Guillermo Acosta: de Bebeto a leyenda en Tucumán
Guillermo Acosta consiguió lo que parece imposible en el fútbol moderno: romper un récord histórico del club. Insiders viajó a Tucumán para entrevistar a la leyenda de Atlético.
Esta historia, este récord, podría haberse truncado una y otra vez. Pero Guillermo Acosta consiguió lo que parece imposible en el fútbol moderno: el 13 de febrero saltó al Estadio Monumental Presidente José Fierro para enfrentar a Sarmiento de Junín y se transformó en el jugador con más presencias en los 122 años de Atlético Tucumán. La celebración fue completa: la hinchada homenajeó a su ídolo y el Decano vapuleó por 5-0 a los juninenses en el retorno de Lucas Pusineri a la conducción técnica.
Sus 376 encuentros con la camiseta celeste y blanca son un registro de otros tiempos, marca de una era previa a la globalización, a la Ley Bosman, a la crisis económica y a la proliferación de mercados emergentes, una época en la que el fútbol argentino todavía podía retener a sus estrellas de las tentaciones extranjeras y generar un vínculo emocional alrededor de sus individualidades.
Acosta compuso una hazaña cada vez más inalcanzable. Los clubes argentinos exportan demasiado rápido a sus impacientes talentos: un goleador en potencia se marchará después de su primera veintena de goles y un símbolo que alcanza los cien juegos probablemente no durará mucho más sin despertar el interés internacional. La fórmula para grabar a fuego un apellido en los anales de un equipo requiere de diferentes condimentos: consistencia del protagonista, suerte con las lesiones, buenos resultados y paciencia.
Los detalles también forman parte trascendental en la construcción del mito, decisiones que podrían haber modificado el guión de esta película que empezó a escribirse cuando Guillermo tenía apenas catorce años. La familia Acosta aún no puede olvidar aquella madrugada de 2002 en la que Guillermo Gastón, el tercero de cinco hermanos, no durmió ni un minuto porque se la pasó llorando. La noche entera estuvo rogándole a su papá que firme la planilla para que él pudiera cumplir el sueño de debutar con la camiseta del club de sus amores: Atlético Concepción de Banda del Río Salí.
Papá Don Juancho, un tornero y soldador que trabajaba como operario en la fábrica de algodones “Pol Ambrosio”, no quería saber nada. Por un lado, por su desacuerdo con la dirigencia, y por otro, porque había recibido un llamado en el que le confirmaban que su hijo había sido seleccionado por Argentinos Juniors en una prueba que había realizado semanas atrás. Pero el amor por los colores y la tradición familiar pudo más, un compromiso inalterable que mostraría a lo largo de toda su carrera. Y ese día, Guillermito forzó su destino y jugó su primer partido oficial en la Liga Tucumana de Fútbol. Además del debut, el día quedó marcado para siempre en la dinastía familiar: le rindió homenaje al legado de su abuelo Carlos Vega, quien también había defendido los colores de los Leones de la Banda.
“Nunca me interesó el fútbol de Buenos Aires. Yo no miraba ni a Boca ni a River, siempre fui hincha de Concepción y lo único que quería era jugar a la pelota en mi equipo”, recuerda Acosta ante el micrófono de Insiders. Desde aquella noche de lágrimas hasta este café pasaron 23 años: ahora es futbolista profesional, emblema y capitán de uno de los gigantes del interior, una leyenda del club y el flamante hombre récord de Atlético Tucumán. Con 376 presentaciones desde 2013, Acosta desplazó a Francisco Negro Ruiz de la cima del ranking.
En Atlético Concepción demostró rápidamente las gambetas que deleitaban a sus amigos en la canchita de Caro, el primer estadio que regó con su fútbol. Ahí nació también su particular apodo, un sobrenombre que se fue modificando con el tiempo: Acosta metía goles y los celebraba gritando que era Bebeto, el exquisito delantero brasileño de los noventa: “Por eso me dicen Bebé, es algo que me quedó de esa época. Después algunos periodistas lo cambiaron y empezaron a decirme Bebe -sin tilde y acentuado en la primera e-, pero mi apodo siempre fue Bebé”. Sin embargo, sus compañeros narran otras historias: “Hubo un día en el que llegó después de almorzar, con la boca llena de guiso y la cara toda manchada con salsa. Nos hizo reír a todos y los changos más grandes le empezamos a decir ‘Guiso’ o ‘Cara de guiso’. Ese fue su primer apodo, aunque después vino lo de Bebé”, advierte Damián Valdez, amigo y ex compañero.

Con 15 años ya era integrante del plantel de Atlético Concepción y había dejado sus estudios tras completar la primaria. Entonces decidió empezar a trabajar junto a Matías y Saúl, sus dos hermanos más grandes, en una cooperativa en la que cada noche salían a machetear los yuyos a la vera de la Ruta 9: “Nos pagaban 150 pesos por día, una platita que usábamos para nuestros gustos… ¡No sabés la cantidad de cracks que conocí ahí!”. La cooperativa estaba conformada por jóvenes de El Palomar, uno de los barrios más bravos de la provincia. “Varias veces jugamos a la pelota con esos chicos y eran mucho mejores que nosotros -los tres hermanos Acosta jugaron en la Liga Tucumana- pero la realidad es que era una zona muy vulnerable y había muchos peligros. De todos ellos hoy sigo hablando con dos o tres y están bien, tienen trabajo y familia, pero muchos otros murieron o están presos”, rememora Acosta con la certeza de que, si hubiera elegido otro camino, él podría haber sido uno de esos chicos.
Pero Guillermo siguió adelante con sus sueños y los cumplió casi todos. Con la camiseta de Atlético Concepción consiguió el ascenso al Torneo Argentino B en el año 2008 pero su vida había cambiado para siempre antes del debut. Con Luciana, su novia de la adolescencia, habían tenido a Thiago, su primer hijo. “En ese momento me llega una oferta de La Florida, otro club tucumano que también jugaba Argentino B pero que tenía mejores sueldos. Me dolió no poder seguir en el club del que soy hincha, pero era hora de priorizar a mi familia”, admite.
En el “Tricolor” estuvo poco tiempo. Allí conoció a Marcelo Saez, un empresario tucumano que compró su pase y el de algunos otros futbolistas porque tenía un sueño: fundar un club y armar un equipo competitivo. Seducido por este proyecto, Acosta pasó a formar parte del Club Social y Deportivo San Jorge, regresando a la Liga Tucumana de Fútbol: “Fue raro bajar dos categorías para seguir con mi carrera, pero la iniciativa era realmente muy buena”.
A San Jorge no le costó mucho instalarse y dar el salto, primero al Torneo del Interior, después al Argentino B, y finalmente al Argentino A. Con esos antecedentes colectivos y sus rendimientos individuales era inevitable que el nombre de Acosta llamara la atención de los dos clubes más grandes de la provincia: “En el año 2013 recibo una oferta de San Martín, y le comento a Marcelo sobre esta posibilidad. ‘Ni loco vayas para ahí’, me dijo, y me contó que a él lo habían hablado de Atlético preguntando por mi”. Por ese entonces, el Santo jugaba el Argentino A y el Decano se alistaba para otra temporada en el Nacional B.
La balanza podría haber caído para el lado de San Martín: “Fueron días intensos donde se dijeron muchas cosas. Hubo una mañana en la que fui convocado a una reunión con Roberto Sagra, presidente de San Martín, en la que me dijo ‘ya tengo todo arreglado con Saez, la semana que viene te sumás al plantel’. Pero después yo hablé con Marcelo y me dijo: ‘Nada que ver, vos esperá que ya te va a llegar el llamado de Atlético’. Así que era realmente confuso todo lo que pasaba”.
Ese mismo día, por la tarde, finalmente le sonó el teléfono desde la vereda del frente: “El que se comunicó conmigo fue Luis Narchi, que era candidato a vicepresidente en las elecciones del club. Él me dijo: ‘Si gana la lista de Mario Leito, al otro día estás firmando contrato con nosotros’, así que opté por esperarlos y cumplieron su palabra”. Mientras reconstruye aquellos días de incertidumbre, un hincha interrumpe la charla con un pedido: que le grabe un video para dos amigos que son hinchas de San Martín. '“Por favor, deciles algo sobre el ascenso que perdieron”, le ruega el hincha pero Acosta se niega: “Hola Marcos y Daniel, soy el Bebé Acosta y les mando un gran saludo”, dice a cámara mientras levanta su pulgar.
Cuando el hincha se aleja, el Bebe se sincera: “A mi no me gusta prenderme en las gastadas. Hay que ser respetuoso de los colegas. Y ojo que también pasa al revés, antes de la final que San Martín jugó con Aldosivi, una señora me paró en el súper y me pidió que le mande un saludo para su yerno que estaba por viajar a ver ese partido y me decía que le desee suerte. Le tuve que explicar que yo no puedo hacer algo así”.
Tras recorrer las cuatro categorías previas al Nacional, Acosta arribó a Atlético con la ilusión de conseguir el pasaje a la élite del fútbol argentino: “Cuando llegué, lo primero que hice fue buscar al Pulga (Luis Miguel Rodríguez) para estar cerca de otro tucumano. Ya nos habíamos enfrentado en la Liga, pero ahora teníamos la posibilidad de ser compañeros, y rápidamente nos hicimos amigos”.
Los primeros entrenamientos costaron un poco más desde lo físico, pero fue cuestión de semanas ponerse a la par del resto y adaptarse por completo al cambio de categoría. Su debut fue el 4 de agosto de 2013, en un triunfazo como visitante por 1-0 ante Gimnasia y Esgrima de Jujuy con un gol del Pulga: “Al poco tiempo de mi llegada el club cambió de DT y trajo a Héctor Rivoira, que me dijo que no me iba a tener en cuenta. Yo seguí entrenando y esperando mi oportunidad”. Y la oportunidad llegó casi un año después, con otro cambio de timón. La asunción del Vasco Juan Manuel Azconzábal le permitió consolidarse como pieza fundamental del equipo que arrasó con la categoría en 2015: ascendió tras cosechar 85 puntos en 42 encuentros, producto de 24 triunfos, 13 empates y cinco derrotas.

“Yo creía que llegar a Primera era lo máximo, pero todavía faltaba más”, confiesa. Con el “Deca” instalado en la “A”, pasaron los años, las rachas y los entrenadores, pero Acosta (casi) siempre estuvo. Salvo un breve paso por Lanús, que duró seis meses, Guillermo se transformó en referente del equipo que llegó a la final de la Copa Argentina, que peleó la Liga Profesional y la Copa de la Liga hasta las últimas instancias, y que disputó tres veces la Copa Libertadores y otras dos la Copa Sudamericana, marcando un hito inédito para los clubes del norte. En todos los rincones de Tucumán recuerdan su gol ante Atlético Nacional, por los octavos de final de la Libertadores 2018, certamen en el que caerían en los cuartos ante Gremio.
Pero esta historia podría haber sido otra. Si Acosta hubiera claudicado ante su sueño y se hubiera marchado a los 15 años a Argentinos, si hubiera elegido el camino que otros compañeros de la cooperativa tomaron, si se hubiera decidido por San Martín y no hubiese esperado por la oferta de Atlético, si se hubiera rendido ante el rechazo de Rivoira, hoy no existiría su récord. Pero todo lo que hizo, todas las decisiones que tomó, lo llevaron a ser quien es.
En simultáneo a su crecimiento imparable como futbolista, se casó con Luciana y la familia se agrandó con la llegada de Olivia. Además, Atlético le permitió completar sus estudios secundarios mediante un acuerdo que el club tiene con el Instituto de Ciencias Empresariales (ICE). Con esa herramienta, hoy, el Bebé se encuentra realizando la formación para matricularse como entrenador. “No sé si me veo como DT, pero sí me gustaría seguir ligado al fútbol y por eso estoy estudiando. De todas formas, me quedan dos años más de contrato como jugador, y tengo un sueño más por cumplir con esta camiseta”.