El parnaso de la Fórmula 1
Un debate sobre la máxima calidad histórica al comando de los coches más potentes y desafiantes. Los campeones del romanticismo s los dueños de la era de la tecnología. El último poema de Verstappen.
La entrevista tiene unos pocos años. Por un instante, se invierten los roles. Toto Wolff, el titular de la escuadra Mercedes, el entrevistado, de manera repentina interroga a Martin Brundle, expiloto de F-1 vuelto comentarista televisivo de la máxima categoría, quien conducía la entrevista.
-¿Por qué tengo que hacer todas las preguntas?-reflexiona Brundle y de allí se cuelga Wolff, con genuina curiosidad.
-Siempre te quise preguntar, ¿cómo era Ayrton en la vida real?
“Ayrton” no necesita más referencias. Senna peleó a veces de manera brutal un campeonato de Fórmula 3 contra el propio Brundle y luego compartieron una década en Fórmula 1 a partir de 1984.
-Un individuo complejo.
-¿Difícil?
-Un hombre emocionalmente motivado. Dueño de un don que nunca había visto antes. Conocía el nivel de grip antes y durante la curva, mientras el resto solo lo sabíamos durante y después de la curva. Tenía ese sexto sentido. Siempre sintió que el mundo estaba contra él.
-Ese es un patrón de los grandes- repone Wolff, que presume haber trabajado muchos años con uno de ellos.
-Realmente sentía que el mundo entero estaba contra él, todo el tiempo.
-Porque eso aumenta sus niveles de rendimiento-concluye el manager austríaco, que cita el caso de Michael Jordan- ¿Viste el documental “The Last Dance”?
-Una fuente de motivación. Pero yo diría –replica el inglés- que Ayrton corría con el corazón y Michael conducía con la cabeza.
“Michael” tampoco precisa más referencia. Es Schumacher, de quien Brundle fue compañero de equipo en Benetton durante 1992. Hubo lugar para más citas crípticas.
-Él tenía el mejor don dado por Dios que yo haya visto jamás- sentencia Brundle.
-¿Ese no era Lewis?-ataja Wolff
“Lewis” tampoco necesita más precisiones. Hay uno solo. Es Hamilton.
-Max, Ayrton…-suelta Brundle. “Max” es, por supuesto, Verstappen.
-Todos ellos piensan realmente que el mundo está contra ellos. Eso realmente les da… poder sobrenatural- resume el manager.
-La próxima vez que hagamos una entrevista, vas a hacer vos las preguntas, porque esa fue realmente buena.
-Es que en eso pienso siempre que te veo, porque competiste contra él. Uno respeta a aquellos que corrieron contra uno al mismo nivel.
-Pienso que sí, porque si le preguntás a Sir Jackie, te habla de Jim Clark. Y si le preguntás a Sir Stirling, menciona a Fangio.
“Sir Jackie” es Stewart, claro. Y “Sir Stirling” refiere a Moss.
-A propósito, alguien me preguntó esta semana sobre el podio ideal de la Fórmula 1 –remata Brundle- Eso sería para mí el podio de la historia. Yo diría Fangio. Clark. Senna. ¿Podés imaginarte un podio como ese, con semejantes talentos?
Sí. Se puede. No existe una historia oficial de la Fórmula 1, más allá de una sucesión de crónicas de éxitos y de estrellas. No hay una versión universal rubricada por la Federación Internacional del Automóvil (FIA). Pero cualquier historiador más o menos serio que aborde la cuestión normalmente llega a la misma conclusión. El podio histórico del Mundial lo integran Fangio (campeón en los ’50), Clark (en los ’60) y Senna (en los ‘80/’90).
A ese podio no se arriba comparando épocas -porque eso es imposible-, sino a través de una confrontación del significado y la espesura que cada astro representó para su era. Su grado de dominio, de hegemonía. Su nivel de aproximación a la perfección. Y con las herramientas habituales, la conclusión es una sola.
Fangio. Clark. Senna.
¿Una mirada teñida de romanticismo?
CONTADORES VERSUS HISTORIADORES
¿Dónde está parado Michael? ¿Y Lewis? ¿Dónde está Max? El repaso estadístico indica que son los tres máximos ganadores de Grands Prix en los 75 años de historia en el Mundial. El GP de Singapur, este fin de semana, será el número 1143. Entre Hamilton (105), Schumacher (91) y Verstappen (67) suman 263 triunfos, casi una de cada cuatro. Los tres conquistaron en total 18 de los 75 títulos puestos en juego, también prácticamente uno de cada cuatro. Del otro lado, podría decirse, quedaron los otros 778 pilotos que tomaron parte de al menos un Grand Prix en el Mundial.
Pero esas cifras las pueden establecer los contadores y no hay necesidad de historiadores para llegar a semejante conclusión. Ese es un punto de vista que se queda corto. Se contenta con el qué. No valora el cómo. Y mucho menos el para qué. Además, es difícil asignarle un lugar, con un juicio valedero que goce de la perspectiva histórica, a pilotos que todavía están en actividad.
¿Vale la pena defender a Fangio, a Clark, a Senna? Diez títulos entre ellos, 90 triunfos sumados, en las estadísticas pelean cuando se pondera su nivel de éxito respecto a la cantidad de competencias disputadas –hoy se disputan en cada torneo cuatro veces más competencias que en los ’50 y tres veces más que en los ’60-, pero no tienen rivales a la vista a la hora de sopesar sus méritos. El cómo. El para qué.
Probablemente no sea necesario recordar que Fangio ganó cuatro títulos mundiales en una época en la que seguridad era mínima, en la que no menos de 20 pilotos de primera línea perdieron la vida en accidentes y en la que simplemente salirse de la pista significaba sacarse un ticket en la rifa de San Pedro.
Tampoco que Clark dominó su época como prácticamente ningún otro piloto a lo largo de casi ocho décadas, con coches que siempre estaban a punto de romperse, a diferencia de los actuales, construidos a prueba de balas.
O que Senna era capaz de épicas para el asombro, al límite de una excelencia todopoderosa, transformando con naturalidad sus victorias en hazañas, acostumbrado a vencer con coches que no era propietarios del máximo rendimiento.
Senna y Schumacher fueron contemporáneos, y Brundle estaba allí para atestiguarlo. Esos años fueron un punto de inflexión en la historia de la Fórmula 1. Se priorizó la búsqueda de seguridad en los coches, lo que provocó que, a lo largo de las últimas décadas, conducir un F-1 dejara de entrañar prácticamente riesgos mortales.
Entonces, cambió la dinámica. Schumacher es el único piloto de la historia del Mundial que ganó cinco títulos consecutivos, un record en vigencia, pero nunca exento de la controversia. El alemán se vio envuelto en más polémicas que cualquier otro supercampeón. Corría con la cabeza, como asegura Brundle, pero podía perderla a menudo.
Hamilton disfrutó de años de superioridad, acaso nunca como en el bienio 2019/20. Para entonces, aquella dinámica cambiante había establecido largos periodos de superioridad técnica en la que la calidad de los coches prevalecía más que nunca sobre la cualidad conductiva de quienes debían conducirlos. Se sucedieron largos periodos de dominio –Schumacher, Vettel, Hamilton, ahora Verstappen- asociados a una neta superioridad técnica. A Hamilton, por ejemplo, solo lo derrotó su compañero Nico Rosberg, en 2016, el único que corría un auto como el suyo. El peso que hoy el auto y el equipo tienen en la ecuación ganadora es superior al de las eras de Fangio y Clark, e inclusive la de Senna.
Se podría postular, aun cuando ya se ha hecho la salvedad de que Hamilton y Verstappen todavía se mantienen en actividad y por lo tanto, el juicio histórico no los alcanza todavía, que ellos dos y Schumacher integran un segundo podio, inmediatamente debajo del de Fangio, Clark y Senna.
Habría que discutirlo. Porque Niki Lauda, la máxima leyenda de la historia de la F-1 –fue campeón, estuvo al borde de la muerte, volvió y conquistó otro título, se retiró y volvió a regresar para ganar un tercer halago- acumuló los méritos suficientes para disputarles un lugar. O el propio Alain Prost, el Profesor, dueño de un muy eficaz estilo clínico que sumó cuatro títulos y que con Senna coprotagonizó el máximo duelo de toda la historia del Mundial. Los españoles podrían esgrimir el nombre de Fernando Alonso, un piloto emocionante y un poco malévolo que parece una versión conductiva del Fausto de Goethe y que conquistó muchos menos títulos que los que merecía.
SANTUARIO DE OBRAS ARTÍSTICAS AL VOLANTE
En la mitología griega, Parnaso, hijo de Poseidón y de la ninfa Cleodora, fundó el oráculo de Delfos, en la ladera del monte Parnaso. Se considera al Parnaso como la patria simbólica de los poetas y, por extensión, como el santuario en el que se recopilan los autores de las más prestigiosas obras artísticas.
Desde una perspectiva sensible, Fangio, Clark y Senna fueron los máximos artistas de la historia del Mundial. Sus triunfos, distinguibles unos de otros, llevan firma de autor. Un sello. Fueron poetas del volante. ¿Es una mirada demasiado romántica? Es la que puede prevalecer antes que, dentro de 10 o 20 años, se recuerden como obras magnas los triunfos de Hamilton en 2019 y 2020 o las fabulosas victorias de Verstappen bajo el agua. Y se incluyan de manera indiscutible en el Parnaso.
A propósito de Max. Un fin de semana gana en Monza. Al fin de semana siguiente, consigue la licencia para competir en el Nurburgring Nordschleife, el circuito más desafiante del planeta. El domingo siguiente, triunfa en Baku. Un fin de semana más tarde, debuta en el Nordschleife con un triunfo de punta a punta, conduciendo una Ferrari de Gran Turismo. Este fin de semana podría lograr su tercera victoria consecutiva en Fórmula 1. La tiene tan difícil en Singapur, ante los McLaren, que será una hazaña si lo consigue.
Sería, en ese caso, un triunfo de autor.