Mónaco: ¿Anacronismo en cuatro ruedas?
Mientras muchos claman por su retiro del calendario, numerosos exponentes lo defienden. Mónaco no es solo una carrera: es la esencia misma del riesgo, la técnica y la historia del automovilismo.
Todos los años, cuando se angosta mayo, se repite como letanía el interrogante: ¿No es el Grand Prix de Mónaco, una cita casi centenaria del automovilismo, una cita anticuada de la Fórmula 1? Coches lanzados a casi 300 km/h por calles estrechas, encerrados entre tubos de acero, peleando por desplazarse en un mínimo espacio vital, contribuyendo al tedio que supone una procesión de 78 giros en lo que es imposible adelantar a otros autos… Los argumentos son variados. Y para nada novedosos.
Hace exactamente medio siglo, en 1975, Enzo Ferrari, que le tenía versión al circuito del Principado, lanzó una sentencia lapidaria: “Esta carrera no debiera ser válida para el campeonato mundial”, señaló palabras más o menos. “Háganla si quieren, para respetar la tradición, pero no convoquen a la F-1”. Ese año, Niki Lauda, con su Ferrari 312T, dio cátedra en el piso húmero de Monte Carlo para sumar la primera de sus cinco victorias en la temporada, lo que desembocaría en el título mundial.
Desde hace medio siglo, entonces, que subsisten las objeciones. Desde 1929 a la actualidad, el circuito de Montecarlo, ideado por el señor Anthony Noghes -porque la FIA le reclamaba al Automóvil Club de Mónaco una carrera en el Principado para admitirlo en la entidad- ha sufrido escasas modificaciones. En tanto, los coches cambiaron muchísimo. Siempre fue difícil superar rivales en ese trazado, tanto que en 1933 se introdujo la prueba de clasificación, para que la grilla largada se decidiera por mérito –los más veloces, adelante- y no por sorteo, como era usanza.
De manera que allí no hay nada que sorprenda. Lo más novedoso es el tamaño de estos Fórmula 1 híbridos, crecidos para albergar tanto periféricos como baterías y sistemas de recuperación de energía, o enormes túneles de fibra de carbono que corren por debajo del coche ara generar carga aerodinámica. Auténticos monstruos de 800 kilos que, en pistas lentas como este callejero, se vuelven más indóciles en el momento de intentar que doblen.
Entonces, los puristas viven quejándose cada vez que asoma la perspectiva: carreras aburridas decididas, en general, por el resultado de una clasificación o, eventualmente, alguna variante estratégica. Poca emoción, aseguran. Por fortuna, el calendario incluye carreras los fines de semana anterior y posterior a Mónaco, como para que ellos no se consuman en la amargura de la queja.
El cronista no está para nada de acuerdo. La defensa que hace de Mónaco es, hasta cierto punto, conservadora y elitista, dos categorías que detesta. Pero la evidencia está: Mónaco es mucho más que una carrera de dos horas el domingo. Pero eso solo se puede saborear en el lugar. Y no es nada accesible estar ahí.
Ver a los coches de Fórmula 1 transitar por las calles del Principado, pasando a cerca de300 km/h a dos metros o menos, es como ver boxeo en el ring-side: el deporte salpica. La sensación es de primera mano, cruda, avasallante, inolvidable. Y la sospecha es que, quien estuvo allí alguna vez, no quiere que deje de haber Grand Prix de Mónaco. Que las quejas vienen del otro lado, de quienes nunca pudieron asistir.
¿Mónaco es solo la clasificación sabatina? ¡Qué suerte! No hay tanda clasificatoria en todo el año más excitante que la de este Grand Prix. Se pelea contra el cronómetro, contra los rivales, y, como en ningún otro lugar, contra las incómodas limitaciones que propone el recorrido, plagado de trampas –como la segunda Ese de la piscina, que hay que pasar dejando rozando el guard-rail de la entrada con la rueda delantera derecha y evitando saltar sobre el piano en la salida para no pegarse contra la barrera de protección- que separa claramente a los fabulosos de los buenos y a estos de los malos. En Mónaco se reduce más que nunca la enorme influencia de la máquina en el rendimiento del piloto: verlos conducir en un giro lanzado es un espectáculo sin parangón.
Una vuelta como la de Max Verstappen para marcar la pole en 2023, raspando las barreras, controlando al milímetro ese torrente de tecnología, valió todo el fin de semana. Un año más tarde, Charles Leclerc no necesitó pasarle tan cerca a los guard-rails –a lo sumo dos o tres centímetros- para bajar más de un segundo el tiempo del año anterior. Son momentos en los que la técnica de conducción se emparenta con un verdadero arte.
Por otro lado, es cierto que Mónaco concentra un glamour opulento que muchas veces causa rechazo. Famosos que están allí para mostrarse, aunque no entiendan nada de lo que está ocurriendo. Como cuando Justin Bieber accedió al podio en 2016 para celebrar el triunfo de su amigo Lewis Hamilton. Es evidente que mucho no le interesaba, porque no regresó.
Los que pagan 15 o 20 mil dólares para pasarse todo el fin de semana en un yate anclado en la bahía de Monte Carlo seguro que quieren que la fiesta no se acabe nunca. Pero no son esos personajes frívolos los que sostienen la continuidad de esta cita. Para la F-1, Mónaco es una vidriera de la que pueden surgir buenos negocios. Sus dirigentes poseen las razones comerciales más convincentes para asegurar la continuidad de la tradición.
Preferimos los argumentos deportivos y emocionales ya esbozados. Adam Cooper, un freelance inglés que desde Japón 1994 no se pierde un Grand Prix en la escena, tuiteó: “Es muy bueno estar de vuelta en uno de mis fines de semana favorito de todo el año. Difícil de predecir lo que va a ocurrir en la pista con Verstappen o Leclerc no muy optimistas, y con el compuesto C6 y la regla de las dos paradas obligatorias sumándose a la diversión”.
Con cientos de carreras sobre su conciencia, Cooper todavía disfruta estar allí. ¿Por qué será? Porque Mónaco es mucho más que una carrera.
Fangio nos dijo una vez: “No soy de dar consejos si no me los piden”. Entonces, si no un consejo, al menos una sugerencia: fanáticos de la Fórmula 1 que se aburren en Mónaco, quedan otras 23 carreras en el calendario. Pueden dedicarse a disfrutarlas todas mientras nos permiten a nosotros, los que nos entusiasma la perspectiva, gozar con esta, la clasificación más emocionante del año y la procesión más exquisita de cuantas existen en el automovilismo. ¿Anacronismo en cuatro ruedas? Puede ser. El Grand Prix de 2024 fue un completo tedio, pero aquí estamos de nuevo, renovando la fe. La esperanza de volver a ver un coche de F-1 a casi 300 km/h a menos de dos metros no se consumirá jamás.
Basta de Monaco parece una calesita. Lo peor es que siguen agragando circuitos callejeros. Los autos cada vez mas rapidos en circuitos cada vez mas lentos. Si es por la clasificacion hagan un fin de semana con clasificaciones nomas y listos