caso de que los nuevos propietarios lo considerarán. Pero finalmente fue Tennium, una empresa con sede en Barcelona que ya contaba con los derechos de otras fechas, la empresa que adquirió el torneo y rápidamente espantó los fantasmas: su primera medida fue garantizar la continuidad de Argentina como plaza.
La infraestructura también es un motivo. Río tiene un estadio principal, el Guga Kuerten, para aproximadamente 6.200 espectadores. Buenos Aires puede competir con la Cancha Central Guillermo Vilas. También con el resto de sus instalaciones. El torneo argentino se disputa en tres canchas pero podrían sumarse algunas más de las destinadas a entrenamientos. Canchas, justamente, no le faltan al Buenos Aires Lawn Tennis Club. En cambio, debería agrandar la porción del predio destinada al evento en detrimento de la masa societaria del club. Así fue como Buenos Aires cumplió con las mejoras en el ingreso al estadio, el espacio para los jugadores, los vestuarios, el anillo perimetral del court central, el salón VIP y los baños públicos en el pliego presentado a la ATP.
Aunque así como Buenos Aires está convencido que merece escalar a un torneo de rango 500, en Río están seguros que su torneo debe transformarse en un Masters 1000. Entonces, la pugna porteña no tiene que ver con una batalla regional: más allá de la tradición que acumula el Argentina Open, el torneo carioca ya tiene su derecho adquirido y una proyección que lo podría convertir elevar aún más su jerarquía.
Las dificultades respecto al calendario se magnifican tras el anuncio que ATP hizo hace días con respecto a la temporada 2026: la jornada de Copa Davis quedó pegada a Buenos Aires y el evento comparte cartel con Rotterdam y Dallas, dos torneos que entregan 500 puntos al ganador. “Quizás te toca jugar en otra superficie, llegás acá sin preparación y ya perdiste una semana. Te quedan solo dos (en la gira latinoamericana). Nos han perjudicado y somos muchos sudamericanos en el circuito. Ojalá que en ATP se den cuenta del error que cometieron. Sumaron torneos en lugares donde ya tienen o elevaron torneos donde no hacía falta. Nos han perjudicado”, declaró Tomás Etcheverry en su conferencia de prensa inicial.
Etcheverry, que cayó en su debut en dos sets ante el prodigio João Fonseca, profundizó en un mano a mano con el colega Tomás Rodríguez Couto, también integrante del equipo de Insiders: “Sin Córdoba, son menos las chances que uno tiene de jugar acá. A nosotros nos hace bien jugar en Sudamérica. Viajamos todo el año y es la oportunidad de estar un poco en casa, con nuestras familias y amigos, comiendo nuestras comidas. Este es un torneo que está súper preparado para ser un 500, pero veremos qué depara para la región en un futuro. Se que se vienen otros torneos. Dubai está preparando un Masters 1000 y toda esa zona también va a crecer. No se qué pasará con Sudamérica”.
La zona árabe que menciona Etcheverry no es algo menor. Su auge es un problema para los planes sudamericanos. Además del torneo en Emiratos Árabes Unidos, la ciudad qatarí de Doha fue una de los escogidos para el upgrade a ATP 500 en este 2025. Y Arabia Saudita viene ganando terreno, con la organización de las NextGen Finals del año pasado e incluso con alguna exhibición celebrada en octubre en la que involucró a pesos pesados como Rafael Nadal, Jannik Sinner, Novak Djokovic, Daniil Medvédev, Holger Rune y Carlos Alcaraz en pleno octubre. Fue también una advertencia de su poderío: si se lo propone, podría crear un circuito paralelo como lo hizo en el golf con el PGA Tour. Sin dudas, Buenos Aires no podrá competir en premios económicos ni en infraestructura con los gigantes de esa región.
“Hay demasiadas semanas en el año como para que la ATP priorice siempre lo económico, o distintos sectores del mundo. Nadie está pidiendo que se juegue por dos meses en Sudamérica. Pero sí que mantengan las semanas que hay. Ya sacaron una, que era Córdoba”, se sumó a los reclamos Diego Schwartzman en su última conferencia de prensa como profesional y agregó: "Buenos Aires hace mucho tiempo que merece ser un 500. Sobre todo viendo los torneos que sí subieron de categoría”.
Los ascendidos por ATP al selecto grupo de 16 torneos 500 (vs. 30 ATP 250 que serán 29 en 2026) son Doha, Munich y Dallas. El primero cuenta con una chequera ilimitada. El segundo, además del dinero y la propia estabilidad economía alemana, le suma su tradición tenística y una posición estratégica en el calendario y en el mundo. El certamen de Estados Unidos, una plaza siempre atractiva para el deporte internacional pero sin grandes representantes durante la última década, es el más cuestionado en este crecimiento. El torneo de Dallas se disputó en la primera semana de febrero y coronó al canadiense Denis Shapovalov como campeón en un cuadro con cinco Top 20 como Casper Ruud los estadounidenses Taylor Fritz, Tommy Paul, Ben Shelton y Frances Tiafoe.
Es llamativo el auge exponencial de Dallas: apenas cuatro temporadas le alcanzaron para ganarse su lugar en los torneos de tercer rango, detrás de los Grand Slam y los Masters 1000. El certamen texano se hizo dueño de la plaza que dejó vacante el ATP 250 de Nueva York, que pasó a mejor vida después de apenas tres ediciones. ¿De quién era antes la plaza? De Memphis. Y en esa cadena encontramos una punta del motivo del repentino upgrade. Después de ser elevado a la ATP 500 Series en 2008, el certamen se mudó a Río tras su irrupción en 2014 y Memphis adquirió los derechos de San José, el segundo torneo más antiguo de Estados Unidos por detrás del US Open, para mantener el tenis profesional en la ciudad.
En Dallas lo sienten como una reparación histórica pero, al margen de su reivindicación, también hizo su tarea. Logró una base sólida durante sus primeros años, ajustó detalles y fue en un alza constante, en busca de un torneo de cada vez mayor calidad como lo hiciera entre 1971 y 1989 cuando organizaba las WCT Finals, el torneo que cerraba el circuito WCT que antecedió al ATP Tour. En síntesis, era un Masters de fin de año. Y no es todo: el torneo texano se unió a otro 250 que hoy ya es historia, tal como requería la ATP en uno de sus requisitos para su evolución. Es pura matemática: 250 + 250 = 500. El grupo GF Sports hasta el año pasado era propietario de dos torneos 250: Dallas y Atlanta, que se jugaba en julio y era parte de la gira del US Open Series. Para 2025 optó por uno solo.
Con este panorama, Dallas se lanzó con todo al mercado sabiendo de las oportunidades que había en su horizonte. Aumentó un 265% sus premios entre 2024 y 2025, se mudó del campus de la Southern Methodist University al Ford Center en The Star en Frisco, la casa de los Dallas Cowboys, en una sociedad seductora que sigue los pasos del Miami Open ahora celebrado en casa de los Dolphins. Parece inevitable que nombres de la talla de Sinner, Alcaraz -disputó Rotterdam- o Medvedev -jugó en Marsella, otro de los golpeados por los cambios ya que fue mudado a octubre para 2026- decidan utilizarlo como escala y diseñar una gira en conjunto con Acapulco, Indian Wells y Miami en un cuarteto ideal por la superficie, el clima similar y los traslados cortos.
Buenos Aires corre desde atrás, una vez más. Pero ya sobrevivió a varios cimbronazos y, salvo alguna rara excepción como sucedió con Holger Rune esta semana -y no vamos a hablar hoy del temperamento del danés-, cosecha muy buenos comentarios de los jugadores que participan del certamen. El torneo tiene que seguir creciendo, eso está claro. Mejorar aún en infraestructura, comodidades y espacios comunes para ser un 500. Pero es posible. También aumentar sus premios, obviamente. Se necesita dinero, mucho dinero. Habrá que ver qué tan dispuestos están los dueños del torneo a desembolsar cantidades siderales de dinero para intentar convencer a la ATP en caso de una nueva -tal vez no tan cercana- recepción de pliegos. ¿A seguir soñando? Siempre.