Anatomía de un clásico
El fútbol argentino celebra, disfruta y sufre sus rivalidades como ninguno otro país del mundo. Esta crónica atemporal explica la pasión albiceleste.
Este no es un cuento de hadas. Gimnasia y Esgrima La Plata, el Lobo, está en el Bosque y en las tribunas del Estadio Juan Carmelo Zerillo son miles mancomunados bajo un mismo mantra, cantando hasta la afonía, porque no es un partido más. Enfrente está Estudiantes, el otro gran equipo de la ciudad que hace de local a menos de mil metros, el eterno antagonista que divide en dos a la capital de la provincia de Buenos Aires.
Las populares son una marea humana infinita, sin horizonte, en la que siguen escabulléndose hinchas entre cuerpos sudorosos, entre cuerpos embadurnados en repelente como antídoto para los mosquitos, hasta que inventan un recoveco, entre la asfixia y la sofocación, no recomendable para claustrofóbicos. El show dentro de la cancha no es para nada espectacular pero están acostumbrados: cuatro de los últimos cinco duelos terminaron en empate. Aún así, aunque la función ofrece más rigor físico que arte, nadie aparta la mirada salvo una persona.
Es un hombre pero podría ser una estatua: Julio tiene 74 años y hace 62 que es una presencia permanente en la popular pero esta noche está cruzado de brazos en uno de los bancos de los Jardines del Bosque, como llaman los propios al espacio con espíritu social y estilo art déco detrás de la platea René Favaloro, el cardiocirujano argentino que salvó millones de vidas gracias a la invención del bypass coronario y cuyo corazón latía al son de las campañas triperas.
Julio no se mueve, no gesticula, no se queja, no canta, no putea. Durante los primeros cuarenta y cinco minutos abandonó únicamente su semblante inmutable cuando la banda sonora se transformó en un estruendo: fue a los 16 minutos cuando el delantero Ivo Mammini transformó en gol un pase formidable de más de cuarenta metros del uruguayo Matías Abaldo.
Julio se puso de pie y emprendió una corrida agazapada, con pasos breves y lentos pero firmes, hasta el alambrado que delimita el ingreso a la platea con el objetivo de esclarecer aquello que no había visto mientras festejaba con timidez por el eco de un grito que en 1992 fue registrado por el sismógrafo del departamento de Sismología e Información Meteorológica del Observatorio Astronómico La Plata de la Universidad Nacional de La Plata después de un tiro libre de José Terremoto Perdomo.
Pero en este fútbol moderno un gol no es gol hasta que la acción se reanuda desde el círculo central. Aunque para el árbitro Pablo Dóvalo y para el línea fue una jugada lícita, el árbitro asistente de video que es la corte suprema de cada jugada en el fútbol argentino desde abril de 2022 fue contundente: “Pablo, decisión factual, fuera de juego”, le comunicó Silvio Trucco desde el VAR tras un trazado de líneas controvertido.
Del otro lado del alambrado un correligionario que se santigua una y otra vez mientras se devora las cutículas hasta el sangrado se queja: “El VAR es una poronga, cobran cada pijita”. Pero Julio no le responde y vuelve, igual de lento pero no tan firme, a su singular butaca hasta el entretiempo:
“Nunca vi un clásico. Vengo a la cancha pero no los veo. Voy siempre a la popu con mis hijos pero nunca vi un partido de fútbol contra Estudiantes. Ver su camiseta me hace mal, prefiero no verla. Pero me vengo acá, estoy con mi gente, con los que quiero. Si me quedo en mi casa tal vez rompo la televisión. Y desde acá lo vivo, no se si es mejor o peor, pero no veo la camiseta”.
La acepción futbolística del término clásico no existe en el diccionario de la Real Academia Española. Su única definición relacionada al deporte es la última de las diez que ofrece en su sitio web: "Competición hípica de importancia que se celebra anualmente". En cambio, sí reconoce a la palabra derbi como derivado del anglosajón derby: “Encuentro, por lo común futbolístico, entre dos equipos cuyos seguidores mantienen constante rivalidad, casi siempre por motivos regionales o localistas”.
La Fundación del Español Urgente (Fundéu), creada por la Agencia EFE y con el patrocinio de la propia RAE, incluyó al clásico y marcó diferencias con el derbi: "El clásico es un encuentro disputado entre dos equipos de un mismo país, ambos muy laureados y relacionados por una rivalidad que persiste en el tiempo. El derbi suele emplearse para referirse al partido disputado por equipos cuyos seguidores mantienen constante rivalidad, casi siempre por motivos regionales o localistas".
El primer derbi del planeta se disputó el 26 de diciembre de 1860 en Inglaterra, un hito sobre el cual se edificó el Boxing Day que hasta hoy entretiene al mundo en el día siguiente a la Navidad. El Sheffield F.C, el club más antiguo del mundo, derrotó por 2-0 a su vecino Hallam F.C.
Dos días después, el Sheffield Daily Telegraph publicó su crónica: "El día era precioso y el uniforme de los hombres contrastando entre sí y con la nieve pura tenía un aspecto de lo más pintoresco. Sería injusto destacar el juego de algún caballero en particular cuando todos lo hicieron bien, pero debemos dar la palma a los jugadores del Sheffield. Cuando la oscuridad cayó sobre la escena, el club de Sheffield ganaba por dos goles a cero, y se fue a casa plenamente satisfecho con su victoria".
En Argentina, más allá de la contienda rioplatense con Uruguay que nació en 1902, el escenario a nivel de clubes fue mutando en el tiempo hasta configurar el panorama actual. Más allá de que hay numerosos cruces de alta intensidad, la mayoría de los equipos tiene un acérrimo adversario definido por diferentes parámetros: por su cercanía, por su historia, por sus hinchadas, por antecedentes icónicos o por sus trofeos. Cada enemistad tiene sus singularidades.
El clásico en el fútbol argentino es una entelequia. Para los clubes, para sus hinchas, es el partido más importante del año: el que se marca primero en la agenda. Eso hace Ariel, hincha de Gimnasia que pisó por primera vez el Bosque a los 16 años cuando su tío lo hizo socio del Lobizón: “Para un hincha del fútbol argentino, y más siendo hincha de Gimnasia, es lo que esperamos todo el año. Tanto de local como de visitante. La ciudad de La Plata deja de existir para alentar a sus equipos. Ganar es una alegría inmensa que no se puede describir en palabras”.
En un mundo dominado por el pulso televisivo, la Asociación del Fútbol Argentino condensó los clásicos -interzonales en este formato de la Copa de la Liga- en una misma jornada que repartió el protagonismo en un fixture superpuesto a contramano del sentir futbolero. El calendario, con partidos en simultáneo, atentan incluso contra el propio producto: ni siquiera por televisión pueden verse todos los encuentros en vivo.
Más utópico aún es disfrutar del menú completo para quien va a la cancha: el hincha de Huracán se entera por Whatsapp del gol de Adrián Martínez para la victoria de Racing en el derbi de Avellaneda y una veintena de hinchas del Lobo tienen que ver el empate entre River y Boca en un monitor de veinte pulgadas en el buffet de su club.
Pero la fecha de los clásicos no es una novedad: el 4 de noviembre de 1934 se concibió para conmemorar la fusión de la Liga Argentina de Football y la Asociación Argentina de Football. En aquella primigenia edición se completaron cinco clásicos aún vigentes: Independiente empató con Racing, Boca venció a River, Estudiantes igualó con Gimnasia, Huracán derrotó a San Lorenzo y Vélez despachó a Ferro. La propuesta se multiplicó a lo largo del tiempo en diferentes formatos: en los Nacionales de la década de los setenta, en la Copa Centenario de 1993 que ideó una primera fase en la que los contrincantes se eliminaban entre sí, en el rebautizado Campeonato de Primera División de 2015 en honor a Julio Humberto Grondona y en la actual Copa de la Liga.
Casi un siglo después de su primera versión, en el fin de semana del 24 de febrero se consumaron ocho clásicos: River-Boca, Independiente-Racing, Belgrano-Talleres, Huracán-San Lorenzo, Gimnasia-Estudiantes, Newell’s-Central, Lanús-Banfield y Argentinos-Platense. Buenos Aires es la cuna del festival: seis de ellos se juegan en la capital nacional.
De entre los ocho clásicos de la fecha, el Argentinos-Platense es el más discutido. Javier Roimiser, historiador del Bicho, ofrece su análisis de la rivalidad: “Mi opinión es que no es un clásico sino un partido con una rivalidad por un hecho puntual, pero entiendo y acepto plenamente a la gente que lo considera un clásico. Argentinos tuvo la buena o mala fortuna en su historia que cuando se generaba cierta rivalidad con un club algo pasaba y no trascendía más allá de un tiempo. En los inicios del profesionalismo fue Atlanta, después All Boys fue una especie de clásico barrial y con Vélez es lo más cercano pero tiene muchísimas cosas que lo tiran abajo: su clásico histórico es Ferro y no hay duda de ello”.
“Lo de Platense comenzó por una situación deportiva particular, donde Argentinos tenía que evitar ganar para que Platense se meta en playoffs del Nacional 1980 -ahonda Roimiser-. Si algo no podía pedírsele a Maradona es que un equipo en el que él jugaba no vaya al frente. Y el triunfo terminó con violencia en las calles que fue creciendo con el correr de los años y que se hizo más notorio a fines de los 80 y, sobre todo, durante los 90. El descenso de los de Vicente López en 1999 hizo olvidar la contienda por mucho tiempo. Su vuelta en 2021 rememoró viejas rencillas del siglo pasado. El tiempo dirá hasta donde puede llegar y si crece su mote de clásico o se queda en intenciones”.
La vida, más que nunca por estas horas, se define en clave fútbol: es difícil encontrar otro tema de conversación en medio de la intoxicación. Sobre eso hablábamos con Marcelo, hincha de Boca que le puso Román a su hijo en honor a Riquelme, mientras manejaba su taxi rumbo a la cancha de Gimnasia.
En este recibimiento podrían condensarse todos los recibimientos pero acá, en este momento, hay algo especial. En la popular de Gimnasia no hay señal de teléfono ni celulares alzados, ni fanáticos desesperados por construir su ficción en redes sociales, ni falsos futboleros grabando sus reacciones impostadas, sobreactuadas, para que sus viewers los aplaudan o los incluyan en relatos de época como si fueran representantes del sentir popular.
Estos son hinchas desconectados del mundo globalizado pero inmersos en un viaje en el tiempo que emociona, absortos en una locura de otras épocas, sumidos en un carnaval. Y esa postal conmueve, te humedece los ojos y te ponés a llorar, porque lo que ves cuando levantás la cabeza y mirás a tu alrededor es el fútbol: una de las demostraciones más puras e incondicionales del amor.
Gente abrazándose, gente gritándose a la cara que lo que sienten es mutuo y compartido, gente a la que le pueden sacar todo pero que ahí, al menos durante ese rato y en ese abrazo, son felices en una felicidad que no tiene una explicación estrictamente lógica porque su equipo puede ir último, puede no haber ganado en semanas, puede estar atravesando una crisis, pero durante ese recibimiento, y especialmente en esas jornadas cuando enfrente está el adversario de toda la vida, todo eso desaparece y se renuevan los votos de un matrimonio eterno.
Los jugadores de Gimnasia recorren la manga que termina en la boca de un Lobo gigante y el capitán Leonardo Morales encabeza una salida que nadie terminará de ver: el humo azul se esparcirá como niebla en el Bosque mientras los Triperos aúllan un estremecedor porque te alieeeeenta, toda la 22. Flamea el azul y blanco en el cielo, en las banderas de Gimnasia y en las que recuerdan el paso de Diego Armando Maradona por el Bosque.
“Para nosotros el clásico empieza un mes antes, en la escuela, en la oficina. Vivimos para esto”, explica Marta. Para ella también empieza en casa: sus hermanas son Pinchas, su marido es Pincha, sus hijos son Pinchas. Sentado en la platea está Ricardo, un Tripero de 85 años que jugó en sus inferiores y ahora lleva a sus nietos como una herencia familiar: "El nuestro es un clásico muy local. Estudiantes sale de Gimnasia, porque empezaron siendo un mismo club. Los estudiantes universitarios se abrieron y acá quedaron los laburantes del frigorífico. La identidad del Lobo está en los barrios, en lo popular, en los sectores más vulnerables".
A la popular Stábile del elegante Tomás Adolfo Ducó se ingresa por las puertas uno y dos. El Ducó es uno de esos estadios especiales: se ve bien de todos lados. El fútbol de hoy no tiene visitantes y las tribunas que antes se cedían al rival se transfiguraron en una extensión de la popular local. En el camino a la tribuna se agolpa un tumulto de diez personas frenadas en el medio de un pasillo que en las paredes registra el fútbol de otros tiempos: cuando los forasteros dejaban su marca en la casa ajena.
Las diez personas emprenden una búsqueda del tesoro hasta que uno de ellos, el dueño del objeto perdido, lo advierte en medio de una mata de pasto que le había ganado la pulseada al cemento. El desconocido grupo, improvisada agencia de detectives para la ocasión, celebra y uno advierte rápidamente que ese puede ser el principio de algo, el origen de una cábala. "Pero este club no resiste cábalas, rompe todo", contesta resignado otro de los integrantes. En cambio, el muchacho del pendiente, optimista, no se queda callado: "Pero si hace milagros".
Lamentablemente para él, no fue una tarde especial. Si hay tramas que podrían sintetizarse en un minuto, el clásico de barrio más grande del mundo advirtió su guión en los primeros sesenta segundos, un trámite más digno de los combates del ídolo quemero Ringo Bonavena que de un partido de fútbol: los empujones entre Cesar Ibañez y Adam Bareiro fueron el anticipo de lo que sucedería después.
El Ciclón plasmó el mismo semblante de sus últimas actuaciones. Y no deja de ser cierto que Rubén Darío Insúa merece su canonización por haber rescatado a San Lorenzo del abismo pero no son pocos los momentos en los que uno se pregunta si el elenco de Boedo no podría jugar mejor o al menos construir un estilo reconocible que pueda potenciar a sus individualidades.
Eso se preguntaban Horacio y Delia en la popular Stábile. Hace 56 años se conocieron en los bailes de carnaval y edificaron una vida en torno a Huracán. "Cuando me muera me gustaría decirle a mi hijo que me entierre acá -me dice Horacio-. En esas cosas pienso ahora que tengo 79 años". En esas cosas piensa Horacio y también Delia, para quien un triunfo hubiera sido "lo máximo, porque aunque vengamos perdiendo, el hecho de ganarle al clásico es lo máximo y eso pasa en todos los clubes".
Pero fue un empate sin goles y con pocas chances, otro más en un historial en el que repartieron puntos en diez de los últimos trece encuentros. “Es lo que pasa hoy en día porque bajó el nivel y no hay identificación con los clubes -se indigna Horacio-. Los jugadores van y vienen. Es como dice la canción, los directivos y los jugadores pasan. Hoy no conozco a ningún rival, y de los propios hasta ahí nomás. Me molestaban las cosas que hacía Augusto Batalla, y hoy vengo tranquilo que no va a estar más”.
En Huracán el único ovacionado es Ignacio Pussetto, el delantero que regresó en 2023 al club tras una aventura europea en la que vistió las camisetas de Watford de Inglaterra, Udinese y Sampdoria de Italia. Pero casi como si fuera una predicción, a la aclamación la siguió la canción que entona “los técnicos se van, los jugadores pasarán, la banda quedará, y nunca te va a abandonar”.
Y es la realidad que acusa el fútbol de un país en crisis. La irrupción de nuevos mercados -Estados Unidos, Arabia Saudita, las ligas de segundo orden europeo e incluso ligas sudamericanas con sueldos en dólares- y la devaluación del peso se conjugaron como un problema sin solución para los clubes. En un mundo globalizado en donde no hace falta subirse a un avión ni viajar miles de kilómetros para detectar y estudiar a un jugador, la resistencia de los clubes es cada vez menor.
De los 176 jugadores que fueron titulares en los clásicos del primer semestre de 2023 apenas 49 sumaron minutos en las tres ediciones que se completaron en el último año -Liga Profesional 2023, Copa de la Liga 2023 y Copa de la Liga 2024-. Solo seis de los entrenadores se mantienen aún en su cargo: Martín Demichelis en River, Rubén Darío Insúa en San Lorenzo, Eduardo Domínguez en Estudiantes, Guillermo Farré en Belgrano, Julio César Falcioni en Banfield y Miguel Ángel Russo en Rosario Central. Justamente fue el Canalla el conjunto que más jugadores sostuvo durante el último año con un total de siete integrantes.
El fútbol argentino es un fútbol en urgencia constante. Nervioso y ansioso, comprimido en un calendario contraproducente: aquello exquisito que antes degustábamos ahora nos empacha y satura. La Copa de la Liga comenzó el 25 de enero de 2024 y en 32 días se disputaron 98 partidos, fueron despedidos seis técnicos y se jugaron todos los clásicos.
En los clásicos, asegura el médico psiquiatra y psicoanalista especialista en vínculos y deporte Marcelo Halfón, esos síntomas se multiplican: “Se ha dicho que funcionan como partidos distintos, diferentes a los habituales y es cierto. Se juega el presente, se juega la historia, y en muchos casos también el destino. Del técnico. Del combustible que genera para el futuro en relación al ganador y el impacto para el perdedor”.
Es Jhohan Romaña contra el mundo. Falta más de una hora para el clásico en el Ducó y el defensor colombiano, quien llegó en el último mercado de pases desde Olimpia de Paraguay, sale a la cancha descalzo. La silbatina es ensordecedora y retumba que “el que no salta es del Ciclón”. Pero Romaña no se inmuta y reza: “En un versículo de la Biblia, al cual yo le tengo mucha fe, dice que todo lo que pise la planta de vuestro pie será vuestro. Bueno, confío mucho en Dios, muy agradecido por la oportunidad, la posibilidad que me ha dado de pisar un campo de juego".
El 10 de junio de 2023 se cumplió el décimo aniversario del asesinato de Javier Jerez, hincha de Lanús que había viajado al Estadio Único para el encuentro ante Estudiantes. Desde ese día, y a excepción de algunos encuentros en las provincias o por Copa Argentina, el fútbol argentino se juega sin hinchadas visitantes.
En el tablón las opiniones están divididas. Para algunos, como Ariel, es imprescindible su regreso: “Es otra cosa. Tendría que volver el público visitante porque es lo más lindo que hay, es una fiesta. Se vive de otra manera. Cuando venían los visitantes, estábamos dos horas antes, gritándonos una hinchada contra otra, con el respeto y sin la violencia. Eso es algo que se perdió”. Para Horacio y Delia, que suelen ir con sus nietas al Ducó, es imposible: "Era una barbaridad. No puede haber visitantes en el fútbol argentino. Era impresionante lo que pasaba, pasaba de todo. No puede haber visitantes, si el otro día con solo la hinchada de Tigre le pegaron un botellazo a un jugador de Chacarita".
En lo estrictamente deportivo, la absoluta localía debería suponer una ventaja decisiva para el anfitrión. Sin embargo, en la última jornada apenas Argentinos Juniors pudo festejar ante su pueblo. En total fueron cinco empates y dos triunfos a domicilio de Racing ante Independiente y Rosario Central ante Newell’s. La tendencia se mantiene si retrocedemos en el archivo estadístico e incluso hay casos puntuales que sobresalen desde aquel fatídico junio de 2013: River y Boca suman más derrotas que triunfos en sus respectivas casas y la Lepra no conoce la victoria en una mala racha de quince años.
Marcelo Roffé es actualmente psicólogo de la Selección Colombia que entrena Néstor Lorenzo, autor de 22 libros y master en Psicología del Deporte por la Competencia de Madrid, entre una infinidad de pergaminos que ostenta en su currículum. Una eminencia, explica que la psicología del deporte estudió su impacto y que se lo denomina efecto casa.
“Obviamente está pensado a favor del local, que empujado por su hinchada, arremete y se lo lleva puesto al visitante -señala Roffé-. Sin embargo, por lo que se vio en esta fecha de clásicos, es probable que últimamente con las presiones que hay en los clubes y las canchas llenas que tiene el fútbol argentino, muy diferente a otros países como Chile, Uruguay, Paraguay, Perú, donde no se llenan las canchas casi nunca. Entonces acá lo que podría ser motivación, que es jugar ante tu público y ganar, se puede transformar en una presión, que es tener que darle felicidad a la gente. En ese punto, si el local siente presión, y el visitante juega suelto, y empieza a ver que el local siente presión y no se suelta, puede sacar tajada de jugar sin gente y no tener nada que perder”.
Ignacio Malcorra, el autor de los goles que definieron los últimos dos clásicos rosarinos en favor del Canalla, sintetizó en una frase lo que se vive dentro de la cancha: “Acá sabíamos que, si dejábamos correr los minutos, nos iba a favorecer a nosotros el contexto“. Según el diez, que anotó de tiro libre en Arroyito y con un roscazo inatajable en el Parque de la Independencia, el correr de los minutos es un contrincante más.
“Desde la psicología del deporte trabajamos mucho para preparar a los deportistas de élite en la adversidad -profundiza Roffé-. Esto lo llamamos resiliencia. Implica enfrentar la adversidad, no huir, superarla y salir fortalecido. El hecho de ser visitantes, a priori puede ser una adversidad, pero esa amenaza la podés transformar en algo positivo. Depende del enfoque que tenga el entrenador, el discurso que tenga el entrenador, y también el planteo táctico que tenga el entrenador. Nunca una hinchada ganó un partido, acá es fundamental lo táctico. Lo táctico, condiciona lo técnico, lo físico y lo mental”.
Carlos Quintana coincide. El zaguero central aterrizó en Rosario a fines de 2022 y fue campeón de la Copa de la Liga Profesional en 2023, un bastión defensivo de la formación de Miguel Ángel Russo que celebró en las últimas dos batallas ante Newell's: "¡Obvio que te da más fuerzas que el marco no sea a tu favor! Hace que quieras ganar con más ganas. A uno le gustaría que esté su gente, pero la realidad es que hace rato que estamos acostumbrados a que no estén. Y en mi caso siento que tenemos que ganar por la gente que no nos pudo ir a apoyar al estadio”.
Marcelo Halfón agrega: "Sobrevuela una situación de presión negativa para el local. La presión es terrible, terrible. No hay reparto de las presiones, porque está concentrada en el equipo local. Complementariamente, el jugador visitante está descomprimido. Juega libre de culpa y cargo porque prácticamente el empate es un triunfo para el visitante y una derrota para el local".
En La Paternal, un estadio que podría ser de la Premier League, hasta las bocas de ingreso están colapsadas. Un encargado de seguridad insiste, una y otra vez, en que los hinchas liberen la zona, que se ubiquen en donde no entra más nadie, que tengan a bien colaborar. Pero más de uno, ubicado sobre la baranda a metros del campo de juego, se rehúsa a abandonar su lugar de privilegio. El ambiente se caldea y entra en fase de ebullición cuando el seguridad lanza su amenaza.
- ¿No querés ayudar? No te preocupes, está todo bien, ahora se encarga la policía -advierte mientras emprende su retirada hacia otro sector de la cancha-.
- ¿Pero no ves que no hay lugar? -responde el hincha-. Además, nunca le hacemos un gol a Platense y hoy le hicimos dos. No me hagas cambiar de lugar a ver si lo perdemos.
La respuesta lo desarma al seguridad, que ahora sonríe y vuelve sobre sus pasos para chocarle la mano y decirle que está todo bien. Argentinos ganaba dos a cero en el entretiempo, un resultado parcial en el que ya había marcado la misma cantidad de tantos que en los siete encuentros anteriores. El Bicho es el Tifón de Boyacá, el mejor rendimiento de los ocho clásicos y el único local que sumó de a tres puntos.
Roffé, quien recientemente publicó el último de sus libros bajo el título Salud Mental y Psicología del Deporte, ofrece una explicación sobre el contexto y sus resultados: "Hay un gran miedo a perder producto de tantas dimisiones, cargos cesantes y despidos. Eso ayuda a que los locales no ganen, o que todos estén enamorados del empate, por el miedo a perder y el miedo a perder el puesto del entrenador”.
El Diego Armando Maradona late: "Soy del barrio Semillero del Mundo, muchos jugadores salieron de acá, Maradona es el más grande del mundo". A los diez minutos, desde todos los costados baja un mismo homenaje con el típico "Diego, Diego" y los hombres de seguridad de la empresa Tech Security que viven el partido de espaldas a la cancha levantan su sable laser al cielo en señal de respeto. Dos minutos después, el imparable Alan Lescano rompe la paridad.
Sobre el final del primer tiempo, ya con el 2-0 en el marcador, dos guardias encienden sus sables al cielo, esta vez en el corazón de la popular de Argentinos mientras los que rodean a una persona desmayada gritan “médico, médico, médico”. Es el clásico pero Fernando Idiart, el médico de Platense, sabe que hay cosas más importantes: atraviesa la cancha de punta a punta, escala por la platea y salta la reja para pasar a la popular. Es decir: íntegramente vestido de Calamar se enterró de cabeza en el epicentro colorado. Su reacción provocó la ovación automática de todo el estadio que se repitió cuando Idiart volvió al banco de suplentes con el paciente ya recuperado.
Platense esbozará una reacción pero Argentinos no cede y se impone por 3-1. Después de un fin de semana cargado de fútbol, después de haber visto dos empates sin goles y el show de los Globetrotters de La Paternal en vivo, después de haber dormido menos de lo habitual para analizar en diferido los otros clásicos, camino hasta Álvarez Jonte y San Martín para subirme al taxi que me llevará a casa para empezar a escribir esta crónica. En el volante está Raúl, hincha de River casado con una fanática de Boca y con un hijo de cada club. Me pregunta por el partido y le respondo que los Bichos Colorados de Pablo Guede fueron los mejores de la fecha. Pero Raúl me dice que eso no es tan importante: "Los clásicos se ganan, no se juegan".