El regreso de Horacio Dileo, la mano derecha de Méndez en la Selección
Días antes de volver a trabajar en el seleccionado, elogió a quien considera el mejor entrenador de la historia de la celeste y blanca y el más completo del mundo de la actualidad.
“La de Marcelo Méndez es la mejor etapa de la historia de las selecciones argentinas de vóleibol”, asegura Horacio Dileo. “Lo digo con todo respeto por los entrenadores que pasaron y dejaron su huella, su marca y su impronta en la Selección Argentina. Pero lo de Marcelo para mí es diferente”, agrega. Habla, además, de una historia de lealtad inquebrantable y del mandamiento no escrito de cuidar, como si fuese algo sagrado, un nombre: el de ese hombre al que considera el entrenador más completo del mundo.
Conoce como pocos los mecanismos de relojería que llevaron a la celeste y blanca al podio en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020+1. Para los voleiboleros hay fotos inolvidables y conmovedoras de Dileo junto a Méndez, aún con barbijos, en épocas de COVID, aislamiento y construcción de una gloria coloreada de bronce.
Después de aquella aventura, se alejó del cuerpo técnico de la Albiceleste. Cuatro años más tarde, Dileo regresa como asistente principal en 2025. “Para mí, volver es un sueño. Emocionalmente es muy fuerte, porque no sólo voy a trabajar con Marcelo, sino con mi ahijado, Juan Manuel”, dice. Se refiere al hijo de Méndez, quien será otro de los asistentes y dejará su puesto como especialista en estadísticas.
“Me voy a reencontrar con un montón de gente con la que trabajamos desde 2019 hasta los Juegos de Tokio. Un cuerpo técnico maravilloso, los médicos, el PF Fede Baroni, el utilero Oscar Cantero”, enumera.
La videollamada con Insiders lo encuentra en Brasil, donde debió quedarse más de lo previsto: el día previo a la final de la Superliga ya sentía un decaimiento muy marcado que, pasada la definición de la corona, terminó en una neumonía por la cual los médicos le impidieron viajar según el itinerario original. De no mediar inconvenientes, el lunes 19 ya estará junto al equipo en el CENARD.
Un día antes, el domingo 18, Méndez tratará de conquistar algo inédito para un entrenador argentino: alzar la Champions League de Europa, al mando del Jastrzębski Węgiel polaco en el que juegan sus compatriotas Luciano Vicentin y Juan Finoli. Será su tercera oportunidad consecutiva. Perdió las dos finales previas y ahora irá por la revancha con un formato de Final Four en el que también estará, en la otra llave de semifinales, el Perugia de Agustín Loser y Sebastián Solé.
“Por lo general hablamos cuatro o cinco veces por semana por teléfono. Estamos en contacto permanente. En estos días lo dejé tranquilo, porque sé que son horas importantes para la preparación”, explica. “Vamos a volver a trabajar juntos en la Selección, pero la nuestra es una amistad muy presente. Nos conocimos jugando en River y sostenemos el vínculo hace casi cuarenta años”, detalla.
REGRESAR ADONDE UNO FUE FELIZ
Para que la reincorporación de Dileo a la Selección sea noticia primero hay que hurgar en su alejamiento post-bronce en Tokio. “Después de los Juegos le pedí una pausa a Marcelo, porque me fui a dirigir a un club de Francia, en una experiencia que no me gustó nada desde el día que llegué. Soy así, cuando me prometen algo y no cumplen, se me van todas las imágenes positivas”, explica.
A mitad de esa temporada se alejó de allí y recaló en el SCM Zalău de Rumania, un país en el que ya había trabajado. “Rumania es un lugar en el que me sentía muy cómodo. De hecho, hicimos un buen trabajo y estaba por firmar para la temporada siguiente con el Steaua de Bucarest, un equipo que además es muy importante y tradicional en el fútbol rumano, y con el que íbamos a jugar copas europeas”, dice.
–Steaua fue rival de River en la final de la Intercontinental de fútbol en 1986.
–Claro. Y justo ahí, cuando estaba en tratativas con ellos, me llamaron de nuevo de Renata/Campinas, el equipo de Brasil en el que había dirigido durante cinco temporadas. No tuve mucho que pensar. Soy muy feliz en Brasil. En ese momento, Marcelo me ofreció volver con él a la Selección, pero le expliqué que no podía: cuando me fui en 2021, Renata había renovado casi toda la comisión técnica. Había mucho por reconstruir y no me podía dar el lujo de llegar para los playoffs del campeonato paulista. Eso era una cuestión mía, pero lo que tenía claro es que no le podía fallar a Marcelo, que me ofrecía flexibilidad y ciertas concesiones.
–¿Cuál era tu reparo en ese sentido?
–Él da el ciento por ciento en todo y yo, en ese momento, no podía darle el ciento por ciento. No me parecía justo para una persona de una conducta irreprochable como él. Humana y profesionalmente yo no podía aprovecharme. “Se la iban a cobrar” en algún momento. Y no me iba a permitir hacerle daño. Llevamos casi cuarenta años de amistad, somos como una familia, y siempre supimos separar la paja del trigo. Después me entendió y se dio cuenta de que no era por mí, sino sobre todo por él. Había un nombre que cuidar de cualquier manera: Marcelo Méndez.
–¿Cómo vivís la previa al regreso a la celeste y blanca?
–Me voy a reencontrar con un montón de gente que quiero y respeto mucho. Así como es una alegría muy grande, también es enorme la responsabilidad. Además, es volver a estar cerca de un grupo de jugadores que tienen una particularidad: la mayor parte del equipo de 2025 es la base del equipo que Marcelo designó para jugar la Copa del Mundo de 2019. Ahí tenemos otro punto de coherencia y planificación del ciclo de Marcelo. Tengo un muy buen vínculo con el grupo y para mí es un placer volver a trabajar con ellos. De hecho, en estos días varios me estuvieron saludando y diciéndome que no fuera tan vago y que volviera a trabajar, que no me hiciera el enfermo, ja. Son muchachos que quiero mucho.
–En la era Méndez hubo un bronce olímpico y la primera consagración en un Sudamericano de Mayores en el que jugara Brasil.
–La de Marcelo Méndez es la mejor etapa de la historia de las selecciones argentinas de vóleibol. Lo digo con todo respeto por los entrenadores que pasaron y dejaron su huella, su marca y su impronta en la Selección Argentina. Pero lo de Marcelo para mí es diferente, porque tiene un tinte ligado al trabajo, al sacrificio, a la voluntad y, por sobre todas las cosas, a que las figuras siempre sean los jugadores, los atletas. Él se pone siempre en segundo plano.
Es mi amigo y tengo que respetarlo y ayudarlo desde el lugar que él decida en esta ocasión. Estuve tres temporadas afuera de la Selección y siempre seguí pendiente. Nunca corté el vínculo. Y ahora me toca estar de nuevo del lado de adentro. Y me pone feliz, porque soy una persona excesivamente emotiva, sobre todo a esta edad.
–¿Marcelo es el mejor entrenador del mundo en la actualidad?
–Para mí es el más completo. Es el que no tiene puntos flacos. Es completo: como líder, para dirigir, técnicamente, tácticamente, humanamente. Es una diferencia terrible, y es dueño de unos valores y unos principios que transmite e inculca a sus jugadores y a la gente que trabaja con él. Eso para mí lo hace el mejor.
RETROSPECTIVA DE BRONCE
–Si nos vamos hacia atrás, ¿cuáles son los momentos que guardás en tu memoria y en tu corazón de ese lapso tan virtuoso entre 2019 y 2021?
–Los 80 días de 2021, desde que llegamos a Rímini, Italia, para jugar la VNL, hasta la medalla de bronce en Tokio, fueron inolvidables. Fue un nivel de exigencia tan pero tan alto que sólo quienes estuvimos ahí adentro podemos entender. Y ahí destaco la figura de líder de Marcelo y su humanidad a pesar de la convicción de sus ideas, porque un líder te tiene que convencer. Pocos saben que, cuando firmó la planificación en la Secretaría de Deportes, dijo que íbamos a Tokio por una medalla. Me acuerdo porque me quedé dos minutos mirándolo cuando me lo dijo.
–¿Qué tan particulares fueron, para el cuerpo técnico, esos 80 días hasta llegar a un podio olímpico?
–Por un lado, rescato el cuidado de Marcelo hacia todo el plantel, toda la delegación: del primer al último jugador, del primer al último asistente. En ese período de 80 días el cuerpo técnico trabajó de manera incansable. Si dormimos un promedio de cuatro horas, quizás estoy exagerando. Llegamos a un hotel de Rímini, donde se jugaba la VNL. Había 37 metros, contados, entre la puerta del hotel y la playa. Y la comisión técnica pisó la arena ocho días después de llegar a Italia. Así se trabajó para llegar adonde se llegó en los Juegos Olímpicos.
–Más allá de ese racconto, ¿tenés fogonazos o imágenes que se te vengan siempre a la cabeza? Recuerdo fotos muy emotivas en las que aparecés con Marcelo en Tokio.
–A mí el partido que más me marcó fue el 3-0 contra Estados Unidos. Pocas veces vi a una Selección Argentina jugar tan bien al vóley. Los apagamos, los sacamos de la cancha. Me acuerdo la última bola, con la convicción que fue a atacar “el Polaco” Poglajen contra el bloqueo, para el “manos y afuera”.
–Volvamos a lo emotivo. La victoria frente a Italia, en cuartos de final, también fue una cosa de locos.
–Estados Unidos es un equipo que a mí siempre me representó un nivel superior: alegría de enfrentarlo y de alguna manera poder ganarle de la manera que les ganamos. Ahí se abrió todo el camino. Nadie se acuerda que dos días antes perdíamos con Túnez 2-0 y estábamos abajo varios puntos en el tercer set. Y ahí el equipo se reconvirtió y lo sacó adelante. Después de superar todo eso en fase regular, estaba seguro de que a Italia le íbamos a ganar en cuartos de final.
Ese grupo de chicos no midió sacrificios. Esos pibes no volvieron a su casa durante 80 días. Y había algunos casados, con hijos. Fue un proceso de trabajo, de convivencia, de aceptar todo lo que viven seres humanos obligados a pasar 80 días juntos, con restricciones de todo tipo por el COVID, con las alegrías, las tristezas, la euforia, la crispación, las discusiones y todo lo inherente a lo humano. Pero sobre todo hubo humanidad, y eso es lo que distingue a los equipos que lidera Marcelo.
LA PARÁBOLA 2019-2025
–Decías que gran parte del plantel de la Copa del Mundo de 2019 será el que afrontará la VNL y el Mundial en 2025. ¿Cuál será la impronta de este plantel? Porque no está Luciano De Cecco, se retiró Facu Conte y no fueron citados Martín Ramos y Ezequiel Palacios, otros históricos.
–Creo que éste va a ser el equipo que se empezó a diseñar allá en 2019. Independientemente de las ausencias que marcaste, estos son los chicos con los que Argentina va a afrontar las próximas competencias, a los que se sumarán algunos que están siendo observados y de los cuales no quiero opinar hasta no verlos entrenar y estar con ellos. Sería imprudente si hablara antes de esa evaluación.
Y la impronta será la misma que la Selección tiene desde 2019: mucho trabajo, mucha construcción de equipo, mucha humildad, y hacer hincapié no en las cosas que nos gustaría, sino en las que podemos hacer realmente bien. Es lo que Marcelo pregonó en tantos años.
–En 2025, la VNL es muy importante, pero también tenemos el primer Mundial bianual. ¿Cómo imaginás ambos torneos?
–Es la primera vez que voy a un Mundial y estoy emocionado por eso. Para la VNL vamos a llegar al debut en Canadá con jugadores que se entrenaron entre seis y ocho semanas, y algunos llegarán con el cansancio acumulado de ligas extranjeras, con promedios de 40 a 45 partidos por temporada. Bruno Lima, que jugó en mi equipo, Renata/Campinas de Brasil, tuvo 44 semanas de trabajo. ¡Son 11 meses, es mucho tiempo! Argentina, a diferencia de otros equipos, no puede darles mucho descanso a algunos jugadores. Ya en Canadá vamos a salir a sumar la mayor cantidad de puntos que podamos, tanto para ir definiendo el equipo como para tener posibilidades matemáticas de llegar a las finales de la VNL en China.
PIBES QUE SON FAROS DE LA SELECCIÓN
–Tuviste a Bruno Lima en tus dos últimas campañas en Brasil. Parece estar en un nivel altísimo, con una efectividad altísima también.
–Bruno es un pibe al que lo quieren todos, un pibe al que lo respetan todos. Para mí este año fue, despegado, el mejor opuesto de la Superliga de Brasil. Si hubiéramos ganado la final, no tengo dudas de que le hubieran dado el premio al mejor opuesto. Entiende muy bien los procesos de adaptación y se acostumbró a jugar con un armador como “Mumi” González en la temporada pasada y con Bruno Rezende en ésta. Y fue mejorando y hay cosas en las que puede seguir mejorando. Por ejemplo, estamos haciendo mucho hincapié en el saque. Es una cuestión de tiempo y de convencimiento, de saber afrontarlo en momentos de duda. En la última campaña tuvo momentos brillantes de saque, con una velocidad altísima.
–Así como mencionaste a Bruno, también podemos hablar de Agustín Loser, que jugará el Final Four de la Champions. En Insiders, Méndez dijo que está llamado a ser líder, junto con Lima y Santiago Danani.
–Agus ya no nos sorprende a nosotros, sino al mundo. Es un jugador joven, pero a la vez con mucha experiencia. En Tokio fue importantísimo para la Selección, cuando era mucho más joven. Por sobre todo, es un pibe que, como todos estos chicos, tiene tatuada la camiseta de la Selección. Pibes que dejan todo por la Selección. Agustín es un faro para los que vienen detrás. Tiene dotes de líder muy marcadas. Es trabajador, sabe escuchar y da placer conversar con él. Como dijo Marcelo, junto con Lima y Danani serán fundamentales para la Selección que se viene.
SUPERLIGA, SUPERORGULLO
–A lo lejos, es difícil conocer la real dimensión de la Superliga de Brasil, un torneo tan tradicional en un país que vive el vóley de manera muy especial. ¿Cómo la describirías?
–Es un campeonato sumamente competitivo. Acá se juega bien el vóleibol y acá se entiende el vóleibol. Este año tuvo la particularidad de que se abrió una brecha entre el quinto y el sexto. Y hubo muy poca diferencia entre el primero y el quinto. Nosotros perdimos sólo cuatro partidos en toda la fase regular y fuimos terceros. Más allá de que la tabla se cortó en dos grandes grupos, el nivel técnico fue incluso superior al de la temporada pasada. Había que jugar muy bien para ganar. Además, es un torneo con muy pocos extranjeros. Y los extranjeros no se adaptan tan fácilmente. El caso de Bruno Lima es muy especial.
–Dirigiste a Bruno Rezende y Mauricio Borges, jugadores de mil batallas contra Argentina. ¿Cómo fue la experiencia de trabajar con ellos?
–Una de las grandes diferencias es que todavía se entrenan como si fuesen chicos de 18 años. Y te exigen todos los días. Siempre quieren más. Son extremadamente autoexigentes y muy profesionales, y eso ayuda muchísimo a un entrenador.
Todo lo que me habían contado sobre Bruno quedó chico. Es un pibe que siempre quiere más. Termina de hacer pesas y quiere hacer pelota. Le decís: “Pero recién hicimos trabajos de fuerza”. Y él insiste en que se quiere entrenar. Nunca le pesa el trabajo, nunca parece cansado. Y siempre está con una sonrisa. Mauricio Borges era un termómetro para nosotros: era el equilibrio técnico y emocional dentro de la cancha. Es un excelente pasador y un muy buen atacante: ahora, obviamente un atacante mucho más técnico que de fuerza.
–Llegaste a las dos últimas finales de la Superliga. ¿Cómo se vive esa definición a partido único, un domingo a la mañana, con estadios repletos y una cobertura mediática imponente?
–La cobertura mediática es increíble. La final 2024/25 fue por televisión abierta y la vieron 89 millones de personas. Es un gran evento. A mí no me gusta el formato de final única. Me gustaría al mejor de tres partidos. En una serie hay más posibilidades de que gane el mejor. En un “partido seco” gana el que mejor se levanta ese día y quizás no coincide con tantas semanas de competencia previa. Pero nosotros no estamos hechos para decidir esas cosas. En esta final empezamos muy bien y después no pudimos cerrar ni el segundo ni el tercer set. Y en el cuarto, SADA Cruzeiro ya fue mejor y mereció claramente ser campeón.
–Tenés un gran recorrido en Renata/Campinas: cinco temporadas entre 2016/17 y 2020/21 y otras tres entre 2022/23 y la reciente.
–Cuando llegué al club, el equipo venía de jugar la final de la temporada anterior: era un plantel con una inversión muy grande y habían armado un equipazo. Al otro año perdimos el patrocinio y hubo que armar un plantel nuevo, con muchos veteranos. Perdimos en semifinales con SADA Cruzeiro. Era una época en la que todos jugábamos o competíamos, pero el único que ganaba era SADA. Así se decía acá en Brasil. Y ahora, tantos años después, llegamos dos veces seguidas a la final. No soy una persona que pueda hablar mucho de triunfos, pero sí de desarrollo de ideas y de equipos, en búsqueda de la competitividad permanente. Y nosotros competimos siempre, siempre. Inclusive, en el último año de mi etapa anterior ganamos por primera vez el campeonato paulista contra el Taubaté que dirigía Javier Weber.
–¿Pudiste dimensionar o valorar el éxito de ser finalista dos veces consecutivas? ¿O prevaleció el sentimiento de haberlas perdido?
–Si vos mirás las fotos, estoy muy serio y mi cara no transmite lo que yo sentía en ese momento. Porque había entendido el valor del segundo puesto. Lo entendí, sobre todo, cuando vi un podio olímpico de una selección brasileña femenina. Roberta, la segunda armadora, estaba besando la medalla de plata con un sentimiento que pocas veces vi en un atleta. Era un sentimiento de gratitud, de felicidad, de tranquilidad por la tarea hecha y de orgullo por lo que tenía colgado en el pecho. Sólo dos llegan a la final y apenas uno la gana. Si nos convertimos en los mejores, bienvenido. Y si no pudimos, volveremos a intentarlo.
Si no es así, nos vamos a quedar con la famosa frase de Carlos Bianchi de que no fue a recibir la medalla porque no sabía que el segundo tenía premio. Es una frase que me encantaría borrar de la historia del deporte mundial, aun con todo el respeto que me merece Bianchi como persona y como entrenador.
–De hecho, declaraste que te sentías honrado por el camino recorrido.
–Sí, porque con el equipo habíamos hablado mucho sobre el camino recorrido desde el primer día en que entraron al vestuario sabiendo que había que defender el hecho de haber llegado a la final previa, aunque muchos de los integrantes de este plantel eran nuevos. Era una carga extra, pero también sabíamos que nos armamos para poder jugar la mayor cantidad de finales posibles. Sólo nos faltó llegar a la final de la Copa Brasil. Me sentí muy honrado por el compromiso con el cual se afrontó cada práctica y cada partido.
Más allá de eso, mi esposa me dijo que estaba muy serio en el podio. La miré como diciéndole: “Acabamos de perder una final”. Y ella, con su mirada, pareció decirme: “¿Y a mí qué me importa? Lo importante era que estabas ahí: entre los finalistas”. Tengo niveles de autoexigencia elevadísimos y, por eso, mis lapsos de disfrute suelen ser muy pequeños. Disfruté todo lo que pude. A mi manera.