La ley de la selva
Episodios recientes marcan el fin de los códigos tácitos entre clubes argentinos. En nombre del poder, se rompió una norma no escrita y abrieron la puerta a una guerra sin reglas.
El caso de Maximiliano Salas ha generado en los últimos días un intenso ida y vuelta en la opinión pública del mundo del fútbol. Están quienes comprenden su decisión de buscar un progreso económico y quienes lo critican, acusándolo de traidor y mercenario. Pero aquellos que estamos al margen, despojados de pasiones, lo analizamos desde otra óptica: no miramos el árbol, sino el bosque. Y acá, en definitiva, me parece que está lo más importante y también lo más grave.
Vos te preguntarás, querido lector, cuál es el árbol y cuál es el bosque. Y yo, en estas líneas, intentaré explicártelo, partiendo de la base de la relevancia que da título a esta nota.
El árbol, en este caso y sin dudas, es Racing/Salas/Gallardo/River, pero bien pudo haber sido San Lorenzo/Braida/Russo/Boca. Si los analizás por separado, de manera singular y simplista, vas a decir que son tres protagonistas que, ante una oferta económicamente superadora, ejecutan una cláusula tan legal como legítima y van en busca de un futuro diferente (el tiempo luego se encargará de discernir si es mejor).
Ahora bien, si leés entre líneas o lo contextualizás, vas a encontrar un problema gravísimo: ambos casos han abierto una puerta donde los más poderosos se degluten a los más débiles. Y todo esto —aunque te quieran hacer creer lo contrario— con la venia de la AFA, que, como ya nos tiene acostumbrados en los tiempos de Tapia y Toviggino, no respeta nada y lo cambia todo para mantener votos, sillas y cargos.
Dentro del microclima de la dirigencia, existía un acuerdo tácito entre los clubes argentinos de no ejecutar las cláusulas de rescisión entre sí. Y eso hablaba muy bien de ellos, porque en definitiva lo que buscaban era evitar que los más poderosos se aprovecharan de los más débiles. Ese pacto implícito no solo reflejaba respeto, sino también una intención de proteger la paridad que todavía sostiene —como puede— al fútbol argentino.
Pero —y siempre hay un pero— todo se respeta hasta que algún poderoso se embarra con sus miserias y sale disparado a salvar su propio culo, sin importar su palabra. Eso explica hoy las posturas de Riquelme y Gallardo. Porque ambos salieron a lavar su imagen a como dé lugar: Riquelme, tras la eliminación a manos de Independiente en el torneo local; y Gallardo, después de la decepcionante actuación en el Mundial de Clubes.
Boca, a través de su presidente, había decidido cortar el ciclo de Gago y darle las riendas del equipo, de manera provisoria, a Herrón, para ver hasta dónde llegaba. Todos los que preferimos ver el bosque antes que el árbol sabemos que Herrón es una debilidad de Riquelme, y que siempre deseó que esos tres interinatos que le concedió terminaran por justificar su nombramiento como técnico principal.
Pero Herrón nunca dio la talla. Que seas un buen DT en Juveniles no implica que lo seas con profesionales, donde la toma de decisiones es completamente distinta, y donde también cambia la personalidad necesaria para ejecutarlas. Porque no es lo mismo dirigir a jóvenes que a hombres con trayectoria.
Fue a partir de esa noche de eliminación que Riquelme entendió que debía ir en busca de un nombre pesado. Estaba a 20 días del Mundial de Clubes y su plan A había fracasado. Entonces fue a buscar a su amigo fiel, Miguel Ángel Russo, sin importar que ese amigo estaba a solo tres días de disputar una semifinal. Se amparó en la famosa cláusula de rescisión, que, aunque legal, muchas veces termina siendo extorsiva. Y como si eso no alcanzara, redobló la apuesta y fue por más: en el combo extorsivo se llevó también a Braida.
Los aduladores del poder te van a decir que, por intervención de la AFA a través de su presidente, Claudio Tapia, Boca pagó más que la cláusula. Pero eso es tan falaz como ingenuo: es apenas una maniobra para calmar a la gilada. Cuando se ejecuta una cláusula, el pago es libre de impuestos; con la intervención de Chiqui, se publica un monto superior que, una vez descontados los impuestos, apenas resulta levemente mayor. Para que se entienda: la cláusula de Braida era de 1.200.000 dólares. La “venta” se cerró en 1.800.000. ¿Sabés cuánto le quedó a San Lorenzo? 1.300.000.
Lo mismo pasó con River. Después de gastar 50 millones de dólares en refuerzos para este Mundial, quedar eliminado en la primera fase fue un golpe durísimo, no solo a nivel institucional, sino también puertas adentro, porque los cruces de culpabilidad van de un lado a otro.
Y aunque Gallardo tiene muchísima espalda, no queda exento ante la opinión pública externa a River. Entonces vuelve a salir al mercado sin importar el cómo, y actúa como un nene caprichoso: pide que le cumplan sus deseos sin medir las consecuencias. "Quiero a Salas, no me importa lo que tengan que hacer, pero lo quiero". Y es ahí donde aparece la billetera más grande de la Argentina por estos días para cumplir los deseos de su entrenador, rompiendo los pactos de caballeros que alguna vez se convinieron en AFA.
Si bien este caso es diferente al de Boca y San Lorenzo, yo creo que es más grave. ¿Por qué? Simple y sencillo: Boca y San Lorenzo no se cruzan en sus zonas, y salvo que se enfrenten en instancias definitorias, no volverán a verse las caras hasta 2026. En cambio, River y Racing pueden cruzarse en los cuartos de final de la Copa Argentina, en la Copa Libertadores, o incluso en las mismas instancias en las que podrían encontrarse Cuervos y Xeneizes. Es decir, hay al menos tres posibles cruces mano a mano entre ellos, con todo lo que eso implica.
Pero hay algo, en esto de aplicar las cláusulas de rescisión, que no se ve o que solo algunos estamos viendo, y muchos están perdiendo de vista: la condición en la que los involucrados dejan su club. Tanto Salas como Russo y Braida eran tipos queridos en Racing y San Lorenzo, y hoy, con solo mencionar sus nombres —ni siquiera hace falta decirlos— generan una repulsión total.
Y si hay algo en lo que Cuervos y Académicos coinciden hoy, es en ese dolor compartido: el de sentirse traicionados. Porque cobijaron a tres personas que llegaron a sus clubes envueltos en dudas, que fueron sostenidas y potenciadas por el apoyo de la gente, al punto de alcanzar un nivel que quizá ni ellos mismos imaginaban. Y cuando lo lograron, los dejaron tirados. Solo por plata.
Y eso, el hincha argentino no lo perdona.
La ley de la selva llegó para quedarse, lamentablemente. Ya no existen ni la palabra ni los códigos. Se rompió todo. O, lo que es peor: River y Boca rompieron todo sin necesidad. Hoy lo único que importa es hacer lo que se me canta y porque se me canta.
Pero atención: siempre hay alguien más poderoso que vos. Ya le pasó a Boca con Medina y a River con Mastantuono. Y ante esta última movida, no van a servir las futuras lágrimas si, con el paso del tiempo, los perjudicados terminan siendo ellos.
Para quienes somos hinchas de otros clubes, y amantes de la paridad, esto es un golpe muy bajo, que atenta directamente contra nuestros sentimientos. Ya no hay vuelta atrás. Los poderosos han roto una normativa no escrita que hacía al fútbol argentino más justo y más parejo.
Ojalá la caprichosa sea más justa que las dirigencias de turno, y deje en evidencia no solo a los traidores, sino también a los egocéntricos que se creen dueños de la pasión de 45 millones de personas.
Impecable nota, como todas las que hiciste. Felicitaciones.
Que bien explicado... Cómo siempre los dos poderosos hacen y deshacen a gusto. Antes se quedaban con inferiores completas, le sacaban los mejores a los chicos así los debilitaban , te roban cuando y como quieren en la cancha, ahora esto. Vamos a ver qué se les ocurre más adelante. Abrazo Mariano