Canadá, el muro de los campeones y el día en que a Senna se le movió la pared
Entre leyendas y paredes inmóviles, la Fórmula 1 vuelve a Canadá con el Muro de los Campeones como símbolo de precisión y riesgo.
La Fórmula 1 vuelve a Canadá, al circuito “Gilles Villeneuve” de Montreal y al famoso Muro de los Campeones. La competencia canadiense, inserta en la primavera del hemisferio norte para conjurar las bajísimas temperaturas que se daban en su slot original, allá por octubre, se ha vuelto uno de los clásicos del calendario, en una pista repleta de matices, con mucha personalidad, que demanda tracción, una dirección muy final y una alta cuota de velocidad.
Pero para muchos, Canadá es la cita con el desafío que propone el Muro de los Campeones. El circuito está trazado en un parque, erigido sobre una isla artificial, la Ile de Notre Dame, sobre el río san Lorenzo. Sus canchas de remo fueron escenario de los Juegos Olímpicos de 1976 y dos años después la isla pasó a albergar el Grand Prix. La veloz pista, de casi 220 km/h de promedio, discurre entre paredes -lo que no evita que las marmotas invadan cada año la pista- de las cuales una se identifica por una fama en particular.
La leyenda nació en 1999 cuando tres campeones mundiales, Michael Schumacher, Damon Hill y Jacques Villeneuve, se estrellaron contra la misma pared, la que delimita la salida de la última chicana del circuito. Se dobla muy rápido, se salta sobre un pianito y se aterriza muy cerca del muro; si la dirección no es precisa, se corre el riesgo de estampar el coche contra esa barrera.
De manera que el Muro de los Campeones pasó a ser un desafío; un ejemplo de los múltiples significados que puede adquirir la Fórmula 1: se puede leer en clave tecnológica, discutiendo potencia y downforce; en clave social, eligiendo al piloto en términos de cómo mueve sus redes, o desde el juego más simple: la incógnita está en saber quién choca contra el Muro de los Campeones… La F-1 tiene una respuesta para cada nivel.
Pasó a ser tan divertido que la televisión comenzó a medir el espacio que quedaba entre las ruedas derechas y el Muro: tres centímetros, dos centímetros, uno… ¡golpe! Se generalizó el juego y ya se aplica en Mónaco u otros callejeros.
La función del Muro, más allá de proporcionar un elemento de interés al fin de semana canadiense, es mantener el coche dentro de los límites, y no se mueve un milímetro si alguien lo impacta. En general, todos los muros hacen eso.
Bueno, no siempre.
A Ayrton Senna un día se le movió una pared.
Dallas está a unos 2.500 kilómetros en línea recta de Montreal. Y a diferencia de la ciudad canadiense, que ya lleva casi medio siglo hospedando a la Fórmula 1, la recibió en una sola oportunidad, en 1984. Fue tan mala la experiencia que jamás se reiteró.
El agobiante calor texano, la mala preparación de la pista y una organización defectuosa conspiraron contra un eventual éxito. En realidad, no había nada que permitiera suponer que aquel Grand Prix de Dallas fuera a generar sonrisas.
El circuito era un dibujo callejero cerca del downtown y de dónde fue asesinado en 1963 el presidente John Fitzgerald Kennedy. Con una temperatura ambiente de 38º C a la hora de la largada, el asfalto se volvió una masa blanda que se despegaba del piso para adherirse a las cubiertas. Todo el fin de semana resultó una pesadilla.
Para el joven Ayrton Senna, esa era su novena carrera en la Fórmula 1. Ya había sorprendido al mundo con su faena en el húmedo Grand Prix de Mónaco, cuando cazó al francés Alain Prost y acabó segundo cuando apareció una bandera roja; en Dallas clasificó su modesto Toleman-Hart en la sexta posición de largada, un puesto por delante de Prost. La carrera tenía una buena perspectiva para un maverick como el brasileño: si la corría con inteligencia, esperando que los demás rompieran sus coches, podía subirse al podio.
El calor era tan fuerte que la carrera se adelantó para las 11 de la mañana; Senna no precisó esperar mucho, y dobló la primera curva en cuarta posición, habiendo superado a Niki Lauda y René Arnoux. Las posibilidades aumentaban.
Pero todo se derrumbó cuando, por querer superar a Derek Warwick en la segunda vuelta, el Toleman hizo un trompo y Ayrton debió esperar a que pasara todo el pelotón para reanudar su carrera. Último.
Además, tuvo que cumplir una breve parada en los pits para chequear que su auto no hubiese quedado dañado.
Y era cierto, nomás: la carrera ofrecía grandes posibilidades. Para la vuelta 46 de las 67 obligatorias, unos 15 pilotos, gente como Prost, Lauda o Nelson Piquet, habían abandonado ya la carrera, por choques o roturas. Solo quedaban once coches en carrera. Y Senna, que había pasado último en el giro 3, estaba cuarto en el 46.
Pero nunca pasó por el control para cumplir el giro 47.
Lo que sigue es un monólogo de Pat Symonds, por entonces ingeniero del equipo Toleman, que llegó a ocupar el cargo de director técnico de la escuadra diez años más tarde, cuando ya se llamaba Benetton, la dirigía Flavio Briatore (el tío Flavio, sí) y Michael Schumacher la coronaba campeona del mundo en 1994 y 1995.
“Hacía mucho calor y fue una carrera terriblemente difícil. Ayrton tuvo una mala racha: se clasificó bien, pensó que el coche estaba bien, se equivocó al principio de la carrera y tuvo que remontar, pero se encaminaba hacia un final razonable, aunque no espectacular. Entonces rozó el muro, dañó una rueda y rompió un semieje. Después de la carrera, estaba angustiado y no entendía cómo había chocado contra el muro. Estábamos charlando, informando, y dijo: ‘Es imposible que haya chocado contra el muro. No puedo entender cómo pudo haber pasado. No hice nada diferente a lo que había hecho la curva anterior. La pared se debe haber movido’”
Sigue Symonds: “Dije: ‘Sí, claro que sí...’. Eran unos bloques de hormigón enormes... Pero él insistía tanto, y yo tenía tanta confianza en él, que le dije: ‘Vale, tenemos que ir a ver esto’. Pensé que estaba diciendo tonterías, pero necesitaba ir a verlo. Así que caminamos hacia donde había chocado contra el muro, ¿y saben qué? El muro se había movido. Estaba hecho de los enormes bloques de hormigón que usaban para delimitar el circuito, pero lo que pasó fue que alguien golpeó el extremo de un bloque y lo empujó, lo que hizo que el borde de ataque saliera unos milímetros. Ayrton conducía con tanta precisión que esos pocos milímetros, y hablo de probablemente diez milímetros, le bastaron para chocar contra el muro esa vez en lugar de fallarlo”.
El remate, a cargo del ingeniero inglés que ahora oficia como consultor del equipo Cadillac que debutará en la Fórmula 1 en 2026. “Eso me abrió los ojos. Sabía que Ayrton era bueno, pero eso me reveló lo especial que era. No solo su conducción, sino su convicción, su análisis y la conclusión: ‘No puedo estar equivocado, así que el muro debió de moverse’. Todos hubieran dicho: ‘¡Rayos! ¿Cómo lo hice? ¿Cómo fue que ocurrió?’. Pero su convicción era asombrosa. Y teníamos razón”.
Ayrton nunca pudo desafiar al Muro de los Campeones. Murió cinco años antes, después de chocar contra otro muro, que no se movió y que le jugó una broma muy macabra junto a la suspensión delantera derecha de su Williams.
Pero lo sobreviven sus heroicas anécdotas.