La psicología en el fútbol: el rol que aún se subestima
Hablamos con la psicóloga Gabriela Beatriz García (MN 22189) sobre la importancia de la mente en el ámbito deportivo profesional.
Corría agosto de 2015. Quien escribe esta columna era, en ese momento, el entrenador de J.J. Urquiza en la Primera División C. Faltaban nueve fechas para el final del torneo y estábamos en zona de descenso. No solo eso: el equipo al que debíamos alcanzar —o superar— nos llevaba una ventaja de nueve puntos.
El plantel era bueno. De hecho, hasta ese momento habíamos logrado reducir la diferencia, que al inicio del campeonato era de 16 puntos. Sin embargo, habíamos entrado en una meseta, no solo en cuanto a los resultados, sino también en el rendimiento. La frustración comenzaba a apoderarse de las ilusiones y las posibilidades de salvación.
Fue así que, una mañana, en la intimidad del vestuario del cuerpo técnico y ante este panorama, Pablo Rubinich —quien era el preparador físico— me preguntó:
—Mariano, armamos un equipo bárbaro, pero se nos acaba el tiempo. Yo creo que hay que movilizar a los jugadores desde lo emocional. ¿Me permitís llamar a una psicóloga deportiva amiga, a ver si podemos destrabar la cabeza de estos chicos y alcanzar el objetivo?
Mi respuesta fue inmediata:
—Mirá, Pablo, la verdad es que yo no creo en la psicología. Pero si vos pensás que nos puede ayudar, dale para adelante. Acá lo importante es salvarse del descenso, no lo que pienso yo. Lo único que te digo es que, antes de hablar con los jugadores, tiene que hablar conmigo. Ahí vemos cómo seguimos.
Así fue como, a la mañana siguiente, llegó al vestuario Gabriela Beatriz García (MN 22189). Apenas ingresó y luego de saludarla, a modo de introducción le dije:
—Un gusto, Gabriela. Gracias por venir a tratar de ayudarnos. Pero no puedo ser hipócrita: estás acá por Pablo. Yo no creo en la psicología. La respeto, pero no la utilizo. Convenceme de que estoy equivocado. Decime qué necesitás para hacer tu trabajo y sentite con la libertad de hacer lo que creas conveniente para lograr que estos chicos vuelvan a confiar en ellos y nos salvemos del descenso.
Ese mismo día, Gaby se reunió con los jugadores durante una hora y media. El entrenamiento, que debía comenzar a las nueve, arrancó a las diez y media. Cuando finalmente salieron a la cancha, me sorprendí:
—Mierda, me los cambió. Estos son otros.
Fue en ese momento cuando empecé a vislumbrar que todavía estábamos a tiempo, que el objetivo era posible. Y así fue: en la última fecha, ganamos en la cancha de Cañuelas y nos salvamos por apenas dos puntos.
Toda esta introducción fue para contarte cómo conocí a Gabriela y cómo, a partir de ese encuentro, empecé a replantear mi mirada sobre la psicología. La admiración que me generó fue tal que no solo me ayudó a salvarme del descenso, sino que, tiempo después, fue la terapeuta de mis hijos cuando su mamá y yo nos separamos. Fue ella quien los ayudó a salir del pozo de tristeza en el que habían caído.
Hoy somos amigos, aunque yo siga siendo el mismo cavernícola de antes de conocerla. Pero eso ya es cosa mía. Porque Gabriela me demostró, con hechos, que la psicología es una herramienta poderosa, necesaria, y fundamental para el día a día de quienes la necesitan.
Sigue trabajando en el fútbol y, además, dicta la materia en la Escuela de Técnicos de Fútbol 35, que funciona en el Club Parque. Y ahora, para que saques tus propias conclusiones, te dejo parte de la charla que tuvimos hace unos días.
Le pregunté cuán importante es hoy la psicología dentro de un plantel de fútbol, y esto fue lo que me respondió:
—Hoy en día, Mariano, la psicología es súper importante. Así como se entrena lo físico, lo táctico, la motricidad, también hay que entrenar lo mental. Porque el ser humano necesita un equilibrio entre cuerpo, mente y emociones. Y si una de esas partes falla, el rendimiento se va a ver afectado. En los tiempos que corren, muchos jugadores —ya sean hombres, mujeres o niños— suelen trasladar sus problemas cotidianos al campo. Y ahí es donde tenemos que hacer más hincapié: ayudarlos a que esas dificultades queden fuera del ámbito deportivo, para que no afecten su rendimiento, sobre todo en lo que refiere a la atención, el carácter y el temperamento.
La siguiente inquietud que le planteé a Gabriela fue dónde había encontrado mayores problemáticas: si en los chicos, en las mujeres o en los hombres. Su respuesta fue contundente:
—En todos por igual. Porque tanto los chicos, como las mujeres y los hombres, van detrás del mismo objetivo: ser titulares o, al menos, suplentes. Todos enfrentan situaciones similares: las lesiones, la presión de los entrenadores, de sus familias, y la necesidad de superarse. Quizás la diferencia se da en los profesionales, cuando hay problemas con los pagos, porque no deja de ser su fuente de ingreso.
En el caso de los niños y adolescentes, Gabriela alertó sobre dos flagelos contemporáneos:
—Uno son las redes sociales, y el otro, la ausencia de los padres, que muchas veces deben salir ambos a trabajar para poder subsistir. Esa ausencia genera que los chicos se pasen conectados todo el día y pierdan la interacción real con sus compañeros. A veces, incluso, se comunican más entre ellos por WhatsApp que en persona. Hoy la vida de muchos chicos pasa más por el teléfono que por el intercambio humano.
Y fue más allá, señalando cómo esto afecta un momento clave del desarrollo:
—La adolescencia es una etapa de quiebre: se deja atrás la infancia y se empieza a ingresar en el mundo adulto. Y ahí hay duelos. El duelo por el cuerpo propio, el duelo por los límites impuestos por los padres, el duelo por empezar a hacerse responsables de sus actos cuando antes lo hacían otros. Es un momento de mucha rebeldía, introspección, silencio. Muchos adolescentes se encierran, se sienten solos, y encuentran en lo virtual un refugio más cómodo que el vínculo personal.
Pero Gabriela también celebra lo que cree una barrera de contención:
—Por eso celebro que muchos de ellos sean parte de un club. Eso ayuda a que no caigan en adicciones como la droga, el alcohol o —una de las más graves hoy— el juego. Pero también tenemos que trabajar constantemente en mostrarles que no todos van a llegar a Primera División. Por eso es clave que no abandonen los estudios. No todos van a poder vivir del fútbol, y si no llegan, no pueden quedar fuera del sistema. Ahí también tenemos que trabajar mucho la tolerancia a la frustración.
La charla ya había tomado un tono más profundo y directo. Fue entonces cuando le pregunté si, ante la escasez económica que atraviesan muchos clubes —donde el primer recorte suele afectar al área de psicología—, el poco tiempo que se le asigna a su trabajo alcanza para marcar una diferencia. Su respuesta fue tan honesta como categórica:
—No, Marian, no alcanza. Imaginate que cuando trabajaba en Huracán, en Fútbol Infantil, iba dos veces por semana y tenía a cargo a 300 chicos. Es imposible acordarme de la vida de todos. Después, con el fútbol femenino, también iba dos veces por semana, más los partidos. Como eran 28 o 30 chicas, podía estar más encima de ellas, pero muchas veces el contacto, ante cualquier situación, también tenía que ser por WhatsApp. Más allá de eso, tampoco alcanza.
Actualmente, Gabriela trabaja en Nueva Chicago, en las divisiones inferiores y en reserva. La situación, cuenta, no es muy distinta:
—Estoy dos veces por semana, cuatro horas cada día. Se hace muy difícil. Vos bien sabés, porque lo vivimos juntos, que nuestro trabajo nunca es bien valorado ni bien retribuido.
Y para graficarlo, contó una experiencia reciente:
—El domingo pasado, que era mi día de descanso, me llamó un chico de la Séptima División. Al día siguiente lo operaban de los ligamentos. Estaba nervioso, asustado por la anestesia. Terminé haciendo una consulta por videollamada. Eso no solo no te lo retribuyen, tampoco te lo reconocen. Y así se hace muy complicado.
Gabriela cierra con una reflexión que funciona como un llamado de atención:
—Está llegando el momento en que se empiece a valorar nuestra participación. Porque cada día es más solicitada por los jugadores.
Por último, me animé a preguntarle cuál considera que es la mayor problemática que enfrenta hoy desde su rol:
—La mayor problemática es la poca tolerancia a la frustración. Todos quieren las cosas ya. Es difícil cuando muchos chicos creen que van a ser Messi. Pero cuando les mostramos ejemplos de jugadores que, sin ser cracks, llegaron a un nivel top por todo lo que entrenaron y por todos los obstáculos que superaron, se hace más comprensible. Aun así, cuesta hacerles entender que hay que entrenar, escuchar, observar y aprender para poder amigarse con uno mismo y superar esa frustración.
Gabriela señala que muchas veces el problema no nace solo del chico, sino también del entorno más cercano:
—Tenemos que lidiar con las presiones que les genera su propia familia, que muchas veces los carga con la expectativa de que serán la salvación de todos. Y lo hacen sin saber si el niño está preparado mentalmente. Es ahí donde nosotros debemos accionar, para liberarlo y ayudarlo a entender que está en una etapa de diversión y aprendizaje, que todavía no es tiempo de ir más allá, y que debe aprender a convivir con el error, porque el error es parte del proceso de crecimiento.
La diferencia con los adultos, dice, es clara:
—Con los mayores es distinto. Ya están formados. En esos casos, simplemente tenemos que ayudarlos a focalizarse en aquello que no está funcionando en ese preciso momento.
Al final de la charla se me ocurrió una última pregunta. Le dije:
—Gaby, ¿hay algo que no te guste de lo que hacés?
Su respuesta fue inmediata y contundente:
—Odio cuando tengo que decirle a algún chico que quedó libre. Es un momento de mierda. No solo por lo que uno transmite, sino porque no sabés cómo va a reaccionar. Si pudiera evitar ese momento, sería muy feliz.
Sus palabras resumen con crudeza una realidad que, todavía hoy, muchos prefieren no ver. Porque detrás de cada pibe que queda libre hay una historia, un esfuerzo familiar, una ilusión rota. Y son los psicólogos —cuando los hay— quienes deben contener ese golpe.
Desde lo que dice Gabriela, y desde lo que tantos profesionales del área vienen señalando hace tiempo, se puede vislumbrar algo que resulta tan evidente como injusto: el trabajo de la psicología en el fútbol sigue siendo menospreciado. Se recorta, se posterga, se subestima. Y después, cuando ocurren tragedias como las de Santiago “Morro” García, Mirko Saric o Sergio Schulmeister, nos llevamos las manos a la cabeza. Pero en el mientras tanto, los que deberían ocuparse de prevenir que los futbolistas lleguen a ese extremo miran para otro lado.
Señores dirigentes: en los tiempos que corren, el o la psicóloga deportiva es tan importante como el director técnico o el preparador físico. Y cada día que pasa, queda más claro que es un rol irremplazable.
Buena nota y demuestra lo importante que es, en el fútbol superprofesionalizado de hoy, actuar sobre la psicología, no sólo para aumentar los rendimientos sino para proteger la salud mental de los protagonistas.
Muy buena nota. Llegué acá por mi fanatismo por san lorenzo y de ver a marian en los vivos. Me intrigaba la nota ya que actualmente estudio psicología y apunto a poder ejercer algo relacionado a la psicología deportiva, me llevo mucho de la nota y me alegra que poco a poco el rol del psicólogo esté más visibilizado.