Bela Guttmann, setenta años antes que Ancelotti
En la previa del debut de Carlo Ancelotti al frente de la Selección de Brasil, repasamos la historia de uno de los europeos más influyentes en la historia del fútbol sudamericano.
19 de enero de 1957. Cerca de cien mil personas colman el Maracaná. Flamengo vence 6-4 al visitante ilustre, el Honved del crack Ferenc Puskas, en gira rebelde por Sudamérica, escapando de Hungría, tras la sangrienta invasión de los tanques soviéticos, una represión que mató a dos millones y medio de personas, sofocó un levantamiento democrático y reimplantó el control de la URSS en Budapest. Ocho días después (triunfo en el medio 4-2 ante Botafogo), Honved, equipo del Ejército húngaro, devolvió a Flamengo un 6-4, con cuatro tantos de Puskas, en el Pacaembú, en Sao Paulo.
El cuarto duelo, otra vez en el Maracaná, fue 3-2 para Flamengo. Y el cierre, fue goleada 6-2 del combinado Flamengo-Botafogo, con primer tanto de Garrincha. Puskas, que luego se haría definitiva leyenda en el Real Madrid de Alfredo Di Stéfano, anotó ocho goles en los cinco partidos. Pero el equipo de Sao Paulo, ya poderoso, puso su atención en otra persona. Su cargo: “gerente” de Honved. Su nombre: Bela Guttmann. Casi setenta años antes de la asunción del italiano Carlo Ancelotti como primer técnico extranjero de Brasil, el húngaro fue la primera gran influencia foránea en “o país do futebol”.
Guttmann puede resultar conocido para muchos. Cada año renueva fama porque Benfica sigue maldito en Europa desde que despidió al húngaro por desacuerdo económico, luego de que el DT lo coronara bicampeón de Europa. Guttmann ganó la final de 1961 en Berna 3-2 a Barcelona del que se burló porque tocaba y tocaba pero no tiraba al arco (“es como solo seguir besando siempre a tu novia”). Y logró también la final de 1962 en Amsterdam ganándole 5-3 nada menos que al Real Madrid de Di Stéfano-Puskas, que venía de lograr cinco títulos en fila. “Sin mí –amenazó Guttmann, furioso tras su despido-, Benfica nunca más ganará en Europa”. Se lo dijo al Bild de Alemania. Traducido al portugués por A Bola, la frase añadió una maldición que, supuestamente, duraría cien años. A partir de allí, Benfica llegó a cinco finales de Copa de Europa (hoy Champions) y a tres de Liga de Europa. Perdió todas. La historia es famosa, pero Guttman, en rigor, es mucho más que una maldición.
Volvamos a 1957 y a Brasil. Sao Paulo estaba en crisis porque los hinchas explotaban contra su DT mítico, Vicente Feola. Sin echarlo, el club fichó como nuevo técnico a Guttmann, un judeo-húngaro que había sufrido tortura durante el nazismo y sobrevivió al Holocausto. Guttmann se había sumado a la gira de Honved en Viena. En 1955, había sido despedido del Milan (también por diferencias económicas) con el equipo puntero del calcio. “Fui despedido –se amargó- sin ser criminal ni homosexual”. A partir de allí, en todos sus contratos impuso la cláusula de que no podía ser echado si el equipo lideraba el campeonato.
Pese a su experiencia europea, miembro de una célebre escuela de técnicos húngaros formada por el británico Jimmy Hogan, el Consejo Nacional de Deportes de Brasil le negó licencia de DT. Sao Paulo “sufre críticas” porque contrató a “un elemento extraño”, cuestionó el diario Estado de Sao Paulo. La crónica pidió a Guttmann, de 51 años, ex mediocampista, que “deje de lado sus rígidas tácticas europeas” y cualquier planificación porque “nunca podrá tener certeza sobre lo que hará el rival”. Y confió en que el nuevo DT “respetará las dotes naturales y cualidades innatas” de los jugadores brasileños. Folha fue más duro: pronosticó una rebelión del plantel.
La primera exigencia de Guttmann, contó años atrás un notable informe de Alexandre Giesbrecht en Medium, fue la compra de veinticuatro pelotas, una para cada jugador. Ejercicios individuales y que el traslado fuera rápido y se tirara también rápido al arco. “¡Pá, pá, pá, púm!”, decía el DT, que no hablaba una palabra de portugués. El propio Guttmann mostraba a los jugadores cómo se podía ganar eficacia en la ejecución. Dividió el arco en ocho sectores numerados para mejorar la precisión y pidió al nuevo arquero José Poy que sumara dos horas extra de entrenamiento para adaptarse más rápido.
“Guttmann está realizando un trabajo prodigioso en el Morumbí”, pasó a elogiarlo una columna paulista. “Los jugadores están aprendiendo a disparar, a correr con la pelota, cabecear y muchas cosas más que ellos, por ser brasileños, creían que habían nacido sabiendo cómo hacerlo”. El Sao Paulo se coronó campeón paulista. Y, más importante aún, su novedoso esquema 4-2-4 fue observado de cerca por Feola, que lo copió ya como DT de la selección, según contó Jonathan Wilson, periodista inglés, especialista en la evolución táctica del fútbol. Hablamos de la selección que, en Suecia ’58, con Pelé de 17 años y con Garrincha, le dio a Brasil la primera de sus cinco copas mundiales.
Ese mismo 1958 Guttmann rescindió su contrato alegando problemas de salud de su esposa, aunque otros rumores dijeron que fue mutuo acuerdo con Sao Paulo, que ya no podía mantener su salario, ante la suba del dólar. El club lo reemplazó con el argentino Armando Renganeschi y con Feola como supervisor de fútbol. Guttman, que dirigió a una veintena de equipos, volvió en 1962 a Sudamérica, pero para dirigir a un gran Peñarol, al que coronó subcampeón de la Libertadores, derrotado por el legendario Santos, que (sin Pelé, lesionado) le ganó 2-1 la ida en Montevideo y promovió un escándalo en la revancha en Villa Belmiro, botellazo incluído contra el árbitro chileno Carlos Robles, cuando el equipo uruguayo ganaba 3-2 y forzaba un desempate. Robles decretó triunfo de Peñarol, pero, ante amenazas y más agresiones, simuló una continuidad en la que Santos “igualó” 3-3 y celebró creyéndose campeón. Cuando Guttmann se enteró, se puso la gorra y, pese a que el juego seguía, se fue solito al vestuario. En el tercer partido, en Buenos Aires y ya con Pelé, Santos ganó 3-0. El Peñarol de Guttman se coronó campeón uruguayo por quinto año seguido y cayó ante Boca en semifinales de la Libertadores siguiente.
Antes del cierre, un último apunte que incluye a la Argentina. En 1930, en gira sudamericana como DT de Hakoah, de Estados Unidos, Guttmann invitó a sumarse al plantel, para ganarse unos pesos como “masajista”, a su compatriota Imre Hirschl, también él escapado de una Europa peligrosa para los judíos y con destino en Brasil, donde fue fugaz asistente técnico de Palestra Italia (actual Palmeiras). La gira con el Hakoah de Guttmann pasó por Argentina (contra la selección en la Bombonea y juegos en Rosario, Santa Fe y La Plata). Hirschl decidió quedarse. Fue DT de “El Expreso”, un gran Gimnasia y Esgrima La Plata que, de no ser por los arbitrajes, podría haber sido campeón argentino en 1933. Lo fichó River en 1934 y ganó cuatro títulos en 1936, con José Manuel Moreno y Adolfo Pedernera ascendidos al plantel superior. Repitió cuatro coronas más en 1937. Y en 1938, Imre (ya Emérico) fue designado por la AFA como DT de la selección. Lideró varias prácticas, pero la AFA desistió de jugar el Mundial de 1938, en protesta contra la FIFA, porque hizo jugar dos Copas seguidas en Europa. Fue la influencia de la gran escuela húngara en Sudamérica. Y todo por Guttmann, setenta años antes que Ancelotti.
Hay toda una línea y revolución táctica que se la debemos a cómo la burguesía del Imperio Austro-Húngaro se apropió del fútbol rústico industrial inglés, lo teorizó y repensó en sus cafés, y lo aplicó.