Ludopatía, el mal de estos días
En primera persona, el periodista y entrenador Mariano de la Fuente abre su corazón y narra su experiencia con las apuestas en el Día Internacional del Juego Responsable.
Todos aquellos que somos cincuentones y futboleros, en épocas lejanas y no tanto, teníamos una rutina en nuestras vidas que descubrimos acompañados por nuestros padres y que después continuamos en solitario. Cada martes pasábamos por la agencia de quiniela para recoger la boleta con los partidos del viejo PRODE, la sigla con la que se conocían los Pronósticos deportivos que la Lotería Nacional creó en 1972 para reunir dinero con el fin de fomentar la actividad deportiva en el país y que sobrevivió hasta su desaparición en 2018.
La grilla estaba conformada por 13 partidos elegidos por la Lotería Nacional. Como por ese entonces la Primera División todavía estaba conformada por veinte equipos, diez encuentros pertenecían a la máxima división y los otros tres eran del ascenso nacional. Desde el momento en que descubrías el desafío semanal, con el fin de semana en el horizonte, empezaba la búsqueda de la verdad revelada. Las opciones eran tres: poner que ganaba el local, que daba la sorpresa el visitante o que el trámite finalizaba igualado. La fecha límite, el último plazo para entregar tu jugada, era el viernes a las ocho de la noche.
Había muchas formas de jugar al PRODE. Una era desde la lógica deportiva, una toma de decisiones cerebral basada en los conocimientos y argumentos futbolísticos. La otra era la pasional, condicionada por los colores del alma: siempre ponías a tu equipo como ganador aunque el rival fuera imposible y, a la vez, nunca lo dabas por victorioso a tu clásico adversario. Una tercera opción era la “jugada loca”, como hacíamos con mi papá y que después adopté con mi hijo porque el PRODE también era una tradición de generación en generación.
En la jugada loca tomábamos un cubilete con un solo dado y lo tirábamos para decidir la suerte de cada partido. Si salían los números uno o cuatro, poníamos que ganaba el local. El dos y el cinco significaban que el resultado iba a ser un empate y el 3 o el 6 bendecía al visitante. Y así transitamos una época donde el juego y el fútbol iban de la mano una vez por semana. La Lotería Nacional y la Asociación del Fútbol Argentino se habían asociado y una parte importante de la recaudación recaía en los clubes para ser utilizada en los presupuestos anuales de cada uno.
Pero el avance de la tecnología y la irrupción de la demandante televisión fueron debilitando al PRODE porque los partidos dejaron de jugarse en simultáneo, los de ascenso los días sábado y los de primera en los domingos. La fecha empezaba los viernes y terminaba los lunes, un cambio que causó un impacto en la rutina. Además, los ingresos televisivos eran infinitamente superiores a los que generaba el PRODE y le dieron la espalda a aquello que los propios clubes habían visto como una herramienta para aumentar sus arcas. Como consecuencia, el PRODE empezó a difuminarse hasta su desaparición definitiva.
Sin el PRODE, quedó un espacio vacío que tarde o temprano se iba a volver a ocupar. Y lo hicieron, pero ya no desde aquel enfoque más inocente y lúdico, sino con una propuesta mucho más brutal y agresiva. Un tsunami del mal que te lleva puesto, sin esperarlo y sin darte cuenta. Eso es el juego actualmente en la Argentina: al alcance de la mano, con la posibilidad de apostar a una infinidad de combinaciones, partidos y deportes, difundido por un bombardeo mediático de estrellas que divulgan las bondades de apostar para cambiar tu vida. Una ficción, claro, para que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.
Y mientras lees, tal vez te parece que exagero. ¿De verdad es tan así?, podés llegar a pensar mientras en la televisión seguramente aparece una publicidad relacionada a las apuestas. Puede sonar exagerado pero hoy quiero contarte en primera persona lo que pocos te cuentan. A mi el tsunami me vino a buscar, estuvo a punto de arrastrarme a las tinieblas, pero alguien me chifló y me salvó la vida.
Todo empezó en octubre de 2022. Se jugaba la última fecha de la Liga Profesional y las apuestas deportivas habían sido habilitadas y legalizadas hace muy poco tiempo. Los avisos publicitarios te aparecían por todos lados, con métodos tan extorsivos como seductores: “Te regalamos $500 para que apuestes”. Yo ya no era un pibe pero aquel niño que jugaba con su papá a hacer cruces en el PRODE encontró un punto en común alojado en la nostalgia.
Mi equipo San Lorenzo se jugaba la clasificación a la Copa Sudamericana ante un Aldosivi descendido que alineaba suplentes porque había licenciado a la mayor parte de su plantel. Y hacía ahí fueron mis regalados e inocentes 500 pesos. El Ciclón ganó por tres a cero, un resultado que no solo había garantizado la presencia intercontinental para el año siguiente: significaba el éxito de mi primera apuesta. Empachado por una doble dosis de alegría, festejé sin darme cuenta que esa apuesta, ese triunfo, había sido el principio del fin.
La dopamina del triunfo es una droga pero el fútbol argentino se había terminado por un tiempo. Voraz por mi promisorio debut, empecé a bucear por las aplicaciones en busca de alternativas. Habiendo sido jugador, técnico y periodista, creí que tenía el secreto mejor guardado. “Esto es una boludez, me voy a llenar de plata. No dependo de nadie, solo de mi sabiduría futbolística”. Y ahí, en ese ingenuo momento, fue en el que quedé atrapado.
Sin fútbol autóctono, salió a la cancha la Champions League. El Napoli jugaba contra el Rangers escocés con Gio Simeone, el hijo del Cholo, como titular. Entre mi intuición y mi suerte construí una certeza: que el Cholito iba a convertir un gol. Once minutos después, ya había ganado mi apuesta, estaba invicto y había sumado dividendos. El futuro era emocionante: en un mes arrancaba el Mundial de Qatar. Como no podía ser de otra manera, hice un all-in por Argentina campeona y Lionel Messi MVP del torneo. El 20 de diciembre, cuando Montiel convirtió el penal decisivo, la gloria deportiva también fue personal: había acertado un pleno que aumentaba considerablemente mi cuenta bancaria y alimentaba mi orgullo como oráculo futbolero.
Me creía un sabelotodo después de un par de aciertos. Entonces empecé a hipotecar mi destino en cualquier competición. Ya no importaba el fútbol, ya no me interesaba comprobar mi experticia como analista ni tenía fundamentos para decidir según la lógica futbolera -si es que eso existe-. En mi desquicio aposté por el Apoel de Chipre y por el Qarabağ de Azerbaiyán, que ya no recuerdos si participaban de la Europa League o de la Conference League. Empecé a sentir que perdía el control, que las olas eran cada vez más grandes, que empezaba a perder pero que necesitaba jugar más para recuperarme de las derrotas.
Ya no eran todos aciertos. Las combinadas que antes salían de taquito ahora eran un fracaso. Cada fallo incentivaba una jugada más, en una liga cada vez más inhóspita y desconocida, con una cantidad de dinero apostada cada vez mayor en un territorio absolutamente misterioso. El retorno del fútbol argentino, del ascenso que me formó durante treinta años y de las grandes ligas europeas, me devolvió a la comodidad de las supuestas certezas. Las vacaciones familiares, cinco días seguidos de playa bajo una ola de calor de 38 grados y las horas compartidas con mis hijos me alejaron de las apuestas. Pero el respiro se interrumpió ante la primera lluvia.
Era sábado, me levanté un poco más tarde de lo habitual, puse la pava en el fuego, me preparé el mate y tomé mi celular. Antes jugar al PRODE te llevaba cuatro días entre retirar la boleta, analizarla y volver a la agencia con tus resultados. Pero ahora todo está a un click de distancia: es entrar al navegador o a la aplicación, toparte con un arsenal de opciones para elegir y diseñar tu combinada, observar la potencial ganancia de tu apuesta y elegir la cantidad que vas a arriesgar.
Esa fue una mi rutina durante toda la mañana. Desde Primera hasta lo más profundo del ascenso, hice 10 apuestas. Eran las doce del mediodía, faltaban casi cinco horas para que empiecen la mayoría de los partidos en dónde yo había puesto mi ojo, mi plata y, sin saberlo, mi enfermedad. Terminé mis mates y me introduje en el mundo Twitter hoy llamado X. Entre las noticias y las publicaciones, encuentro un hilo de un periodista amigo que se llama Bautista Letanú, a quien conocí durante mis días de ascenso porque él cubría al club Villa Dálmine.
En el hilo, contaba su ya reconocida enfermedad y las consecuencias de la ludopatía: la pérdida total de sus bienes materiales y también de los inmateriales. Sin dinero, familia ni afectos. Y ahí vi mi futuro, en esa misma silla donde había hecho diez apuestas en un ratito. Fue un escalofrío: en poco tiempo, yo también iba a ser Bautista. El click fácil de las apuestas me había atrapado. Apostaba en cualquier cosa, a cualquier hora, y la debacle era cada vez más inevitable. Pero en esa mañana costera hice un click. “Loco, hasta acá llegamos, basta, no podés caer en lo mismo”, me dije y se terminó.
Me salvó Bautista, o Twitter, o Dios. Ya casi que no me importa quién fue el responsable pero estoy agradecido a los tres porque me rescataron de mi camino hacia perdición. Estaba sumergido en el mundo de fantasía del ludópata, un universo paralelo con pocas chances de retorno. Desde ese día, nunca más volví a jugar y me juré que nunca iba a publicitar en mis canales las casas de apuestas. Aquello que arrancó en mi niñez con el PRODE y un juego de niños, se había transformado en una enfermedad casi terminal que afortunadamente puede vencer. Pero millones no pueden decir lo mismo.
Las casas de apuetas son esos enemigos invisibles que te seducen pero se excusan con el lema “apostar es perjudicial para la salud. Si lo hacés, hacelo responsablemente”. O creen que por desalentar a los menores con un asterisco insignificante están deslindados de su responsabilidad. No, maestro. No existe el juego responsable: el juego termina siendo una enfermedad en donde ustedes se llevan la plata y a los apostadores se nos va la vida.
Mariano escribe como el hincha comun que ve los partidos al lado tuyo en la tribuna. Fuerte y al medio, asi entran sus palabras.
Tremendo análisis de algo que está tomado un impulso difícil de tomar dimensiones . Gracias a Dios que alguien pone sus experiencias en palabras y lo puede hacer más notorio . Debería estar absolutamente prohibido o directamente grabarlo con impuestos a tal punto que no sea rentable para las casas de apuestas . Muy buena editorial Mariano ! Felicitaciones!!!