La desaparición del enganche
En un fútbol cada vez más pragmático y dominado por el miedo a perder, la figura del enganche se fue extinguiendo lentamente. Una invitación a reflexionar sobre lo que perdimos y los responsables.
El fútbol, como casi todo en la vida, se ha ido modificando con el paso del tiempo y ha cambiado muchos patrones, incluso aquellos que creíamos imposibles de alterar. Nuestro deporte no ha sido la excepción. Si partimos de la base de que el negocio de la venta de camisetas alteró la numeración, hoy parece prehistórico imaginar un equipo con sus jugadores de campo usando del 1 al 11. Y aunque esto parezca irrisorio —y hasta irreal—, ya nadie sabe de qué juega. La descripción de los puestos dejó de ser numérica para convertirse en una cuestión de denominaciones. Y dentro de ese cambio hay uno que no solo varió, sino que además desapareció. Hasta me animaría a decir que lo mataron.
Como siempre, querido lector, te estarás preguntando hacia dónde voy. Y también cómo me atrevo a decir que han matado una posición. Bueno, acomodate, que allá vamos.
Si hay un número representativo del fútbol mundial —y muchísimo más del fútbol argentino—, es el 10. Basta con recordar a Maradona, Alonso, Bochini, Gorosito, Gallardo, Riquelme, por nombrar solo algunos. Ese número marca la idiosincrasia de nuestro fútbol. El 10 era el jugador de mayor calidad, el que se ponía el equipo al hombro para generar juego, el que encendía todas las ilusiones de los hinchas cada vez que tocaba la pelota. Con este avasallamiento de la modernidad, que cambió números por denominaciones, empezó a llamarse “enganche”. Y quizás no haya habido mejor nombre: definía con exactitud su función específica, la de enlazar y unir a los que se dedican a defender con los que tienen que atacar para ganar partidos.
Era casi una norma fija: el esquema a utilizar era el 4-3-1-2. Y si hilás finito, te vas a dar cuenta de que, desde el parado táctico, el enganche era el único jugador que componía —él solo— una línea. Todas las demás necesitaban de un pequeño conjunto, de laderos que ayudaran a no cometer errores y a repartir responsabilidades. El enganche era el cerebro del equipo. El que, con un toque, resolvía lo que a los demás les costaba tres o cuatro. El que veía pases que ni los hinchas imaginaban. Y el que, cuando agarraba la pelota, alteraba las pulsaciones no solo de los rivales, sino también de los propios, que empezaban a presentir que algo bueno estaba por pasar.
Todos los equipos disponían de dos enganches en su plantel. Era casi obligatorio al momento de armar el equipo: no alcanzaba con encontrar al diferente, había que tener otro en el banco por si el titular se lesionaba. Ese puesto no se negociaba. Pero con el correr de los años y la creciente desigualdad a la hora de armar presupuestos, muchos clubes ya no pudieron darse el lujo de tener dos… e incluso algunos ni siquiera lograban conseguir uno. Entonces hubo que imaginar algo para contrarrestar las diferencias entre ricos y pobres. Ahí nació el famoso doble cinco: dos guerreros que compartieran el centro del campo para que el diferente del equipo rival quedara en desventaja, sin tiempo ni espacio para pensar y jugar.
Si a todo lo antes enumerado le sumás que los apuros de los dirigentes se trasladan a la impaciencia de los hinchas, y que ante el mínimo traspié se decide cortar los contratos de los entrenadores, entonces entendés por qué el doble cinco se instaló de manera definitiva. Fue ese temor a perder lo que desvirtuó la esencia de los equipos. Ya no importa tener un buen enganche. Hoy, en casi todos los clubes, es más importante no perder que salir a ganar.
Pero hay algo que quizás los hinchas —aquellos que solo miran el partido de los domingos— pierden de vista: la formación en juveniles. Porque aquel 10 que nos enamoraba lo hacía por su desparpajo, por su gambeta, por su valentía para agarrar la pelota y encarar. Y hay que saber que eso, en las Divisiones Inferiores, hoy se perdió. Los formadores reprimieron al que gambetea para darle lugar a la europeización del juego de uno y dos toques, apagando la inventiva y el atrevimiento que caracterizaban a nuestros juveniles.
Entonces, tanta obsesión por el uno y dos toques hizo que ya nadie pudiera —o quisiera— jugar de espaldas. Todo debía ser más esquematizado, más controlado. Y esa lógica, poco a poco, también terminó por borrar el deseo de jugar de espaldas. Fue en ese momento preciso cuando los enganches comenzaron a correrse hacia una banda o, de forma más natural, a retrasarse para jugar como doble cinco. Así, lentamente, también empezó a cambiar ese paradigma que había nacido con dos volantes de marca, para transformarse en uno de marca y otro de juego.
Es por todo esto que me animo a decir que, entre todos, mataron al enganche. Algunos por copiar a los de allá —que, paradójicamente, vienen a buscar acá lo que no les nace, lo que no tienen por naturaleza—. Otros por cuidar su silla: entrenadores y dirigentes que, en lugar de rebelarse y mostrar algo distinto, siguen la manada de temores que se instaló en el fútbol argentino. Ya nadie juega con enganche. No nacen, y si lo hacen, los limitan. Y si no, fijate: ¿dónde hace jugar River a Echeverri y Mastantuono, en un club que históricamente fue una cuna audaz, y con un Gallardo que fue uno de los mejores en ese puesto? ¿Dónde juega Palacios en el equipo de Riquelme, uno de los máximos exponentes de la posición? ¿Y Paredes? Ese al que, cuando debutó, se lo señalaba como el sucesor de Román.
Es posible que no te haya convencido, y eso, créeme, sería lo mejor que me podría pasar. Porque en este glosario no busco convencerte, solo dejarte mi mirada. Para que pienses, para que cuestiones, para que construyas tu propio análisis.
Pero no puedo dejar de decirte algo: yo, cada día, me convenzo más de lo que te cuento. El enganche no dejó de existir. Al enganche lo mataron. Y todos los que componen el mundo del fútbol tienen una cuota de responsabilidad. Y si me apurás un poquito, hasta me animo a redoblar la apuesta: no son responsables. En realidad, son todos culpables.
Pones en palabras lo que muchos pensamos. Muchos volantes creativos cambiaron su posicion por volante central para poder tener minutos (Insua en San Lorenzo hasta jugo de central). Porque si sabes podes jugar en cualquier puesto solo agregando un poco de voluntad. Que "adelantado" seria el que ponga 4 o 5 numeros 10 como Brasil del 70.
Cuando yo era chico y empezaba a ver fútbol, River tenía a Ortega, que lo siguió Gallardo, que lo siguió Aimar, que lo siguió Dalessandro.
En la selección juegan Paredes, Enzo, Alexis y De Paul, todos números 10 en inferiores.
Por algo tanta reivindicación de Aimar de hacerlos jugar y de entender cómo hacemos.