Boca en el Mundial de Clubes: papelón y contexto
El empate ante Auckland City generó mucho revuelo en el mundo Xeneize. El partido, la explicación y sus implicancias, un ovillo difícil de desenredar.
La participación de Boca en el Mundial de Clubes se cerró con un empate ante un rejunte de pintores, chapistas y profesores de escuela. Así planteado parece un papelón. Y lo fue. Pero este resultado final, sacado de contexto, puede desviar la atención del análisis más global de la travesía del Xeneize por Estados Unidos. En especial puertas adentro, con una dirigencia que le esquiva a la autocrítica, más preocupada en querer simplificar el diagnóstico y, lo que es peor, la solución.
Lo primero es lo primero. El 1-1 ante el Auckland City no tuvo ninguna consecuencia deportiva. Boca hubiese quedado afuera del torneo aún ganándole 40 a 0 a los neozelandeses. Y esto no es un intento de mitigar o justificar el (nuevo) fracaso: es una contextualización de lo sucedido, parte ineludible de la ecuación a la hora de valorar el resultado final de su última participación en particular.
Boca necesitaba, de entrada, ganarle por al menos seis goles a su amateur rival, a la vez que debía esperar una ayuda de un Bayern Munich ya clasificado que puso suplentes para enfrentar al Benfica. Si la empresa ya era difícil de entrada, el tempranero gol de las Águilas terminó de complicar la situación, ya que cualquier resultado ante los neozelandeses haría estéril el esfuerzo boquense.
El ficticio y exagerado 40 a 0 plasmado líneas arriba no es caprichoso. Fueron cuarenta los remates totales de Boca ante el Auckland City, tres de ellos a los palos, más un gol anulado por mano de Kevin Zenón en la previa. Si algo no se le puede reprochar al Boca versión Nashville es que lo intentó. Chocó con todas sus falencias: las creativas, las tácticas, las de definición y, finalmente, las anímicas. Pero lo intentó. “¡16 goles en dos partidos se había comido el Auckland!”. Totalmente cierto. Tanto como que el Benfica también se había ido al descanso apenas 1-0 arriba, y gracias a un penal regalado sobre la hora.
Tras el parate climático, el Xeneize debió jugar casi un tiempo completo con la certeza inalterable de estar 100% fuera del torneo. Además de intentar reponerse al insólito gol de un profesor de escuela, que tomó lista de todos los defensores profesionales y usó la cabeza de una manera distinta —y más efectiva— que en su trabajo habitual dándole otro cimbronazo inesperado a un equipo ya acostumbrado a lo insólito.
Prestigio regalado y consecuencias extradeportivas
Ya no había esperanzas. Lo único que quedaba era ganar por el honor de vestir la camiseta de uno de los clubes más grandes del mundo. Y ahí, precisamente en ese apartado, es que el fracaso de los jugadores y el cuerpo técnico de Boca fue rotundo. Mentalmente diezmados, no supieron reponerse a la adversidad y ocurrió lo que le viene sucediendo una y otra vez a este plantel desde hace meses, incluso años: cualquier golpe es de knockout. Dato de color (verde): el empate terminó costándole un millón de dólares al club.
Boca compitió por encima de sus posibilidades ante Benfica y Bayern Munich, dio espectáculo dentro y fuera de la cancha y fue motivo de halagos en todo el mundo. Equipo e hinchada mancomunados con el objetivo de poner al Xeneize en el primer plano mundial. Contra los lusos podría haber sido victoria, pero fue empate; contra el Bayern fue derrota, pero pudo haberse cerrado en tablas. Allí también hubo falencias, pequeñas, más mundanas, futbolísticas, camufladas por la entrega y una motivación a la altura de las circunstancias.
Y después de tanto construir, más bien reconstruir, Boca volvió a su versión más indolente, la que mostró en especial en la etapa de Fernando Gago, pero que ya venía desde antes. Incluso el nuevo entrenador, un viejo zorro y conocedor de la casa como Miguel Ángel Russo, que con un par de ajustes y poniendo el horno en la cocina y el inodoro en el baño había logrado acomodar al equipo ante los europeos, tropezó con la misma piedra que sus predecesores, dándole lugar de entrada a jugadores que ya demostraron que no están a la altura como Edinson Cavani y Exequiel Zeballos en el duelo ante el Auckland.
Russo tiene que borrar este partido de su memoria caché, pero guardarlo en una carpeta para recordar qué jugadores no deben seguir en el plantel. Los máximos referentes, que cobran millonadas, directamente no juegan o, cuando lo hacen como en el caso de Cavani, no dan la talla. El primer paso de esta dirigencia, renuente a los cambios drásticos, es sacarse de encima a estos jugadores con contratos millonarios que no aportan nada (Sergio Romero, Marcos Rojo, Edinson Cavani, Frank Fabra y Ander Herrera) y buscar nuevos referentes, porque si no, la ausencia en Copa Libertadores, clave por prestigio, obligación y beneficios económicos, se puede volver habitual.
En cuanto a los refuerzos, Leandro Paredes debería ser prioridad indiscutible. Si ya antes quedaba claro que Boca necesitaba no solo un golpe de efecto, sino también sumar jugadores de talla a su plantel, este Mundial de Clubes volvió a confirmarlo. Resta esperar si la directiva encabezada por Juan Román Riquelme finalmente reacciona o se mantendrá en la soberbia que la viene caracterizando, sumando Pellegrinos y Braidas a un plantel repleto de Pellegrinos y Braidas.
Teniendo en cuenta esto último, quizás el millón de dólares que quedó en el camino sea mejor aprovechado por los muchachos del Auckland City para que cambien el auto con el que van a sus trabajos, trabajos donde tuvieron que pedir licencia para poder participar de este torneo.