Cuando la Fórmula 1 fue al cabaret
A propósito de la casi inadvertida desaparición de un personaje que dejó una controvertida marca hace casi medio siglo, otra historia en la que el crimen no paga…
El Paradis Latin es el cabaret más antiguo de París. A solo 500 metros de la catedral Notre-Dame de Paris, el edificio albergó originalmente un teatro de dimensiones en los límites del Quartier Latin, en el que burgueses, intelectuales y estudiantes podían cruzarse con Balzac o Dumas, tras las representaciones. En 1889, luego de una profunda restauración llevada a cabo bajo la guía de Gustave Eiffel, que solo un año antes había inaugurado su torre, fue que comenzó a funcionar como un centro de diversión ligera y de espíritu burlesco. Noventa años después de su conversión, el Paradis Latin recibió a un huésped profano. Un coche de Fórmula 1.
El artífice de aquella extraña presentación, de quien se dijo que inauguró la era del glamour en la máxima categoría del automovilismo mundial, se llamaba David Thieme. Según noticias que llegan desde Francia, acaba de morir, a los 83 años, en soledad. Hacía casi medio siglo que su paradero era desconocido. Sus pecados excedían por mucho haber elegido un cabaret para presentar un F-1.
La foto que ves fue tomada en diciembre de 1979, precisamente en el Paradis Latin. Domina el centro de la escena Mario Andretti, que acababa de entregarle su título de campeón mundial a Jody Scheckter. Mario, quien todavía sigue entre nosotros, está sentado en su flamante Lotus 81, el auto que correría durante 1980, flanqueados por (dicho con el mayor de los respetos y haciendo uso de la más correcta acepción) dos bataclanas de la casa.
Al lado de una de ellas, como haciéndose el gil, está sentado Colin Chapman, el creador de la casa Lotus, el responsable de haber creado ese coche relativamente convencional. Justo detrás suyo, el presidente de la Federación Internacional del Automóvil (FIA), el local Jean Marie Balestre, le habla al oído a Bernie Ecclestone, el titular de la Asociación de Constructores de Fórmula 1 (FOCA), justo unos meses antes de que estallara la guerra entre las instituciones que representaban.
A la izquierda de Balestre, trajeado como un adolescente, está parado Elio De Angelis, el piloto romano que Chapman había elegido para sustituir al fugado Carlos Reutemann. Seguimos con las presentaciones: justo detrás vemos a Francois Mazet, un piloto francés que apenas si corrió una sola prueba del Mundial (Francia 1971) pero que se mantuvo muchos años en el circo generando patrocinios y ganando comisiones. Mazet está hablando con el personaje en cuestión mientras lo toma de un brazo.
David Thieme había nacido en Minnesota en 1942, era hijo de un artista plástico y, según cálculos más o menos fiables, en ese año de 1979 que fenecía acababa de amasar cerca de 70 millones de dólares
No tenía fábrica ni comercio al público: trabajaba desde una suite en el lujosísimo Hotel de París, en la refinada Montecarlo, calle de por medio con el Casino Garnier de los Grimaldi. No operaba una máquina, solo una herramienta: el teléfono. Su negocio era el petróleo. Pero no tenía un solo campo de extracción, ni una refinería, ni siquiera una mínima estación de servicio. Nada.
En Essex Petroleum, su compañía unipersonal, Thieme se dedicaba a la intermediación.
En 1979, cuando el régimen del Sha de Persia dejó de contar con la protección de la CIA y voló por los aires, dando inicio a la revolución Islámica de Irán, los precios del crudo prácticamente se triplicaron: pasaron de 15 a 39 dólares por barril.
Las variaciones de precios eran constantes, y se vieron agravadas con el inicio de la guerra entre Irán e Irak en 1980. La producción mundial de crudo cayó cerca de un 10 por ciento y los precios volvieron a subir.
Thieme no tenía activos, solo la posibilidad de comprar y vender crudo en ese mercado tan volátil. Podía dejar anclado semanas enteras a un buque tanque petrolero en las afueras del puerto de Rotterdam especulando con una inminente subida de precios. Un dólar de más en un superpetrolero de 200 millones de litros de capacidad equivalía a 200 millones de dólares en ganancias.
Y Thieme quería gastársela a lo grande.
Su ingreso a la F-1 vino por intermedio de Mazet. Lotus y Chapman acababan de perder a fines de 1978 a su legendario patrocinador, la Imperial Tobacco, a través de John Player’s Special, una de sus marcas más distinguidas. Mazet hizo el acuerdo y se llevó su comisión. Pero Thieme no solo quería invertir dinero: quería vivirlo en grande.
Primero, el cabaret en París. Luego, el 10 de febrero de 1981, alquiló el Royal Albert Hall de Londres para la presentación del Lotus 87; la comida la supervisó Michel Roux, el mejor chef en Londres de ese momento; para beber solo se sirvió champagne Dom Perignon y para entretener a la concurrencia trajeron a Ray Charles directamente desde los Estados Unidos. La fiesta costó 1,5 millones de libras esterlinas, unos 5,8 millones en la actualidad. Se dice que a tal presentación concurrió, furtivamente, la primer ministra Margaret Thatcher.
“Nadie vio nunca una estación de servicio Essex porque nunca existió ninguna”, escribe el destacado historiador Mike Lawrence en su biografía sobre Chapman. “Thieme era un bróker petrolero que operaba desde Montecarlo y que compraba y vendía petróleo prácticamente sin ver una gota. Se trataba de una de esas prácticas comerciales arcanas que pocos profanos entienden, pero que permiten a algunas personas ganar enormes sumas de dinero. Dependía del principio fundamental de la ganancia, que es que, si vendes por más de lo que compras, estás adelante en el juego. Teniendo en cuenta la capacidad de un moderno superpetrolero, una fracción de penique en cada gallón rápidamente suma”.
Thieme y Chapman, como se dice hoy, pegaron onda. El constructor, conocido por su espíritu ascético, de escaso apetito de lujo y de contracción al trabajo, encontró en su nuevo sponsor una manera de vivir más liviana o, como se dice hoy, descontracturada. Claro, no poseía los millones de Thieme. Eso le faltaba. Tenía que procurárselos.
“En la película Superman”, sigue Lawrence, “el Hombre de Acero lleva volando a Luisa Lane sobre el Atlántico y por encima de un superpetrolero con el logo Essex. En Superman II, uno de los vehículos involucrados en un múltiple accidente en Metrópolis es un camión surtidor con el logo Essex en la puerta de la cabina”. Curiosamente, el General Zod, el villano de aquellas películas, fue encarnado por el genial Terence Stamp, ícono del Swinging London de los ’60, muerto este pasado domingo a los 87 años.
Cuando Chapman proclamó que su Lotus 80 iba a hacer que el modelo anterior, el 79, pareciera “un ómnibus de dos pisos”, Thieme le compró la idea. El Lotus 80 fue un fiasco que duró apenas tres carreras, pero el millonario se salió con la suya: Lotus llevaba a cada Grand Prix un ómnibus de lujo de dos pisos; en el de arriba se veía la carrera de manera privilegiada; en el de abajo, se servían pantagruélicos almuerzos.
“Para él, nada era demasiado bueno... “escribió esta semana Gilles Gaignault, un periodista francés que cubría por entonces esas carreras. “Tengo un profundo recuerdo de sus invitaciones a almorzar en los circuitos de F-1 los domingos de Grand Prix. Mandó preparar comidas en sus cocinas del prestigioso Moulin de Mougins al gran chef con estrella Michelin Roger Vergé –fallecido en 2015–, traídas en jet privado a Zeltweg, Zandvoort o Silverstone, entre otros, y que disfrutamos en la azotea de su imponente bus de dos plantas, ¡la cumbre de la época! Para acceder a él, su asistente nos entregó un precioso llavero plateado, con los colores de Essex, ¡uno diferente grabado para cada Grand Prix! Lo que se dice Clase”.
Esa clase superaba todos los límites. Se dice, inclusive, que su hija Michelle vivió un efímero romance con Didier Pironi, el francés que en 1980 corría para Ligier.
El negocio era muy bueno, pero Lotus no ganó una sola competencia en todo ese período y no faltaron los que creían que enmascaraba un Esquema Ponzi. El reputado periodista austríaco Heinz Pruller, que había seguido de cerca las consagraciones de sus compatriotas Jochen rindt y Niki Lauda, escribió en ese tiempo que no podía menos que preguntarse si todo el circo Essex no era una manera “de cubrir una diferente clase de transacciones”
Volvemos a Lawrence: “Al aterrizar en Suiza, David Thieme fue arrestado a causa de una queja del Credit Suisse. Estuvo detenido durante dos semanas y liberado tras pagar una fianza de 70 mil libras esterlinas (algo más de 100 mil dólares) sin que se presentara cargo alguno. Sin embargo, fue suficiente para terminar con Essex Petroleum. En el mundo en el que operaba Thieme, el hecho de que fuera arrestado arruinó su carrera. Las autoridades suizas lo arrestaron a causa de una sospecha, apenas. En ningún otro rincón de Occidente alguien puede ser retenido en prisión durante dos semanas solo porque un banco tiene sospechas que no puede sustanciar. Thieme luego enjuició al Credit Suisse, reclamando daños por cien millones de libras, pero le mejor información indica que no recibió un cobre”.
Aparentemente, el banco suizo reclamaba 7,6 millones de dólares, parte del préstamo inicial con el que el estadounidense comenzó a comprar petróleo. La fianza la pagó Akram Ojjeh, el dueño de Techniques D’Avant Garde (TAG), un millonario francés de origen árabe que entre sus actividades se dedicaba al contrabando de armas. En 1981, TAG era sponsor de Williams en Fórmula 1. Mansour, el hijo de Akram, acabó siendo propietario de la escuadra McLaren, hasta su muerte en 2021.
Después de liberado, Thieme abandonó Mónaco y desapareció. Los pocos activos, como el bus de dos pisos, el Cessna 500 Citation con el que había aterrizado en Kloten (Zurich) antes de ser arrestado el 10 de abril de 1981, y el helicóptero Agusta-Bell 206L-1 con el que se desplazaba entre Montecarlo y Niza, fueron subastados para recuperar algo del dinero.
Essex dejó de apoyar a Lotus, que volvió al color negro de John Player´s Special, cuando Imperial Tobacco acudió en su rescate. Pero ya era tarde. Chapman le había tomado el gusto a la vida dispendiosa. Ya estaba haciendo negocios con el controvertido industrial John Z.De Lorean. Ya habían pedido créditos en Inglaterra e Irlanda. Ya se había metido en problemas. No llegó lejos. Un ataque cardíaco lo derribó en diciembre de 1982, apenas un año y medio después de que Essex sucumbiera. Thieme no concurrió al velatorio simplemente porque no hubo: durante muchos años circuló el mito de que Chapman había fraguado su muerte para escapar de la cárcel y vivía de incógnito en Brasil. En 1992, el juez Murray en Irlanda dijo que, de no haber muerto, Chapman habría ido a la cárcel por al menos diez años. (Como su contador, Fred Bushell, sí estaba vivo, se comió seis años en gayola).
Se dijo que Thieme había sido quien introdujo el glamour en la Fórmula 1 pero, existiendo Mónaco y su Grand Prix desde medio siglo antes, es muy fácil desmentir esa especie. Playboys como Alfonso de Portago ya habían corrido en los ’50. Ciertamente, no miraban las carreras desde un “double-decker”, sino desde adentro…
El ex magnate vivió oculto en París durante décadas y, según una confidente de Gaignault llamada Edwige Bercea que tenía tratos con el antiguo magnate, pasó sus últimos años en la pobreza, en un geriátrico cercano al bosque de Saint Gobain, en el departamento de Aisne, en la Picardía, a unos 60 kilómetros de la capital francesa. Falleció el pasado 9 de agosto en el hospital Chauny, olvidado y sin gloria.
Si no creíste la historia del cabaret, podés comprobar su veracidad acá.
Pero, si con todo lo que te conté, todavía dudás de que la F-1 haya ido al cabaret, te recomiendo darte una vuelta por Billionaire, el night club de Porto Cervo (Cerdeña) inaugurado en 1998 por su creador. El inefable Tío Flavio Briatore.