Dembélé, de la banquina al Balón de Oro
El francés pasó de las lesiones y las dudas a consagrarse como el mejor del mundo. Su premio, en una gala marcada por polémicas, simboliza que en el fútbol todavía existen las segundas oportunidades.
La hipótesis firme de tormentas sobre la ciudad de Marsella enciende las alarmas en la mañana del domingo francés. Por precaución, y en un extraño caso de furiosa anticipación, la Ligue 1 decide postergar Le Classique, el derbi que juegan Olympique de Marsella y Paris Saint-Germain. Y allí comienza la polémica, el reglamento esgrime que se debe jugar el partido 24 horas después. Pero el lunes, ese lunes en particular, está tachado en el calendario con una fecha importante para los parisinos: la entrega del Balón de Oro.
El premio ya no es solo un galardón. Es un espectáculo global, sumándose al lote de eventos que buscan impacto y generar contenido y conversación sobre temas que no tengan una única respuesta. La alfombra roja se va poblando de a poco, los flashes retumban y los futbolistas de estos días disfrutan su momento de exposición total, cómo si el deseo o la prioridad fuera más la de potenciarse como influencers que la de cumplir con creces en sus funciones deportivas. Nada extraño en estos tiempos, donde las llegadas a estadios y concentraciones se convirtieron en una batalla de la moda estilo NBA, donde todo se mezcla. Rutina que no escapa del resto de una sociedad que abre puertas para que niños de 15 años armen mega planes de meriendas con instantáneas a las plumas decorativas de sus cafés, pasen horas en las barberías de turno y no duden en gastar lo que no tienen en una prenda de moda.
Entre todo ese explosivo show y combo sistemático, la duda de siempre: ¿cómo se elige al mejor jugador del mundo en un deporte de equipo, donde ninguna consagración es posible sin la suma de talentos, sacrificios y silencios colectivos? Esa tensión entre la esencia del fútbol y la lógica del premio vuelve a quedar expuesta en cada gala.
Mientras el PSG pierde el clásico de visitante luego de 12 partidos, Ousmane Dembélé recibe el trofeo como símbolo de una resurrección futbolística. Durante años fue emblema de la irregularidad: lesiones, traspasos millonarios, dudas sobre su compromiso. Incluso, el comienzo de temporada 24-25 lo llevó a jugar sobre la banquina de otra campaña olvidable: expulsión ante el Bayern Munich y un par de suplencias en fila, llevaron a una relación tirante en ese entonces con Luis Enrique. Pero el DT nacido en Gijón resaltaba siempre era “el extremo más desequilibrante del mundo”, “un jugador por el que pagarías una entrada en un campo de fútbol”- Desde allí, el resurgir de una temporada y carrera que derivó en la sonrisa con tono de revancha personal, un recordatorio de que en el deporte también existen las segundas oportunidades.
El lunes temprano, comenzó la danza de rumores sobre quién sería el ganador. La organización, resaltó que, a diferencia de versiones anteriores, cambiaron los criterios de comunicación para que no se filtre el nombre del ganador. Sin embargo, tiempo para la especulación sobra, y la confirmación de la presencia de Lamine Yamal con la familia completa y más de 20 invitados a una supuesta fiesta privada, invitaba a pensar en la consagración del joven español. Le alcanzó para ser premiado nuevamente como el mejor jugador joven, logro para nada despreciable en una carrera corta y explosiva que parece tener destino asegurado de futuro Balón de Oro ante sus producciones en el campo. Afuera, la sensación reinante es que la situación puede llegar a complicarse, ante el dominio de la escena del padre papelonesco y la lógica prueba de superar la presión a tan corta edad.
La ironía del fútbol no entiende de ceremonias. Gianluigi Donnarumma fue llamado al escenario para recibir su reconocimiento: el Trofeo Yashin era suyo por encima de Alisson Becker y Yann Sommer. Mientras, a la misma hora, su reemplazante tras su salida del PSG cometía un error clave en la derrota del clásico. Luis Enrique, lógicamente se quedó con el premier al mejor entrenador, tras la ansiada consagración en la UEFA Champions League. Cuando anunciaban el nombre del español, los parisinos trataban de remontar ante el Marsella sin Dembele (1°) y Doué (14°) ausentes por lesión, más Donnarumma (9°) ahora en el City, pero con Vitinha (3°), Hakimi (6°), Nuno Mendes (10°) y Fabián Ruiz (24°) en el campo.
El criterio para encontrar al ganador, lógicamente puede ingresar en la calificación de arbitrario y polémico. Primero, la redacción de France Football se encarga de seleccionar los 30 nombres que serán candidatos a quedarse con el galardón. Luego, 100 periodistas de las 100 naciones mejor rankeadas según FIFA son los encargados de realizar la votación. Así, puede no tener demasiada lógica un ranking final que pone en el puesto 18 a Scott McTominay, en el 20 a Lautaro Martínez y en el 24 al mencionado Ruiz. Raphina, que terminó quinto, la clava al angulo con sus declaraciones post ceremonia: “Fui a la gala del Balón de Oro y no gané ningún premio, pero para mí asistir era importante. Estar entre los 10 o 20 mejores jugadores del mundo ya es una suerte. Los premios individuales no lo son todo en el fútbol”
En paralelo, Erling Haaland decidió otra forma de hacerse presente: una publicación en redes sociales, fría y distante, enroscado en un filtro de Shrek y con la leyenda “bit busy” no fue a la gala. Tampoco hubo presencia de jugadores del Real Madrid ni el Bayern Múnich. El PSG ganó el galardón al mejor equipo tras obtener cuatro títulos y ser el segundo del Mundial de Clubes, con el ganador de ese trofeo rankeando tercero. Así son las cosas en esto de los premios. Aunque los flashes, el lunes estaban puestos en el clásico: la Ligue confirmó que consiguió un récord de espectadores con picos de 1,4 millones mientras se entregaban los premios.
En los últimos 30 años, sólo dos defensores ganaron el Balón de Oro, clara señal de que los flashes apuntan a otro sector del campo y que el negocio ve con mejores ojos la discusión y polémica que se puede generar en la disputa de quienes hacen los goles para quedarse con el reconocimiento.
Mientras, y tal vez al extremo, en este lado del mundo Fluminense queda eliminado ante Lanús en los cuartos de final de la Copa Libertadores y Renato Portaluppi renuncia tras cinco meses en el cargo. En conferencia, se despacha y suelta: “Con las redes sociales se acabó el fútbol. Soy un experto en fútbol, conozco mis habilidades. A Guardiola, a quien considero el mejor entrenador del mundo, lo llamaban estúpido. Así que hoy en día, ya nada me sorprende en el fútbol. Precisamente por las redes sociales. Todos son entrenadores, todos tienen una opinión. No todos, pero muchos en redes sociales no entienden nada de fútbol. Y entonces, el entrenador y el jugador son los que pagan el precio. Di una entrevista hace unos dos meses, y hoy lo repito: el fútbol se acabó por culpa de las redes sociales. Tanto para el jugador como para el entrenador. Hoy en día, es una guerra de críticas. Cuando ganás, recibes elogios; cuando perdés, nadie es bueno, todos son malos. El fútbol va por un camino que, por desgracia, todos estamos perdiendo. El fútbol se está acabando. Está casi acabado. Esa es mi opinión”. Son opiniones, como la de quién es el merecedor del Balón de Oro.