El mal de la silla eléctrica: una condena inevitable
En cuatro fechas del Apertura argentino tres entrenadores abandonaron su cargo -y alguno más podría irse mientras escribimos estas líneas-, una tendencia que se repite torneo a torneo.
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Con los años, en innumerables charlas con amigos e incluso con desconocidos, cada vez que surge una conversación sobre las profesiones de riesgo, he comprobado que solemos coincidir en dos o tres que, casi sin pensarlo, nos vienen a la mente. Es decir, por lo general —y seguramente vos también estarás de acuerdo conmigo— las que siempre se mencionan son las mismas: el domador de circo, el bombero, el minero, el que trabaja en las alturas apenas sostenido por una soga y un arnés, entre otras.
Si me permitís, hoy quiero agregarte una que nadie menciona: la profesión de Director Técnico.
Esperá, no te adelantes ni te enojes conmigo. Ya lo sé. Es evidente que si aquel que está colgado en una silleta a 30 metros de altura pierde el equilibrio o se le suelta un aparejo, mejor ni imaginarse el desenlace. No hay comparación, no... O sí. Tal vez, pensándolo bien, en términos simbólicos, sí. Te puedo asegurar, sobre todo por mi experiencia como entrenador, que cada fracaso se siente como una caída en el vacío.
Nobleza obliga, la analogía está inspirada en palabras de Sergio Rondina: “Cuando perdés un partido, no te amargás solamente vos, sino que esa amargura se la contagiás a todo tu entorno. Pero peor todavía, durante las primeras horas después de consumada la derrota, llegás a pensar que no servís para nada”.
Por eso, joven argentino o argentina, si estás pensando en tu futuro y te imaginás sentado en un banco de suplentes, con ayudantes a un lado y al otro hablándote al oído, con los suplentes de tu equipo esperando un cambio, o dando órdenes a diestra y siniestra a los que se prodigan en el campo de juego, quiero advertirte que la de Director Técnico es, efectivamente, una profesión de riesgo.
Para que no creas que soy el único que piensa así, puedo volcar en estas líneas testimonios de muchos colegas que han padecido en algún momento el mal de la silla eléctrica o, dicho con otra metáfora, los pormenores de estar inmerso en esa picadora de carne que es el puesto de DT.
Y está bien, no me quejo. Uno no elige su oficio o su profesión. La profesión lo elige a uno, como le pasó al Huevo Rondina: “A mis 20 años yo ya sabía que iba a ser entrenador. ¿Sabés quién tuvo la culpa? Un gran entrenador del ascenso ya fallecido, el Vasco Roberto Iturrieta. Recuerdo que fue un día de semana. Él andaba de acá para allá con el Tacti Camp, esa tablita verde que simula un campo de juego con las fichitas. No me acuerdo contra quién era, pero sé que se nos venía una fecha importante y entonces el Vasco nos mostraba de qué manera teníamos que jugar para ganar. ¡Y al sábado siguiente ganamos! ‘Qué lindo que es esto’, pensé. Y ahí, en ese mismo momento, me di cuenta que aquel hombre me había inoculado las ganas de ser técnico. No tuve escapatoria”.
Traigo las palabras del "Huevo" porque considero que él es el prototipo del DT que se las arregla con lo que tiene. Y eso, aunque te salga bien, te obliga a redoblar esfuerzos, a agudizar el ingenio para definir esquemas, sistemas y planteos según el rival de turno. Suscribo sus palabras: la profesión de DT se va incubando en el alma del que todavía es jugador, mientras se forja en el vestuario, absorbe cada método de conducción y, al mismo tiempo, aprende a lidiar con el estrés que, si no es capaz de manejar, terminará por triturarlo.
Pero la reflexión certera y oportuna de Rondina me gustaría agregarle otro pensamiento. Porque no resulta difícil imaginar que no es lo mismo dirigir un equipo en un club con escasos recursos que en una institución con estructura y presupuesto. En otras palabras, muy distinto es llegar a un lugar donde contás con todas las herramientas al alcance de tu mano, sabiendo de antemano que el margen de error o la posibilidad del fracaso son sustancialmente más estrechos.
Por el contrario, supongo que es sencillo entender qué le pasa a aquel que llega a un club con poco, o nada de recursos. Pensá que vos te anotás en un curso donde nadie te garantiza en qué club vas a dirigir. Si te toca una playa en el Caribe o una trinchera en Kosovo. El formulario lo dice clarito: CURSO DE DIRECTOR TÉCNICO NACIONAL DE FÚTBOL. Ni una palabra más, ni una palabra menos.
Porque salvo que seas Gallardo, Gago o Costas, seguramente terminarás en algún equipo del ascenso profundo en modo supervivencia para empezar a construir tu carrera. Y entonces, aunque al final del camino las cosas terminen saliéndote bien, ya te sentaste en esa silla donde te van a fritar a ocho mil voltios, de frente y de perfil.
¿Te acordás de aquello de “pedí un cuatro y me trajeron un pomelo”? Bueno, en el Ascenso y aún en muchos equipos de Primera A con bajo presupuesto, es así o peor. Todo es más difícil cuando no tenés recursos. Peleas continuas con los dirigentes porque no te traen ni la mitad de los refuerzos que les pediste; con el canchero porque si caen dos gotas no te deja usar la cancha para entrenar; con el médico que en la semana ves en una sola práctica y cuando hay que jugar viene solamente de local porque de visitante también hay que pagarle; con el utilero porque no se secó la ropa del día anterior y no tiene otra muda; y puedo seguir enumerando obstáculos del día a día. Entonces, además de DT, terminás siendo dirigente, canchero, médico, utilero, y si me apurás un poco, también psicólogo de cada uno que te trae un problema.
Por tanto esfuerzo, por tanto multiplicarse en las funciones que debe asumir a pesar de tantas carencias, adivino que estás pensando, querido lector, que si como resultado de todo ese sacrificio llegan los triunfos, al DT lo convierten en un Dios. Sí, es verdad. Pero si el siguiente resultado es negativo, los mismos que te idolatraron te bajan de un plumazo y te putean hasta quedarse afónicos. Ma’ que Dios, ni ocho cuartos...
Sergio Gómez, integrante junto a Favio Orsi de una dupla de técnicos que batalló en el ascenso para escribir su propio camino hasta llegar a la Primera División, conoce al detalle esa ciclotimia. Siempre en sociedad con Orsi, dirigió a Fénix, Español, Flandria, Almagro, San Martín de Tucumán y Ferro antes de dar el salto a la máxima división para comandar a Godoy Cruz, Atlético Tucumán y actualmente Platense: “Cuando ganás, la principal sensación es que al menos vas a durar una semana más en el club. Pero si perdés, el efecto es exactamente lo contrario. Empezás a caminar por la cuerda floja y se te llena el culo de preguntas”.
Orsi, la otra mitad de una pareja que escribió una gran campaña en el Calamar durante 2024, completa la respuesta: “Perder tiene sus efectos negativos, no solamente en tu estado de ánimo personal, sino también en el de tu propia familia. Un flanco muy vulnerable si los hay para cualquier ser humano. Por eso tenés que ser muy fuerte para sobrellevarlo”.
Puedo ofrecer mi testimonio personal para certificar las palabras de Orsi. Porque este mal de la silla eléctrica excede el ámbito profesional. Si los resultados no se dan, o pero aún si entrás en una curva de derrotas, la sensación es que los tuyos también se están intoxicando con el aire a cuero chamuscado que empieza a respirarse en el club. Por ejemplo, dos partidos sin ganar para la madre de mis hijos significaba alentar sus miedos ante la pérdida inminente del principal ingreso del grupo familiar y en consecuencia las dificultades que sobrevienen al desempleo: cómo pagar el alquiler, cómo seguir mandando a los pibes al colegio… ¡Hasta cómo morfar! Es una presión extra que se le suma al director técnico por fuera de la propia presión que ya ejerce el mismo ámbito del club.
La metáfora no es muy simpática pero, en esos casos, el técnico se siente un condenado a muerte. Y al otro lado de la silla, sentís que cualquiera, el menos pensado, incluso quienes comparten tu angustia, puede operar la palanca: un dirigente, un árbitro, los jugadores, tu familia, o la misma pelotita que no quiere entrar al arco… ¿O por qué te creés que le dicen “la caprichosa”?
Por eso no hay nada más importante para un DT que la tranquilidad. Esa tranquilidad que le permite tomar decisiones concretas. No importa si son el resultado de ideas muy masticadas o de la inmediatez. Lo importante es que su mente esté completamente despejada de nubarrones y fantasmas. De lo contrario, nada es posible.
Y ahí está tu equipo, tu última esperanza. “Para mí el momento del final se aproxima cuando percibís que tu equipo ya no te da lo que le pedís”, explica el Negro Gómez. “También te puede pasar que después de haber logrado un objetivo, sentís que el grupo ya te dio todo lo que te podía dar y que no le vas a sacar más nada”, completa el Pelado Orsi.
“Son cosas que las vas notando en los comportamientos diarios -agrega Rondina-. No únicamente en los jugadores, sino incluso en los empleados del club. Cuando sentís que ya te soltaron la mano, ése es el momento”. Las palabras del Huevo me hacen acordar a un tango que cantaba mi viejo. Creo que se llamaba “Se tiran conmigo”: La providencia está ausente y hasta el botón de la esquina me mira como diciendo: ¿En qué cosas andarás?
Espero haberte dado un panorama aproximado de algunos detalles y de los tantos obstáculos que se presentan en esta profesión. Que son muy pocos los que la pasan bien (y no se, dejame dudarlo si siempre la pasan bien), y que son muchos los que conocen, o que en algún momento conocerán el terrible espanto de la inevitable silla eléctrica.
Para ponerle cifras a la endemia, sólo cinco directores técnicos resistieron en su cargo durante todo 2024 en la Primera División: Gustavo Costas en Racing, Ricardo Zielinski en Lanús, Gustavo Quinteros en Vélez, Kily González en Unión y Eduardo Domínguez en Estudiantes. En las cuatro fechas del Apertura 2025, Marcelo Méndez se desvinculó de Gimnasia La Plata, Facundo Sava se despedirá de Atlético Tucumán tras su visita de este sábado a Central en Rosario, Belgrano tomó la decisión de prescindir de los servicios de Walter Erviti. y no te puedo garantizar que no haya una cuarta víctima mientras lees estas líneas.
Es una locura total, una condena siempre latente de la que nadie se salva.
Muy sencilla, con los conceptos claros y entendibles de lo que sentís Mariano ‼️ Muy buena explicación de tu experiencia 👍🏼‼️
Excelente nota. Sencilla y ejemploficadora. Éxitos Mariano!!