Japón al Mundial: la oportunidad para cerrar viejas heridas
Los Samuráis Azules se convirtieron en los primeros clasificados al Mundial de 2026 a través de las Eliminatorias. Será su octava presencia consecutiva, una nueva chance para hacer historia.
“No quiero admitirlo pero esto es una tragedia”. Ante las cámaras del mundo, el entrenador Akira Nishino no consigue asimilar lo que acaba de pasar sobre el campo de juego de Rostov-On-Don: Japón quedó eliminado del Mundial de Rusia, después de conseguir una ventaja de dos goles, en su cruce de octavos de final ante una Bélgica que se quedó con la clasificación en el cuarto minuto de descuento. “Les tuve que decir a los jugadores que fueran a darse una ducha, porque estaban ahí parados, incapaces de hacer nada”.
El guion se repite una y otra vez. Es una saga, con distintos escenarios y diferentes villanos, que concluye siempre en el mismo desenlace: primero la ilusión, después la tristeza. Y cada frustración alimenta una pesadilla que se transmite de generación en generación. “No me voy a olvidar nunca de la batalla con Bélgica -confesó el experimentado Yuto Nagatomo durante la Copa Mundial de Qatar-. A veces, de repente me acuerdo de algo sobre ese partido. Los últimos cuatro años fueron muy difíciles para mí, pero superamos una etapa desafiante y crecimos tanto mentalmente como físicamente. Participé en cuatro Mundiales y creo que este es el mejor y más fuerte equipo de Japón en su historia”.
Pero Nagatomo sumaría un tormento más a sus recuerdos: los suyos son los de todo un pueblo, siempre caracterizado por su resiliencia. La decepción, también colectiva en un país que antepone el éxito general a las aspiraciones individuales, se empezó a forjar cuando el turco Ümit Davala estropeó la fiesta de uno de los dos organizadores del Mundial 2002. La tanda de penales ante Paraguay en Sudáfrica 2010 y el gol de Nacer Chadli en Rusia 2018 profundizaron la herida.
Qatar 2022 fue otra daga. Destinado a sobrevivir en el grupo de la muerte, el combinado asiático superó como líder la fase de grupos por delante de España, Alemania y Costa Rica. Sus victorias ante los campeones del mundo transformaron a Japón en una amenaza en la carrera rumbo al título: además de su capacidad técnica habitual, los asiáticos habían expuesto su carácter y su versatilidad en dos remontadas inolvidables. Acostumbrados a dominar su continente desde la tenencia y el protagonismo, en la cita máxima resignaron su filosofía y construyeron sus milagros a partir de la convivencia con el sufrimiento: ante España registraron un 18% de posesión, la cifra más baja en un Mundial desde 1966.
“Para usar la analogía del samurái -explicó Nagatomo en la previa de los octavos de final ante Croacia-antes de ir a la guerra ellos pulían sus armas y mejoraban su técnica. Pero si se asustaban durante la batalla, no iban a ser capaces de usar ni su técnica in sus armas. Es lo mismo en el fútbol. Las tácticas y la técnica son importantes, pero si salís asustado a la cancha, no sirven para nada. El samurái japonés es famoso en el mundo y vamos a pelear como samuráis”.
Pero Croacia, subcampeona en Rusia, tenía otros planes. Su derrota en el estadio Al Janoub fue una combinación de todos sus fracasos: empezaron ganando, no pudieron sostener la diferencia en su favor y se despidieron tras fallar tres de los cuatro penales en la tanda decisiva. Los croatas, un karma recurrente para los grandes, repetiría la hazaña en cuartos de final frente a Brasil antes de caer ante la Argentina campeona del mundo en semifinales.
La despedida significó también el retiro internacional de Maya Yoshida, el gran capitán de una generación que consolidó el protagonismo japonés a nivel internacional: tras debutar en la edición de Francia 1998, el Mundial de 2026 será su octava participación consecutiva. El triunfo por 2-0 ante Bahréin le permitió emitir el ticket con prioridad: es el primer país que rubrica su presencia en el evento de Estados Unidos, Canadá y México por la vía clasificatoria.
“He trazado un objetivo muy alto para este equipo -advierte el entrenador Hajime Moriyasu- y es el de ser campeones del mundo”. Después de lucirse al frente del Sanfrecce Hiroshima, Moriyasu asumió el cargo en 2018 con la misión de consumar un recambio generacional impostergable tras el ciclo de un Nishino que había apostado por la experiencia propia de la veteranía: “Quería que mis jugadores tuvieran una mentalidad diferente a los equipos japoneses del pasado. Y creo que lo conseguimos, pero algo nos faltó en nuestro talento y poder”, analizó Nishino tras su caída en Rusia.
Moriyasu, quien como mediocampista central había sido integrante en la primera consagración asiática de su país, cumplió a rajatabla con la transición en una gestión implacable: los referentes desplazados jamás se sintieron ofendidos y aportaron su conocimiento desde roles secundarios. Criticado por el cuarto puesto conseguido en los Juegos Olímpicos de Tokio, la Asociación de Fútbol le ratificó su confianza y el rendimiento durante el Mundial le permitió encarar el proceso rumbo a 2026.
Sin embargo, el ciclo Moriyasu convive en los márgenes, entre el coqueteo con la gloria y la sensación de lo insuficiente: volvió a Qatar como uno de los candidatos al título en la Copa de Asia pero un inesperado traspié ante Irak en la fase de grupos lo obligó a un duelo anticipado ante Irán en cuartos de final. Moriyasu Japón se volvió a casa antes de tiempo, un resultado que sembró dudas sobre su continuidad. Nuevamente ratificado en su cargo, fue el responsable de garantizar su presencia mundialista con una fase clasificatoria implacable: consiguieron doce victorias y empataron apenas un encuentro con 48 goles a favor y tan solo dos en contra.
Ya sin Yoshida, actual zaguero de Los Angeles Galaxy de la MLS y presidente del sindicato de futbolistas que desde su incorporación consiguió la introducción de un salario mínimo, la eliminación de un tope salarial arbitrario para los novatos y la participación de los futbolistas en las negociaciones con la liga japonesa, Moriyasu debió afrontar la segunda fase de su renovación. “Para que Japón pueda ganar el Mundial, hemos fortalecido y nutrido a jugadores jóvenes. Al mismo tiempo, la Asociación tiene como objetivo contribuir con el fútbol de Asia al enviar a entrenadores japoneses a muchos países en la región. Es genial que Japón contribuya tanto con el desarrollo del fútbol de Asia, pero no podemos liderar a otros países si no ganamos el Mundial”.
Sin las estrellas rutilantes de otros tiempos, Japón construye sus ilusiones sobre la notable evolución de toda una generación. La exportación de sus jóvenes promesas al fútbol europeo está causando una revolución puertas adentro, el pináculo de un fenómeno que empezó hace tres décadas con el estadounidense Tom Byer. 22 de los 27 convocados por Moriyasu para afrontar la doble fecha de Eliminatorias de marzo pertenecen a clubes del Viejo Continente y 15 de ellos forman parte de las nóminas de equipos de las cinco ligas más importantes del planeta. Como lógica consecuencia, los once que iniciaron como titulares ante Bahréin se desempeñan fuera de casa.
El extremo Keito Nakamura, quien viste la camiseta del Stade de Reims francés, es uno de los emblemas de la renovación. “Nuestra habilidad para absorber sistemas tácticos es un gran factor, pero creo que lo más importante es que todos nuestros jugadores se desempeñan en las ligas más importantes -explicó en una entrevista con FIFA.com-. Mi estilo y cómo pienso el juego han cambiado desde que soy profesional. Antes me quedaba con la pelota y quería hacer todo. Mi mentalidad es diferente a cuando era chico y me ganó el fútbol de posesión”.
Sin leyendas de renombre como Hidetoshi Nakata o Shunsuke Nakamura, Japón acumula la mayor cantidad de talentos de su historia. La profundidad de su plantel y el sentido colectivo que le imprimió Moriyasu le permiten encontrar diferentes respuestas e incluso matizar bajas. Los nipones ya no necesitan de rendimientos individuales que los rescaten, aunque Kaoru Mitoma es su máxima estrella y el principal argumento ofensivo.
El delantero del Brighton es uno de los nombres más seductores del fútbol internacional. Tras rechazar una oferta de la primera división japonesa para enrolarse en la Universidad de Tsukuba, Mitoma escribió la tesis de su carrera sobre su propia gambeta. Los rivales deberían leerla: es una fuerza imparable en el uno contra uno, capaz de destrabar cualquier trámite e inclinar la balanza en favor del Brighton inglés o de su selección. En Qatar salió desde el banco para edificar los triunfos ante Alemania y España: tres años después, es el dueño del equipo.
Moriyasu dispone de un arsenal de recursos para combinar. Takefusa Kubo finalmente irrumpió en todo su esplendor con la camiseta de la Real Sociedad, Daichi Kamada suma minutos en la Premier League con la camiseta del Crystal Palace y Ritsu Doan es un ambicioso atacante que pulveriza rivales en el último tercio. Durante las Eliminatorias siguió profundizando en el conocimiento táctico de su equipo: abandonó su clásico 4-2-3-1 para montar una línea de tres en el fondo, con una pareja de medios liderada por el incansable Wataru Endo y un doble comando de enganches con Kubo y Takumi Minamino. Con una identidad camaleónica que le permite asumir el protagonismo y la posesión o resistir los embates de los equipos más poderosos del mundo para castigar en transición, la pizarra de Moriyasu dispone de alternativas para modificar su postura y fisonomía durante un partido o un campeonato.
Después de cuatro eliminaciones en los octavos de final, Japón aterrizará en el Mundial de 2026 con el objetivo de sanar las heridas del pasado. En un fútbol cada vez más competitivo y globalizado que reunirá por primera vez a 48 selecciones, los Samuráis Azules acumulan una combinación de argumentos que le permiten soñar con un fin mucho más ambicioso que los cuartos de final. “No deberían estar tan tensos como para olvidar lo que tienen que hacer -señaló Moriyasu durante las Eliminatorias-. Han demostrado su habilidad y ahora pueden ver que producen resultados”.