El boxeo, los Nickell Boys y los Juegos Olímpicos
Después de idas y vueltas, el Comité Olímpico Internacional finalmente decidió cuidar al boxeo.
En el infierno de la escuela reformatorio de la Academia Nickel, en Florida, Estados Unidos, los abusos sexuales, azotes y maltratos hacia los estudiantes negros son permanentes. Son años de Jim Crow, leyes de racismo legalizado. Hay muertes silenciosas. A tiros y a golpes. Un centenar de “desaparecidos” cuyos huesos serán encontrados medio siglo después en una fosa común. El reformatorio, abierto a comienzos del siglo veinte, se llama Nickel por Trevor Nickel, un fallecido ex miembro del Ku Klux Klan que hablaba de valores morales y promovía al boxeo como deporte olímpico.
El boxeo es justamente el único momento en el que todo parece ser más justo. Especialmente, cuando se celebra la final anual entre el mejor boxeador de los pibes negros contra el mejor de los blancos. Los blancos también sufren al reformatorio, pero los negros, muchos de los cuales llegan allí sin haber cometido siquiera un delito (por fumar en la calle, sin notificación a los padres, sin abogado), la pasan mil veces peor. Su único momento de gloria, entonces, es la final anual de boxeo. La ganan desde hace quince años, desde 1949.
La nueva final encuentra de un lado a Griff, representante de los estudiantes negros, gigante de diecisiete años, con padre preso porque asesinó a su esposa, un matón poco querido entre los suyos en Nickel, porque humillaba golpeando e insultando a los más débiles, les robaba los postres. No importa. Todos los negros lo alientan igualmente para que le gane a Big Chet, el protegido del poder blanco. Pero antes de la pelea, el superintendente de Nickel, Spencer, le avisa a Griff que debe dejarse caer en el segundo round para que gane Big Chet. Griff es muy limitado. Parece no entender que se trata de una orden. Griff, claramente superior, arrasa en el primer round y también en el segundo. En el tercero y último Big Chet remonta, pero Griff resiste a pie hasta el final. El árbitro lo corona ganador por puntos. Hay fiesta entre los negros. Pero apenas después de la pelea Griff es llevado a la “Casa Blanca”. Es el sector en el que los pibes negros más rebeldes son encadenados entre dos robles y molidos a latigazos. Griff nunca más aparece. Rumores de huída o de castigo. Sus huesos también fueron encontrados medio siglo después. Estaban en la fosa común.
Es la trama de “The Nickel Boys”, dirigida por RaMell Ross, el filme que compitió hace dos meses por el Oscar a Mejor Película. No llegó a ninguna sala a Buenos Aires, que en estos días celebra un nuevo Festival de Cine Independiente (BAFICI). El boxeo es por lejos el deporte siempre más buscado por el cine. La ancestral batalla cuerpo a cuerpo. Héroes y dramas. Mafia. La película está inspirada en la novela de Colson Whitehead “The Nickel Boys”, ganadora del premio Pulitzer de ficción en 2020. Y Whitehead, a su vez, se inspiró tras leer en el diario The Tampa Bay Times la historia horrorosa de la escuela Arthur G. Dozier School for Boys, del pequeño pueblo de Marianna, formalmente conocida como la Florida Reform School for Boys. No era una escuela. Era una cárcel. No había estudiantes, sino reclusos. Esclavos.
El reformatorio fue cerrado en 2011, luego de una larga investigación estatal que duró hasta 2019. Estudiantes de arqueología de la Universidad del Sur de Florida desenterraron cincuenta y cinco tumbas, medio siglo después, decenas de cadáveres de niños que, supuestamente, se habían escapado de la escuela Dozier. Mentira. Todos habían muerto por las torturas en la “Casa Blanca”. Lo atestiguaban sus cuerpos mutilados, desnutridos, carbonizados por incendios, las muñecas fracturadas por las cadenas, los huesos rotos por los golpes. Niños inclusive de seis años de edad. Testimonios de sobrevivientes. Campaña de familiares. El Estado de Florida debió disculparse públicamente. Indemnizó a las víctimas. El gobernador es Ron DeSantis, el mismo que el año pasado evaluó postularse para presidente de Estados Unidos. Su discurso está a la derecha de Donald Trump.
La historia de los Nickel Boys acaso es un símbolo que explica en buena parte cómo sobrevive el boxeo aun tras décadas de pura hostilidad. De mafiosos que arreglaban peleas, de tiburones asociados con la TV que inventaron organizaciones y categorías nuevas. De las nuevas jaulas de luchas brutales que dominan cada vez más en el deporte de Estados Unidos, aliadas a Trump. Del negocio de youtubers y artistas que montan peleas taquilleras y afirman que eso es boxeo y que ellos son boxeadores. Y de una última Asociación mundial (IBA, ex AIBA) vinculada con alguna mafia rusa y que, en los últimos Juegos de París 2024, buscó desacreditar al Comité Olímpico Internacional (COI).
Utilizó para ello la figura polémica de la boxeadora argelina Imane Khelif. “Trans” aseguró la IBA con papeles dudosos, denunciando que el COI permitía entonces que un “hombre” boxeara contra mujeres. Se indignaron muchos. Presidentes incluídos, como Trump y Javier Milei. Fueron largos meses en los que se dudó la continuidad del boxeo como deporte olímpico. Es el deporte que permitió a la Argentina cosechar su mayor cantidad de medallas olímpicas (24, 7 de las cuales de oro, 7 de plata y 10 de bronce). Pero la última fue en los Juegos de Atlanta 96 y no tuvimos siquiera un boxeador argentino clasificado a los últimos de París, lo que provocó una brutal caída del dinero que el Enard (Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo) otorga al boxeo. El COI decidió semanas atrás cuidar finalmente al boxeo. Reconoció a una nueva Asociación Mundial (World Boxing, WB) que suma ya a casi un centenar de países afiliados, Argentina entre ellos. El país de Carlos Monzón, Nicolino Locche y tantos campeones más. Y el deporte, entre tantos, de los “Nickel Boys”. El deporte que muchas veces atenúa tanta desigualdad.