El fútbol que nos robaron
Entre recuerdos de hinchadas, estadios colmados y equipos que se repetían de memoria, un repaso de un fútbol argentino que, entre negocios, prohibiciones y cambios de costumbre, perdió su esencia.
Hay un viejo dicho popular que reza: “Todo tiempo pasado fue mejor”. A veces, no es más que un simple artilugio que utilizamos quienes vamos envejeciendo para darle más valor a lo que nos tocó vivir. Esto ocurre frente al avance arrollador de muchísimas cosas que han mejorado la vida de la gente, pero que, al mismo tiempo, la han alejado de aquellas experiencias que vivimos y que, a nuestro entender, fueron realmente muy importantes en la vida de cada ser humano.
El fútbol es una de esas cosas que han cambiado y que, en mi humilde opinión, lo han hecho para peor. Todo lo que vemos hoy, comparado con aquellos tiempos, es digno de estudio. Hoy, el negocio —y no sólo el del fútbol— se ha devorado la pasión, los usos y costumbres, el desahogo semanal que tenían los hombres y mujeres de ayer.
Y, como siempre nos pasa, te estarás preguntando, querido amigo lector, hacia dónde voy o a qué apunto. Bueno, sentate tranquilo, prepará las gafas o el mate, y ahí vamos.
Como ustedes saben —y si no lo saben, se van a enterar ahora—, tengo 54 años. En mis años de niñez, e incluso en la adolescencia, era una costumbre ir a fiestas familiares y escuchar a nuestros padres, tíos y abuelos hablar de fútbol. Ahí nomás surgía el recuerdo imborrable de formaciones históricas de cada club: mi viejo te recitaba de memoria a los “Carasuicias” o a los “Matadores”; mi tío, al Independiente de la época dorada y sus siete Copas Libertadores; y así cada uno con lo suyo.
En todos ellos había un denominador común que, a esa edad, yo no comprendía e incluso me hacía preguntar: ¿Cómo hacen estos locos para recordar todas esas formaciones? La respuesta era muy sencilla: no había muchos cambios de un año a otro. Eran casi siempre los mismos jugadores; como mucho, en cinco o seis años podían cambiar dos o tres, y no mucho más. Ésta es una de las razones por las cuales cada equipo campeón estaba en condiciones de repetir: el funcionamiento no era circunstancial, como lo es hoy en día, sino algo mecánico, que surgía de la repetición de situaciones cotidianas que cada grupo y equipo ya tenía incorporadas y trabajadas desde tiempo atrás.
Si lo comparás con estos tiempos, no sólo ya no se mantienen los equipos campeones, sino que además el libro de pases permanece abierto durante mucho más tiempo, lo que facilita la transferencia de jugadores. Incluso se ven casos de futbolistas que, en un mismo torneo, juegan para dos equipos diferentes. Sin ir más lejos, el jueves pasado —y por la cuarta fecha del Torneo Clausura— debutó en Vélez Rodrigo Aliendro, quien en las dos primeras fechas había jugado para River Plate.
Hoy en día vemos que, a casi todos los chicos que debutan en Primera, generalmente les toca arrancar con todo, pero después de tres o cuatro partidos —cuando los rivales empiezan a conocerlos— entran en una meseta y comienzan a convivir con el murmullo y hasta con la impaciencia de sus propios hinchas. En muchos casos, eso se transforma rápidamente en insultos, y hasta están aquellos que se apichonan ante el clima externo.
Yo creo que hay varias razones para que esto suceda, pero, para mí, la más importante es que se haya dejado de jugar la Reserva —o Tercera División, como más te guste llamarla— como preliminar de Primera.
Y vos quizás, en este momento, estés diciendo: ¿Qué dice este tipo? Bueno, te lo cuento desde mi propia vivencia: recordá que en mi pasado fui jugador de ascenso y experimenté todo esto que te voy a narrar.
Vos salías a jugar y ya había gente en la cancha, que a medida que avanzaba el reloj se iba llenando cada vez más. Cuando se acercaba el final del partido, ya había duelo de hinchadas; si hacías un gol, tu gente lo gritaba como si fuera del equipo principal; y si cometías un error, hasta te puteaban. Si ibas a patear un córner del lado visitante, te escupían como si fueras jugador de Primera.
Hoy eso se perdió: las Reservas juegan un día diferente y en canchas auxiliares, sin gente, sin murmullo, sin puteadas, casi sin gritos de gol. Y, si querés, agregale que los estadios míticos o mundialistas —que pueden movilizarte— no los conocés sin presiones, sino que lo hacés con las obligaciones extremas que tiene el fútbol profesional, lo que a veces te lleva a la distracción casi sin darte cuenta.
Y, por último, te voy a agregar algo que, casi sin darme cuenta, ya expresé líneas más arriba: la prohibición de ir de visitante.
Recuerdo, en mi niñez, las peleas de mi papá con mi mamá y mi abuelo. Mi madre, hija de italianos, estaba atada a la tradición del almuerzo familiar de los domingos, con fideos amasados en casa, donde nadie podía —ni debía— faltar. Mi abuelo se sentaba en la cabecera y era el dueño del lugar… menos para mi papá y para mí, que comíamos solos media hora antes —o el tiempo que fuera necesario— para irnos a la cancha a ver a San Lorenzo, jugara donde jugara. No importaban las tradiciones ajenas ni las costumbres importadas: San Lorenzo y el fútbol estaban por encima de todo.
Hoy, con esta prohibición, te encontrás con que sólo podés ir a la cancha dos veces por mes; que no hay duelos de hinchadas; que no te dejan entrar papelitos para agasajar a tu equipo en la salida al campo. El fútbol de hoy se parece más a un cine o a un teatro que a aquellas tardes festivas en las que íbamos de visitante a la Bombonera o al Monumental.
Yo no sé si te convencí de lo que yo estoy seguro, pero me complacería muchísimo haberte dejado pensando en todo esto que te enumeré. No soy un viejo rencoroso que no acepta los cambios generacionales ni los avances de la vida; pero sí estoy convencido de que los días de cancha que viví son inigualables.
Hoy, cuando se los cuento a mis hijos, se me cae un lagrimón. Por suerte existen los partidos de Copa Argentina, donde sí se permiten las dos hinchadas, y es ahí donde ellos pudieron comprobar que lo que papá les contaba no era tan loco.
Lástima que lo general de aquellos días se haya transformado en lo circunstancial de éstos. Es una pena. Igual, yo voy a seguir añorando esos viejos buenos tiempos, con la ilusión de que algún día nos devuelvan el fútbol que nos robaron.
Mariano tengo 52 y todo lo que narras es asi. Te faltaron el como conocias los 100 barrios porteños por ir a todas las canchas. Como ibas viendo a ese pibe de la reserva que pintaba para crack. Hoy te enteras que hay uno bueno cuando le suben la clausula . abrazo de gol
Gran nota Mariano. Como lo decís, a mi también "se me cae un lagrimón" rememorando esas épocas viendo la reserva previa al partido principal. Y no solo se perdió la pasión de las dos hinchadas, el partido de reserva....también la reunión familiar o las pastas de la nona...no me resigno a pensar que aquello fue una época formidable.