Los muchachos veronistas
Juan Sebastián Verón encabeza una revolución desde La Plata que podría cambiar para siempre al fútbol argentino.
“Parezco Evita”. Estamos en enero de 2017 y Juan Sebastián Verón, 41 años, presidente y jugador de Estudiantes de La Plata, suelta la frase para las cámaras del club mientras saluda a la multitud en un auto descapotable en pleno desfile de carrozas en Magic Kingdom, el Reino Mágico de Walt Disney en Florida, para promocionar la Florida Cup. Su abuelo, Juan León Verón, laburante del frigorífico Swift, había llorado a Evita. Viudo, y con cuatro hijos, fue a la marcha obrera por la muerte de Evita en 1955 junto con el entonces niño Juan Ramón. La inolvidable “Bruja” Verón, crack del Estudiantes tricampeón de la Libertadores de 1968 a 70, padre de “La Brujita”. Juan Ramón laburó hasta los 17 años en el frigorífico Armour, desde las nueve de la noche hasta las 3 de la mañana, hasta que Estudiantes lo hizo profesional. El apellido de los Verón rima perfecto para cualquier canto de la liturgia justicialista, pero Juan Sebastián, nieto de Juan León, hijo de Juan Ramón, no parece hoy exactamente peronista. El presidente Javier Milei lo quiere pintado de león libertario.
Estudiantes ganó cierta etiqueta de élite cuando en 1912, siete años después de su fundación, sus dirigentes establecieron que solo podían ser socios los residentes de La Plata y vetaron el ingreso de los pobladores de los barrios obreros como Berisso, donde creció, entre tantos, la familia Verón. Buena parte de esa población, dicen los historiadores, fue conquistada por Gimnasia y Esgrima, porque en 1914 el otro “grande” de La Plata reimplantó el fútbol que había abandonado en 1905 (furiosos, unos socios se fueron del club y fundaron Estudiantes). El auge del peronismo en los ’40 y ’50 alimentó la narrativa. Los clubes de fútbol debían distribuír “La razón de mi vida”, el libro firmado por Eva Perón, que vendió un millón de ejemplares en los primeros diez meses y era de lectura obligatoria para los alumnos de quinto y sexto grado de la Provincia de Buenos Aires. Con Evita ya en plena agonía, una requisa de la todopoderosa CGT, alertada por una filtración, encontró que Estudiantes tenía los libros en un sótano. La CGT La Plata convocó a un paro y a un acto de desagravio. “Estudiantes igual a Estados Unidos” (Washington, supuestamente, prohibió la difusión del libro en su país). César Ferri, decano de la Facultad de Agronomía, sufrió presiones de renuncia y el gobernador peronista de la Provincia de Buenos Aires, Carlos Aloé, intervino a Estudiantes. Un mes después, murió Evita y La Plata se llamó Ciudad Eva Perón. El 22 de octubre de 1952 Estudiantes pasó a llamarse Estudiantes de Eva Perón. Sus jugadores repartían “La razón de mi vida” en partidos amistosos. Sin dinero, con jugadores en huelga y el plantel desmantelado, Estudiantes se fue a la B. Ascendió al año siguiente y en 1955, derrocado Perón, Estudiantes volvió a ser Estudiantes de La Plata. El investigador Jorge Troisi Melean cuenta que, acaso en ese sótano, nació el slogan de “solos contra todos” que tanto fortaleció la identidad “pincharrata”.
A Estudiantes le gustó ser un club “incómodo” para el establishment del fútbol argentino. El “solos contra todos” fue motor del gran equipo de “Los Profesores”, una delantera formidable de un siglo atrás, liderada por el escribano Manuel Nolo Ferreira, y que sufría el escollo de arbitrajes siempre amables con los más poderosos. Y el “solos contra todos” se hizo carne en el Estudiantes copero de Osvaldo Zubeldía, el tricampeón de la Libertadores, el equipo que revolucionó con un fútbol más europeo, físico y “científico” cuando arriesgó adelantando líneas para dejar al rival en offside. Un fútbol que jugó tan al límite del reglamento que, según testimonios de jugadores de la época, lo sobrepasó más de una vez. La leyenda, y no tanto, de alfileres para pinchar rivales, provocaciones sobre vidas privadas y otras yerbas que alimentaron el mote de “antifútbol”. Estudiantes lo tomó como la réplica de los poderosos que no toleraron su irrupción. Ambas partes tenían sus argumentos. Como sea, toda esa historia, formó parte del crecimiento de Juan Sebastián Verón. Y luego, claro, “La Brujita” sumó su historia propia. El crack que abandonó la escuela por la pelota. Y que, en su paso por Europa, especialmente en Manchester United, aprendió que el fútbol SA, o su versión criolla, es la llave para que, de una vez por todas, su amado Estudiantes siga ganando títulos, pero ya compitiéndole de igual a igual a Boca y a River. Y que le marque el camino al resto.
Hay que leer “Presidente. Génesis y construcción política de Juan Sebastián Verón”, el libro reciente del colega Juan Rubinacci, y de ediciones Al Arco y a cuya presentación fue el propio Verón. Ayuda a comprender el valor social y educativo que impuso “La Brujita” en Estudiantes, mucho más allá de títulos. Y ayuda también a comprender mejor la firme decisión de Verón de querer asociar a Estudiantes con un inversor extranjero. Al precio de entrevistas en las que puede quedar mal parado, porque a veces no es fácil defender los antecedentes pobres del inversor, el estadounidense Foster Gillett, su viejo paso por el inglés Liverpool y un presente polémico en Uruguay, donde el club Rampla podría romper hoy lunes un acuerdo, porque no llegó un solo peso de Foster, casi no hay equipo, el campeonato empieza en un mes y está implicada en el caso la propia Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF). Tampoco es fácil para Verón defender un contrato de treinta años mínimo, que excede por lejos su mandato, y con cláusulas tan difíciles de explicitar que parece mejor decir que no las conoce. El problema no es Verón, ídolo con crédito amplio en Estudiantes, sino el inversor. La naturaleza del negocio que se pretende instalar en clubes que crecieron como parte de una construcción ciudadana que, aún con sus limitaciones, tiene más de un siglo de vida, algo no menor en un mundo en el que todo parece cada vez más fugaz.
Verón es Veronista. Fue K cuando precisó ayuda de los Kirchner (y construyó allí un vínculo con Daniel Scioli) para que Estudiantes pudiera construir sin trabas su estadio nuevo. El macrismo lo midió políticamente pero se mantuvo “pincha”. Se negó a quitarse el tatuaje del Che cuando en 1999 fue intimado por hinchas fascistas de Lazio, que terminaron besando la imagen cuando el equipo salió campeón. Admiró al Che coherente y rebelde, que puso el cuerpo “por el pueblo” y fue “ejemplo de ética y trabajo”. “La gente reclama un Che”, dijo una vez. Ahora, el Che pincharrata busca cómo jugar con Milei para impulsar un fútbol con inversores extranjeros en Argentina. La era del fútbol libertario. El argumento, atractivo para el debate, se hace ingenuo, impreciso y poco creíble cuando hay que explicitar qué se cederá a cambio. ¿Ayudarán algunos fichajes resonantes que ha hecho el inversor y los triunfos que puedan llegar antes de la asamblea definitiva que deba aceptar o rechazar a Foster Gillett? ¿Hasta dónde llega la “revolución” del Che y dónde comienza el negocio del yanki? Los críticos en La Plata recuerdan una frase del dirigente Julio Alegre, viejo rival de la Brujita, cuando en 2006 defendió ante cinco mil personas el territorio histórico del estadio en 1 y 57. “Es la lucha de un pueblo que resiste y que no está en venta”, dijo Alegre. Es el pueblo pincharrata. El que votará si resiste o si el escudo tiene precio. O si hay un tercer camino. Ni yanquis ni marxistas. Veronistas.
Impecable EFM como siempre
Espectacular realmente.