El domador de grandes
Platense se consagró campeón tras una campaña histórica en los playoffs del Apertura.
Hace poco menos de un mes, en esta misma columna, me animé a decir que, una vez finalizada la fase regular, comenzaba un torneo nuevo. Que tal vez no saldría campeón el mejor equipo, sino aquel que tuviera el mejor mes. La consagración de Platense como campeón del Torneo Clausura, ayer, no hizo más que confirmar esa idea.
El equipo dirigido por la dupla Orsi–Gómez había cerrado la fase regular con una derrota agónica ante Gimnasia, en el Bosque, que lo dejó en el sexto puesto de la Zona B. Ese resultado lo emparejó en los octavos de final con Racing Club, como visitante en el Cilindro de Avellaneda.
El rival no era menor: Racing llegaba con una racha impresionante de cinco victorias consecutivas y un presente alentador en la Copa Libertadores. Todo hacía suponer que las chances del Calamar eran escasas. Sin embargo, los gladiadores de Saavedra plantearon un partido inteligente ante el equipo de Gustavo Costas, cortando los circuitos internos de pase que sostienen el juego académico. Jugaron con calma, pero sobre todo con orden, sabiendo —o al menos intuyendo— que tendrían una oportunidad. Y que no podían desaprovecharla.
A poco del final, un centro de Mainero desde la derecha, ejecutado con su zurda, encontró la cabeza de Orsini, que acababa de ingresar. Con un leve desvío de parietal izquierdo, venció a Arias y marcó el gol del triunfo. Desde entonces y hasta el pitazo final, Platense se aferró al orden, la intensidad y la concentración. La Academia pasó de la desesperación a la frustración casi sin escalas.
El primer golpe estaba dado: Platense se metía en los cuartos de final, eliminando a uno de los candidatos y en su propia casa.
El camino se aventuraba complicado: el nuevo rival era, nada más y nada menos, que River en El Monumental. El equipo de Gallardo, de irregular arranque, se enderezó a partir del impacto de Franco Mastantuono. Pero el Marrón golpeó muy rápido en el primer tiempo y estuvo a punto de aumentar el tanteador con una fórmula repetida: orden para neutralizar las cualidades del rival. River fue incapaz de complicarlo, ni siquiera con la catarata de cambios que impulsó Napoleón gracias a los nombres propios de su banco de suplentes. El partido se diluía, con un River cada vez más frustrado, hasta que Yael Falcón Pérez encontró la fórmula para que River encontrara el empate. Pero Platense, con una prueba de coraje de sus jugadores, asombró nuevamente al mundo con su eficacia en los penales.
Platense ya no era una sorpresa: había cumplido su plan pero todavía quedaba un largo camino por recorrer. Un equipo que había eliminado a Racing y a River debía enfrentar nada más y nada menos que a San Lorenzo, el tercer grande al hilo, y otra vez como visitante en un Nuevo Gasómetro que era pura ilusión.
El partido se jugó —salvo los primeros 15 minutos— como Platense quería y más le convenía. Nunca perdió el orden ni se desesperó y, como en Avellaneda, fue paciente para esperar esa posibilidad que sabía que iba a tener. Y fue así que, después de un córner de Taborda y una mala salida de Gil, nuevamente un ingresado —esta vez Zapiola— sacudía la red del Nuevo Gasómetro, y Platense daba el tercer golpe, eliminaba a San Lorenzo en su casa y accedía a la gran final.
El rival era el Huracán de Kudelka, que venía de eliminar también de visitante a Central e Independiente, y que llegaba habiendo clasificado primero en su grupo de Copa Sudamericana. Incluso había guardado jugadores en el último choque con Corinthians, como para llegar en igualdad de condiciones físicas al partido decisivo en el Estadio Único Madre de Ciudades de Santiago del Estero.
Se preveía un partido cerrado, con Platense intentando no apartarse de su plan —ese que lo había traído hasta acá— y un Huracán que iba a cargar con el peso del partido para cortar una sequía de 52 años sin ser campeón del torneo local.
Una parte de lo que se especulaba sucedió: el Marrón nunca se apartó de su libreto, fue paciente, ordenado y no se guardó nada desde lo físico para doblar marcas e impedir que Mazzanti corriera, que Gil construyera y que Miljevic no encontrara espacios para jugar. En cambio, los Quemeros nunca se hicieron dueños del partido y volvieron a fallar como hace seis meses, en el José Amalfitani.
A 25 minutos del final y después de una hermosa volea de zurda de Mainero, Platense se puso en ventaja; no solo era el gol del campeonato, sino que, a partir de ese zapatazo, envolvió al Globito en su telaraña de orden y sacrificio y casi no sufrió. Era cuestión de tiempo: Platense ya había ejecutado su plan nuevamente a la perfección y solo faltaba esperar el pitazo final para gritar campeón por primera vez en su historia.
Platense es un justo campeón, entendió el formato mejor que ninguno, construyó a partir de sus virtudes y defectos un equipo sólido, sin fisuras, que sabía qué debía hacer para ganar y qué no para perder; que, si no hubiera sido por el horroroso arbitraje de Falcón Pérez en el Monumental, ganaba las cuatro fases 1 a 0; y que el único gol que recibió fue de penal. No se amilanó ante las 50.000 personas del Cilindro ni del Nuevo Gasómetro, menos ante los 84.000 del Monumental, ni por jugar la final en cancha neutral. Es más: es tan grande la convicción y personalidad de este equipo de Orsi y Gómez que todos los goles que convirtió los hizo siempre en las cabeceras locales de sus rivales, en la tribuna de la Guardia Imperial, de los Borrachos del Tablón, de la Gloriosa Butteler y en la final de cara a la barra de la Quema.
Aplausos para este equipo, pero por sobre todas las cosas, para el Negro y el Pelado, dos luchadores de la vida, dos tipos que tuvieron que remarla desde la D hasta la A, que nunca dejaron de ser quienes eran en sus inicios; esos a quienes quien escribe les manda un mensaje pidiéndoles un favor para alguna nota y, a los 20 minutos, ya está la respuesta. Además, dos grandes tipos. Hoy se subieron al escalón de entrenadores campeones del fútbol argentino, construyendo desde la nada un equipo que los represente no solo a ellos, sino a toda su hinchada. Ya lo habían hecho en sus inicios con Flandria; hoy lo hicieron con Platense.
Aplausos y felicitaciones para la dupla, para los jugadores, para los dirigentes que reconstruyeron un club que estaba en ruinas y que hace siete años estaba en Primera B, y para sus hinchas, que soñaban este momento pero que pocas veces lo sintieron cerca a lo largo de su historia. Se les escapó hace dos años en el mismo estadio frente a Rosario Central; ahora no se podía escapar, y no se escapó. Platense es el campeón del fútbol argentino. ¡Felicidades, Marrón!
Que lindo es ver a la dupla técnica de Platense disfrutando de ser campeón de primera A. Dos tipos sencillos y humildes que en el mundo del fútbol no abundan.
Muy linda nota, está dupla viene haciendo un camino bárbaro, no me sorprederia que en cualquier momento estén en un grande.