Nunca dejes de creer
Después de dirigir más de 700 partidos, el Atlético de Madrid de Simeone visitará el Santiago Bernabéu este sábado en un duelo clave en la carrera por el título español.
Un digno decimosegundo puesto en la temporada 2002/03 fue motivo de celebración tranquilizante para los fanáticos del Atlético de Madrid. Sufrir dos temporadas en la angustiante segunda división no era un hecho común para los Colchoneros. Meses después, el Aleti afrontó el clásico de la ciudad a un paso de la punta acompañado por un pequeño grupo de hinchas que había conseguido entradas para visitar el siempre hostil Santiago Bernabéu.
Era el miércoles 3 de diciembre de 2003 y los últimos tres campeones del fútbol español copaban el podio de La Liga: Real Madrid era el campeón defensor y lideraba La Liga junto al Valencia con 27 puntos, seguidos del amenazante Deportivo La Coruña con 26. El cuarto puesto del Atlético de Madrid, a cinco unidades de la cima, era consecuencia del prolijo arranque de torneo de la mano del entrenador Gregorio Manzano.
Con un equipo que conservaba piezas clave de su regreso a la máxima división, con valores de experiencia y talento joven que asomaba a pasos agigantados, el Aleti había recobrado el protagonismo. A esa fórmula la potenció el regreso de un ídolo: Diego Pablo Simeone, figura de la reciente época de gloria construida alrededor de las conquistas de La Liga y de la Copa del Rey en la temporada 1995-96, había vuelto a casa.
Por primera vez en mucho tiempo, el entusiasmo previo al clásico era lógico. Matías Lequi, quien vistió la camiseta rojiblanca durante aquella campaña, recuerda aquellas horas antes de que la pelota empezara a rodar: “Era otro Atlético, es cierto. Pero la presión estaba. Ya era la segunda temporada en Primera y nos exigían el ingreso a la Copa UEFA”.
La prueba era de élite. Era un duelo en las antípodas: los Galácticos del Real Madrid frente a los terrenales del Aleti. Los grandes flashes se los llevaban los Merengues, poblados de estrellas cuya superpoblación podía convertirse en un agradable problema para cualquier entrenador. ¿A quién dejaría afuera del once titular? Ronaldo, Raúl, Zinedine Zidane, Figo, David Beckham y Roberto Carlos eran algunos de los integrantes de un plantel candidato a pelear cualquier torneo planetario. Y más si hiciese falta.
Dicen que algunos golpes ayudan a crecer. Y aunque no se pueden negar, tal vez quedaban demasiado ocultos en el análisis frío de la carrera del Simeone jugador de club. Desde su temprana irrupción en Vélez, temporada a temporada parecía encontrar un hito que le permitiera pintar su año como positivo. Su regreso al Atlético de Madrid luego de seis bondadosos años en el fútbol italiano parecía tener en el horizonte un inexorable final soñado, con un equipo a la altura y su clásico aporte individual para ir en busca de grandes objetivos.
En aquel reencuentro madrileño, Simeone fue seleccionado como el cuarto capitán del equipo. Llevar la cinta era una constante en clubes y selección. El plantel eligió a Carlos Aguilera, Santi Denia y Germán Burgos y la cuarta plaza quedó a criterio del DT: Manzano no dudó y fue por Simeone. Nombres que se volverían a cruzar.
El buen sprint inicial de temporada ya ubicaba al Atlético en el lote de arriba, con un funcionamiento aceitado generado por la seguridad de Burgos en el arco, la mixtura de experiencia y juventud en defensa, la construcción de la mano del Cañito Ariel Ibagaza y el poder de fuego de un adolescente Fernando Niño Torres que empezaba a mostrar el potencial que confirmaría durante los años siguientes.
Era apenas el tercer derby madrileño desde el retorno Colchonero a primera división: el primero había sido un empate a dos goles en el Santiago Bernabéu y el segundo una dolorosa goleada en casa por 4-0. En esa visita a la Casa Blanca, la ilusión de volver a celebrar ante su más acérrimo rival era tangible pero solo era eso: una ilusión.
La secuencia quedó grabada en el tiempo por extraordinaria y sorprendente, pero a la vez por común y predecible. Ronaldo-Raúl-Zidane-Roberto Carlos-Ronaldo-Gol. Fueron 13 toques en 14 segundos. Sí, en un Santiago Bernabéu repleto, con el calor y color lógico de un clásico, la secuencia de inicio parecía sacada de una fábula de héroes que pueden contra todo (y contra todos). La genialidad al servicio de ese bendito deporte llamado fútbol. La sencillez cómo elegancia para hacer parecer fácil lo difícil.
Para Simeone no era su primer clásico ni mucho menos. Tampoco era su primera batalla futbolística, ante un firme candidato, con el objetivo de destronarlo y arrebatarle la corona. En aquella noche, el argentino cubrió un puesto que venía ocupando en algunos partidos anteriores: primer marcador central. Su experiencia, timming, solidez defensiva y unos cuantos argumentos más, habilitaban la decisión de Manzano. “Estaba permanentemente hablando con el entrenador, ayudando mucho a los compañeros. Físicamente estaba impecable y se adaptó a jugar casi toda la temporada de marcador central; entendía todo sin problemas”, analiza Lequi.
La sangre que corría por sus venas cargaba con experiencias cruzadas. el latido de su corazón era justo y necesario para mantener la cabeza fría y saber que la chance, al menos esta vez, era real. Pero todo eso se desmoronó en apenas 14 segundos. Cuando la jugada inició con el toque de puntín de Ronaldo desde el punto medio del campo y la posterior descarga de Raúl hacía Zidane, el cambio postural de cada equipo fue notorio: unos salieron voraces a buscar el arco rival, los otros prudentes a resistir.
Pasos atrás, Simeone contaba con ubicación VIP para seguir la secuencia. Sus ojos saltones seguían atentos la jugada, que ya tenía a Zidane lanzando el pase hacia la izquierda a Roberto Carlos. ¿Pasaría por su mente en ese instante la posibilidad de que todo terminara mal? El lateral asistió a Ronaldo que deambulaba jugando al distraído, sin marca, a unos diez metros del área, con espacio para dominar, girar y preparar el desembarco. Demasiadas ventajas.
¿Habrá tenido tiempo Simeone para recordar aquellos años como compañeros en el Inter? ¿Hubiese sido un buen momento para rememorar algún cortocircuito por los premios que el plantel Nerazzurri repartía por aquel entonces? Mejor pensar en otra cosa. Pero esa otra cosa podía ser peor: “Sacando a Diego, es el mejor jugador que vi”, decía en reiteradas entrevistas para referirse al Fenómeno de Brasil.
Ronaldo, que un segundo antes parecía un auto destartalado en sus últimas funciones, cambió de paso ligeramente y encendió su recorrido en buscar del defensor. Ese defensor era Simeone. La gambeta larga, el toque extenso, desarticuló cualquier movimiento que el argentino pudiera tener anotado en su manual para detener al delantero. Superado por la situación, optó por la opción sencilla: ir con los pies hacia adelante, cortar con infracción al margen del posible tiro libre de riesgo. Es que, seamos sinceros, con la chapa de un apellido probado y antes del minuto, la hipótesis de la expulsión quedaba anulada. Pero en terrenos de suposiciones, nadie esperaría que Ronaldo también lograra superar la patada con una gambeta exquisita, un caño para ridiculizar el esfuerzo de Simeone, y definir con total tranquilidad ante la salida de Burgos para anotar el gol más rápido en la historia del cruce capitalino.
El plano cambió. La ubicación seguía siendo privilegiada. Pero el pasto del Bernabéu dolía. Mientras veía la espalda del delantero viajando sin complicaciones de peso al gol, junto a una pelota que ingresaba suave al arco. En ese momento surgiría una catarata de preguntas sin respuesta: ¿Sabría en ese instante el Simeone jugador que falló en el sistema defensivo del Atlético? ¿Podría discernir si las culpas se reparten individual o grupalmente? ¿Es apenas el preludio de una pesadilla más intensa? ¿Tenemos argumentos para qué el final sea otro? ¿Pensaría que su mejor versión ya era pasado? ¿Soñaría con una revancha gloriosa desde otro lugar?
No mucho tiempo después, Raúl estiró la diferencia y le puso cifras definitivas a una noche en la que los Galácticos le hicieron precio a su clásico. Relegado en la lucha por el título, el Atlético finalizaría la temporada en el séptimo puesto con 55 puntos. “Llegábamos muy bien -rememora Lequi-. Cuando nos hacen el gol al principio, pensamos: ‘La que se nos viene’. Pero fuimos acomodando el partido y la luchamos. Claro que mirando la formación enfrente eran todos monstruos y fueron quedando clara las diferencias. La temporada terminó siendo positiva”.
El Real Madrid batallaría hasta las últimas fechas por el campeonato pero el Valencia de Rafa Benítez se quedaría con el título. Aquella temporada fue la última antes del monopolio que ejercerían Barcelona y Real Madrid durante las siguientes dos décadas. Al Atlético de Madrid le costaría diez años volver a festejar ante los Merengues por el certamen local. Simeone completaría aquella temporada y comenzaría la siguiente antes de regresar en 2005 a la Argentina para retirarse un año más tarde en Racing. Durante esos últimos meses como jugador profesional fue definiéndose el Cholo DT: “Se brindaba al 200% al deporte, estaba todo el día pensando en fútbol. No es casualidad lo que logró”, recuerda un Lequi que, tras su paso por Rosario Central, aguarda por una nueva oportunidad en primera y define su estilo con la influencia innegable del Cholo: “Hay bastante de Simeone: la locura por el orden táctico. Nosotros fuimos criados por el Patón Bauza; que estuvo con Bilardo en el Mundial del 90. Hay mucho de eso. Me gusta que mis equipos traten bien la pelota, pero con un orden defensivo que no se negocia”.
En la Academia, Simeone comenzaría casi inmediatamente su carrera como entrenador. Después de ser campeón con Estudiantes y River Plate -donde también sufrió un último puesto-, el 23 de diciembre de 2011 se hizo oficial su retorno al Atlético de Madrid tras el despido de Manzano en una misión para salvar a un club hundido que coqueteaba con el descenso, que tenía una deuda millonaria con hacienda, que venía de ser eliminado de la Copa del Rey por un Albacete de tercera división y que cargaba con el estigma histórico de las decepciones. Además de encauzar la debacle futbolística, Simeone cargaba con el objetivo de sacar a los Colchoneros de la depresión: “Quiero un equipo agresivo, fuerte, aguerrido, contragolpeador y veloz. Eso que nos enamoró siempre a los atléticos. Vamos en busca de lo que fue nuestra historia", anticipó en su presentación.
Ni el propio Simeone, un optimista por naturaleza, hubiera imaginado lo que sucedería después. El Cholismo transformó intrínsecamente a un club que cambió para siempre gracias a la filosofía del entrenador argentino. “A morir, los míos mueren”, colgó en una bandera durante un entrenamiento. El esfuerzo y el sacrificio son innegociables en su mantra. A través del convencimiento potenció a formaciones más modestas que le permitieron entrometerse entre los grandes. Le devolvió la alegría a un pueblo que se había acostumbrado a la tristeza. Los Colchoneros están viviendo su época dorada, una etapa en la que fueron capaces de festejar títulos incluso durante los días de Lionel Messi y Cristiano Ronaldo.
Es febrero de 2025 y Simeone es el entrenador más ganador de la historia con ocho títulos. Durante sus catorce años al frente del club provocó una revolución sin precedentes. Conquistó dos ligas de España, alcanzó dos finales de Champions League, levantó dos Copa del Rey, quebró la maldición de una década sin triunfos y equiparó fuerzas con el Real Madrid, se plantó de igual a igual con el Barcelona hasta arrebatarle una liga y proyectó la figura de su club como protagonista europeo.
Durante el camino fue reciclando su estilo. “Cada entrenador y equipo tiene una situación de juego concreta y el Atleti, desde que estamos nosotros, intentamos buscar ese crecimiento desde lo defensivo a lo ofensivo. Siempre se malinterpreta, pero nosotros tenemos una manera de identificar a nuestro equipo que ustedes reclaman cuando no lo han visto”, explicó Simeone en una de las tantas entrevistas en la que fue cuestionado por su identidad.
El Cholismo fue mutando, siempre con premisas innegociables que mantiene desde su época como jugador. “El cholismo es una filosofía con un cuerpo sólido, inamovible, claro y que se resume así: el resultado es Dios. Desde algunos sectores se le reclama un juego más atractivo, pero el pragmatismo es firme en sus postulados y no hace concesiones. Al fin y al cabo, el resultado es irrebatible y el juego opinable”, escribió Jorge Valdano en una columna de 2019 en el diario El País.
Simeone afrontó un desafío que él mismo planteó con sus éxitos. El Aleti se transformó en protagonista permanente, saldó sus deudas y convirtió a sus aventuras europeas en una rutina. Los ingresos económicos aumentaron exponencialmente gracias a sus logros y, en consecuencia, las exigencias aumentaron, y no solo dentro del club, sino también desde el exterior. “No entiendo que jueguen así, con la calidad que tiene”, lo criticó Jurgen Klopp después de que su Liverpool fuera eliminado de los octavos de final de la Champions League de 2019/20.
Pero a Simeone nunca le importó: “A uno lo etiquetan con que soy defensivo y nunca vieron un partido del Atlético”, respondió en una entrevista en ESPN en 2021. Su Aleti incluso se reconvirtió durante las últimas temporadas. Para conquistar la liga de 2020/21 cambió la fisonomía de su formación, jugando con tres centrales y un único pivote. Esta versión que se presentará el próximo sábado 8 de febrero en el Santiago Bernabéu, un pulso mano a mano con el Real Madrid por la cima de un torneo que lideran los Merengues con un punto de ventaja sobre los Colchoneros, se construye alrededor de la pelota con Antoine Griezmann -uno de los más beneficiados en su desarrollo futbolístico bajo las órdenes del Cholo- como teniente, Julián Álvarez como estrella y su hijo Giuliano como símbolo del sacrificio incansable que siempre defendió.
"Y vamos a llegar de la misma manera que llegamos siempre al Bernabéu", respondió Simeone en la conferencia previa al clásico y dejó un silencio para rematar con una broma que se viralizó por su carcajada final: “En autobús”.