¿El fútbol de los campeones del mundo?
Los retornos de Ángel Di María y Leandro Paredes le dan un salto de calidad al fútbol argentino pero eso no alcanza a eclipsar lo que todos vemos.
Desde el día en que Gonzalo Montiel convirtió su penal contra Francia en la final de Qatar, cada vez que alguien habla del fútbol argentino lo hace con una frase que suena linda y llena de orgullo: el fútbol de los campeones del mundo.
Pero la pregunta es inevitable: ¿es realmente nuestro fútbol el mejor del mundo?
Es sabido, y salta a la vista, que la gestión de Claudio Tapia se sostiene casi exclusivamente en los logros de la Selección Nacional. Fue Lionel Scaloni, con Lionel Messi a la cabeza y una camada brillante de futbolistas, quien lo elevó. Aquel gol de Ángel Di María en la final de la Copa América 2021, en el Maracaná, no solo rompió una pared simbólica y cortó una sequía de 28 años sin títulos: también llenó de impunidad y soberbia a una dirigencia de AFA que, más allá del seleccionado, no ha sabido —ni querido— tomar buenas decisiones para el fútbol local.
Vos, querido lector, te preguntarás a qué me refiero específicamente. Tomá lápiz, papel y anotá: torneos de Ascenso que, en medio de la competencia, pasan de otorgar dos ascensos a seis; una Primera División con treinta equipos, algo inédito en el mundo; una Segunda División, el Nacional B, con treinta y seis clubes; descensos anulados en plena disputa tanto en el Ascenso como en la Liga Profesional; ampliaciones de cupos con finales improvisadas para que algún equipo "amigo del poder" tenga su segunda oportunidad; y un sistema arbitral sospechado en todas las categorías, incluido el Torneo Federal.
Si todo esto te parece poco, sumale que, en muchas divisiones, ya se intuye quién va a ganar su partido el martes, cuando se designan las autoridades. Árbitros que van al VAR y trazan las líneas según el color de la camiseta del protagonista. La manipulación ya no es teoría: es costumbre.
Es cierto que el regreso de cinco campeones del mundo —Pezzella, Montiel, Acuña, Paredes y Di María— más Armani, el único que siempre estuvo jugando en casa, jerarquiza, enaltece y acerca un poco esa frase tan trillada de “el fútbol campeón del mundo”. Pero lo cierto es que esa frase dista, y mucho, de la realidad cotidiana. Y ya que hablamos de frases trilladas, vale recordar una que decían nuestras abuelas: “para muestra basta un botón”. La tarde del sábado en Rosario fue ese botón. Una prueba clara de que el fútbol argentino es campeón del mundo solo por lo que pasó en Qatar. Porque lo que muestra, fecha a fecha, en nuestras canchas, es que nada es claro y que casi todo huele mal. Muy mal.
La escenografía es emocionante. El viernes, la Bombonera desbordaba de hinchas para recibir a Leandro Paredes en su regreso a casa. El sábado, el Gigante de Arroyito explotó con la presentación de Di María. Son postales que conmueven, que recorren el mundo y que podrían hacer pensar que el fútbol argentino vive su mejor momento: regresan los héroes de Qatar, las tribunas rebalsan de pasión, y los colores lo llenan todo. Pero esa postal, tan épica como engañosa, se desdibuja apenas se corre el velo.
La realidad golpea, cruda, en la cara de cualquier hincha que siga este deporte con algo más que romanticismo. Porque a la AFA de Chiqui Tapia y Pablo Toviggino no le interesa el crecimiento real del fútbol argentino. Su única prioridad es perpetuarse en el poder, mantener privilegios y aplicar la ley del patoterismo.
Hace ya un tiempo —te diría desde el mismo instante en que la dupla Tapia-Toviggino se adueñó del fútbol argentino— que hay un patrón que se repite detrás de cada arbitraje. Un círculo de poder que no solo se ve favorecido por las designaciones arbitrales, sino también por los fallos que estos mismos árbitros toman, ya sea en la cancha o frente al monitor del VAR.
El martes pasado cuando ya se sabía que Di María debutaba y que casualmente el árbitro designado era Pablo Dóvalo y el árbitro VAR estaría a cargo de Gastón Monsón Brizuela, todos aquellos que conocemos el detrás de escena sabíamos que cualquier cosa podía pasar y que lamentablemente pasó.
El penal que cobra Dóvalo —y que Brizuela no revisa— fue tan burdo como la bandera que desplegó la dirigencia de Rosario Central en el centro de la platea, justo frente a las cámaras de televisión, con un mensaje imposible de disimular: “Gracias Chiqui”. Una escena que dice más que mil comunicados, y que, por lo menos a mí, me obliga a dejar de repetir eso de que el fútbol argentino es “el campeón del mundo”, para asumir una frase más cruda pero más real: es el fútbol más sospechado del momento.
Porque a lo ocurrido el sábado hay que sumarle los guiños sistemáticos que reciben Barracas Central y los equipos santiagueños cada vez que necesitan un resultado. Y también la obsesión de elegir el Estadio Madre de Ciudades —el feudo del amigo fiel Toviggino— como sede de cada final, sin importar si eso perjudica a planteles o hinchas. Lo único que parece importar es mostrar poder. Mostrar impunidad.
Si vos, querido lector, te tomás el trabajo de buscar y anotar, vas a notar un patrón imposible de ignorar: los árbitros que dirigen a Barracas Central y a Central Córdoba de Santiago del Estero —tanto en campo como en el VAR— son siempre los mismos seis o siete. Se repiten. Rotan entre sí. Forman un loop eterno. Y como si eso fuera poco, todo cuenta con la complicidad del “empleado del mes”: Federico Beligoy, el brazo ejecutor de este disparate en el que está sumido el fútbol argentino. Porque detrás de cada designación, cada omisión y cada silencio, hay un sistema. No es casualidad. Es política. Y es poder.
Y como si todo esto fuera poco, el grado de impunidad que manejan les permite incluso meterse en la vida institucional de los clubes. El caso más reciente es el de San Lorenzo. El Tribunal de Ética y Honor del club elevó a la Comisión Directiva un pedido de destitución y expulsión como socio de su presidente, Marcelo Moretti. ¿La respuesta? Una advertencia desde la AFA, vía su propio tribunal: si el club avanza con ese proceso, se tomarán "duras medidas" contra un Ciclón que este viernes suspendió su reunión de comisión directiva.
Después, claro, se llenan la boca diciendo que “los clubes son de los socios”. Una frase vacía que este hecho desmiente por completo. A la AFA no le importan los clubes: solo les importa el poder. Su poder. Su impunidad. Su blindaje. Porque no se trata de cuidar a San Lorenzo, como algunos podrían creer. Lo que Chiqui Tapia intenta cuidar es su propio pellejo. Sabe que Karina Milei, Sebastián Pareja y el gobierno nacional ya lo tienen en la mira. Como dato no menor: Pareja avisó hace dos meses que participará en las próximas elecciones de San Lorenzo. Todo tiene que ver con todo.
Por eso, amigo hincha del fútbol, no te dejes engañar. El regreso de los cracks que nos dieron la tercera estrella no significa que este sea el Fútbol Campeón del Mundo. Puede que lo sea por las individualidades, por el talento que todavía nace en estas tierras y que brilla en cada cancha. Pero en lo que respecta a la organización, al manejo dirigencial, estamos lejísimos de ser un ejemplo.
Porque a quienes lo comandan no les interesa el juego, ni el hincha, ni el futuro. Les interesa su propio rédito. La ambición desmedida de una clase dirigencial que empieza, lentamente, a ser repudiada en casi todos los estadios del país. Y cuando el repudio es generalizado, cuando atraviesa colores y tribunas, es porque algo está cambiando. Es la señal de que la gente se empezó a cansar.
Lo único que les queda, entonces, es seguir usando el regreso de las estrellas como cortina de humo para tapar sus miserias. Pero –y como digo siempre, siempre hay un pero– la gente ya no come vidrio. Ya les sacó la ficha. Ahora solo resta sacarles la careta.
Otra excelente nota como nos tenes acostumbrados. Tapia es el emergente de la incapacidad y la falta de honestidad de la mayoria de los dirigentes del futbol. Sin la participacion de todos los hinchas en los clubes pasa esto.
Se puede decir más alto,pero no más claro.Excelente nota.