Generación de cristal
McLaren quiere imponer moderación en el festejo para que su piloto derrotado no se sienta humillado. Es un caso único en la historia. ¿Hay sobreprotección o se esconde una sospechosa preferencia?
Zakary Challen Brown, popularmente conocido como Zak, es un personaje exitoso. Cuando llegó a Inglaterra desde California para correr Fórmula 3, dormía en un prestado sillón de living; hoy tiene una fortuna de 120 a 150 millones de dólares (depende de quien la calcule) con una colección espectacular de autos históricos de carrera. Fue broker de jugosos acuerdos publicitarios en la Fórmula 1 de Bernie Ecclestone (pre-Liberty Media) y de ahí se ganó la promoción a McLaren, de la que hoy es el CEO, cuando Mansour Ojjeh desplazó al obsesivo Ron Dennis y el gobierno de Bahrein, al cabo, se quedó con la operación completa. McLaren atravesó una década en el desierto, pero las reformas que inspiró Brown y su conducción han transportado al equipo de Woking desde el noveno (anteúltimo) en el Mundial de Constructores de 2015 -una década atrás- a este presente de esplendor.
De manera que Brown ha aquilatado suficientes credenciales como para que todo lo que haga o diga sea digno de respeto. Errrrr, bueno, no.
Acaba de anunciar un plan que, francamente, parece digno de una estudiantina. Como considera -al igual que cualquier analista más o menos digno- de que el título mundial de pilotos de Fórmula 1 lo disputarán solamente sus conductores, Oscar Piastri y Lando Norris, se sentará con ellos a conversar como al eventual perdedor le gustaría que el ganador celebrase la conquista, a efectos de no generar sentimientos hirientes. Se lo cita a continuación para que se compruebe que no es ninguna exageración:
“Nos sentaremos, conversaremos y diremos: ‘Bueno, uno de ustedes va a ganar, será el mejor día de su vida, y el otro va a perder, ¿cómo quieren que lo afrontemos? ¿Quieren que celebremos con alegría a este tipo que ganó?’.
“Somos plenamente conscientes y sensibles ante cómo celebran esta situación. Y creo que simplemente nos sentaremos con los pilotos y llegaremos a un acuerdo: 'Alguno de ustedes no será el campeón. ¿Cómo quieren que actuemos?'.
“Así pensamos. Se trata de pensar en nuestra gente. De entenderla. Lo hemos pensado, he pensado en cómo tratar con el ganador y el perdedor, si quieren. Y será simplemente una conversación que tendremos con los pilotos y les preguntaremos: ‘¿Cómo quieren que nos comportemos?’. Porque seremos muy considerados con ese enfoque”.
¿No es demasiado sobreprotector?, se pregunta la masa. ¿Son pilotos de Fórmula 1 o dos chicos de salita de cuatro?.
Hasta Max Verstappen, el único que podría mezclarse con Piastri y Norris en la pelea, considera que ya está afuera del combate. No será la primera vez, y seguramente no la última, en que dos compañeros de equipo diriman el máximo halago de la F-1. Pero esto es inédito. E insólito.
Es cierto que los tiempos han cambiado. Ya nadie tiene, como Juan Manuel Fangio en 1950, un compañero de equipo especializado en empujar rivales a la banquina, en una época en la que salirse de pista era boleto a la tragedia fatal. Finalmente fue ese peligroso compañero, Giuseppe Farina, el campeón. El argentino no necesitó mucho consuelo.
A diferencia de Zak Brown, Enzo Ferrari se especializaba en poner a sus pilotos unos contra otros. Creaía que así sacaba sus mejores cualidades. Lo cual ocurría en ocasiones, cuando esas rivalidades no se volvían trágicas (Luigi Musso en 1958, Wolfgang Von Trips en 1961).
Los ejemplos son múltiples: Emerson Fittipaldi había sido el campeón mundial más joven de la historia al coronarse en 1972, pero al año siguiente, su jefe Colin Chapman estuvo lejos de asegurarle una disputa indolora contra su nuevo compañero Ronnie Peterson. El brasileño perdió el título -que no ganó Peterson- y se fue con la batucada a Mclaren, precisamente.
Lo que nos trae de vuelta a la escuadra anaranjada. No vayamos tan lejos: en 1984, Niki Lauda le ganó por apenas medio punto el título a Alain Prost. ¡Medio punto! El titular de la escudería ya era Ron Dennis. Lauda había vuelto de la muerte para ser campeón en 1977 y retornó del retiro para consagrarse en ese ‘84, ¿quién habría podido reclamarle que se moderara? Prost quedó lastimado, sin dudas -era els egundo título consecutivo que perdía- pero hizo de la desgracia una virtud y en los nueveaños siguientes ganó cuatro títulos. Aclaración fundamental: los ganó contra Ayrton Senna y los que no ganó fue, precisamente, porque los conquistó el brasileño.
Ahí tienen: Senna y Prost fueron compañeros durante dos años en McLaren, 1988 y 1989. El brasileño fue campeón el primer año, el francés el segundo. No había manera de acordar nada entre ellos, por el carácter competitivo de Senna y el sinuoso talento político de Prost. Se decía, inclusive, que en esa sociedad entre McLaren y Honda, el brasileño era el piloto de los nipones, y el francés el que era apoyado por los ingleses. No había manera de componer nada, todo estalló por los aires pero, en definitiva, aquella quedó consagrada como la mayor rivalidad de la historia de la Fórmula 1. Y es difícil que la lucha Piastri-Norris la iguale con tantos condicionamientos por parte del equipo que lidera Brown.
A no engañarse. La aparente libertad que ambos pilotos tienen para correr está enjaulada en una serie de restricciones que el equipo observa escrupulosamente. Cuando Piastri estiró la frenada en la primera curva del Hungaroring, en la anteúltima vuelta del GP de Hungría, y apatreció el humo blanco de la bloqueada, se encendieron las alarmas. Puede haber lucha, pero no contacto. Lo que ocurrió en Canadá, cuando Norris chocó de atrás a Piastri, no puede volver a repetirse. El mensaje es de tanto peso que es lícito preguntarse, al cabo, si es que Brown va a conversar con los pilotos o directamente les impondrá su determinación.
No hace mucho hablábamos de una Fórmula 1 esterilizada, pensada para familas desde las mismas familias: el piloto, su padre, su madre, su novia lista para casarse. Brown sacraliza este principio aludiendo a la familia más grande. La Familia de McLaren. Un lado del box no puede -según este precepto- alegrarse en desmedro. Se puede competir pero hasta ahí nomás. Se puede celebrar pero hasta ahí nomás, y menos de ser posible. O mejor aún: se celebra el éxito de McLaren por sobre el de Norris y Piastri. Ese parece ser el concepto.
Lo que cualquier malintencionado podría creer es que, con esta modalidad, lo que Brown en definitiva trata de hacer es proteger el sensible espíritu de Norris, en apariencias más frágil que el de su compañero, más frío y categórico. Porque aunque el equipo intente mostrar una neutralidad absoluta e inmaculada, hay ligerísimas señales de lo contrario.
En Silverstone, por ejemplo, Piastri fue penalizado por una maniobra discutible. Cualquier otro equipo (no digamos RedBull, que habría hecho un escándalo) la hubiera peleado, reclamado contra ella. McLaren no lo hizo. Se favoreció Norris, que acabó ganando. Que se levanten quienes consideran que allí hubo estricta neutralidad.
En Hungría, Piastri fue más veloz que su compañero en la clasificación. Y por eso lo penalizó la estrategia. Con su principio de neutralidad, McLaren pudo haber pedido a Norris que cediera la posición, tal como hizo un año atrás en el mismo circuito. Pero en 2024 no peleaban el campeonato. Este año sí. Volvió a ganar Norris.
El inglés perdió al menos un par de pole-positions en la primera parte del año a causa de una falta de adaptación a las nuevas suspensiones delanteras, que le provocaban dificultades en el frenado. Piastri, en cambio, no tenía problemas. McLaren modificó esa pieza en el coche n° 4, Lando se acomodó bien y, entonces, el team le pidió al australiano que adoptase la modificación por un tema de logística, para no tener que llevar dos juegos distintos de suspensiones delanteras y frenos a cada carrera.
Como dicen en Inglaterra, Piastri olió una rata (“smelled a rat”). No quiso cruzar a terreno enemigo, por razones obvias. Se quedó con las suspensiones originales. Algunos malintencionados señalan que, en el caso inverso, no hay señales concluyentes de que McLaren habría procedido de igual forma.
Como sea, son ligerísimas señales. Lando es parte de esa reconstrucción de McLaren que lideró Brown. Lleva siete años en el equipo. Un jefe agradecido y consciente del valor simbólico del resultado podría pensar que debiera ser el receptor natural de la gloria. Pero, ¿y si no lo es? ¿Si resulta derrotado al cabo, como algunos días parece que lo será? ¿Se derrumbará psicológicamente? ¿Es por ello que Brown plantea esta cuestión? ¿O solamente porque quiere promoción indirecta para el lanzamiento de su inminente autobiografía? Habrá que ver.