Napoleón se olvidó de Gallardo
El River del Muñeco es una constelación que no termina de brillar. Luces y sombras de un candidato a todo.
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La historia de River está marcada por un viejo lema de la tribuna: ‘“Acá no sólo hay que ganar: acá hay que ganar, gustar y golear". Y ese dicho popular es algo que se va impregnado en la piel del hincha millonario de generación en generación. Si al mandamiento innegociable le sumás la cataratas de títulos logrados a lo largo de más de cien años de gloria, el axioma no se discute: el paladar negro no se negocia.
Después de ocho años plagados de títulos y éxitos deportivos, una mañana y casi sin dar pistas, Marcelo Gallardo se sentó frente a los periodistas en la sala de prensa del River Camp en Ezeiza y anunció que no renovaría su contrato: el 31 de diciembre de 2022 dejaría de ser el Director Técnico de River Plate. Al vínculo le quedaban más de dos meses y algunos partidos por jugar, un fixture que sirvió para despedir al último gran mito del olimpo riverplatense. Aunque todos en esa gira de despedida sabían que sería un hasta luego, en ese instante de lágrimas y tristezas ninguno de los involucrados en el romance imaginaría que el reencuentro sería antes de lo imaginado.
Y Gallardo se fue. Como sucesor, un desafío casi imposible, apareció Martín Demichelis, otro hijo pródigo de la casa que se había ido del Monumental muy temprano en una época en la que no era común marcharse tan pronto: debutó en Primera División con los colores Millonarios y dio el salto a Europa gracias a su gran nivel futbolístico, una virtud que le permitió construir una carrera soñada: disputó dos mundiales con la camiseta de la Selección Argentina y desarrolló casi toda su travesía en los campos más importantes del Viejo Continente. Si bien tuvo aventuras en el Manchester City y en el Atlético de Madrid, entre otros, fue Bayern Munich el club que lo cobijó como si fuera uno de los suyos. En su nueva casa le agregó templanza a su carácter y una mirada futbolística made in Germany.
Pero antes de la contratación de Micho, durante las semanas que duró un adiós en cámara lenta, el mundo del fútbol se preguntaba cómo sería la vida post Muñeco. Incluso se escribía sobre la inevitable comparación con el Boca post Carlos Bianchi: ambos entrenadores causaron un cisma en la historia de sus clubes, una vara prácticamente inalcanzable después de haber inmortalizado varias de las mayores hazañas de todos sus tiempos. Nada sería igual, pensaban puertas afuera y también en los pasillos de Núñez.
Pero en River no pasó. O por lo menos, el contraste durante los primeros meses no fue tan impactante. Demichelis diseñó un equipo arrollador durante su primer campeonato, una formación con cinco volantes y un punta, un sistema elástico, de mucha movilidad, sin posiciones fijas y con individualidades como Esequiel Barco, Rodrigo Aliendro, Lucas Beltrán y Nicolás de la Cruz, que fue campeón varias fechas antes del final. Pero inmediatamente, después de la consagración en el campeonato local, llegaron los vedettismos, las declaraciones en off, las filtraciones internas y la partida de un ídolo como Enzo Pérez.
Ya nada fue igual: todo lo bueno que había demostrado en el campo, Demichelis lo desechó en el día a día con su falta de liderazgo. Falló como caudillo, un error que el vestuario y la gente no le perdonaron. La falta de resultados obligó a la dirigencia a interrumpir abruptamente su contrato. El equipo dominante y arrollador era una sombra, un River desdibujado que había perdido su esencia y la conexión con su pueblo, una hinchada que dejó de sentirse representada y se manifestó públicamente para transmitirle su descontento a quienes debían tomar la decisión.
Con el clima interno convulsionado, la única fórmula para desactivar la bomba era convencer a Gallardo para que anticipara el fin de sus vacaciones tras su frustrada experiencia en el fútbol de Arabia Saudita y pegara la vuelta para asumir el mando, no solamente del primer equipo, sino del club en su totalidad. Con su sola presencia, el mundo River volvería a unirse y encolumnarse detrás del hombre que los hizo creer en que las utopías eran alcanzables.
Como una mañana se fue, una tarde volvió. Y desde el preciso momento en que se anunció su regreso, los hinchas automáticamente le dieron rienda suelta a sus sueños. Era una celebración por adelantada, la garantía de volver a creer porque ahora había argumentos. Napoleón era sinónimo de gloria: en la ecuación, las alegrías debían llegar por decantación. La revolución fue inmediata: River debía enfrentar a Talleres por los octavos de final de la Copa Libertadores y Gallardo capturó el timón para exigir -incluso participando en las negociaciones- refuerzos de primer nivel después de un mercado deficitario: así incorporaron a Fabricio Bustos desde Inter de Brasil, a Maximiliano Meza desde el Monterrey mexicano, a Marcos Acuña desde el Sevilla mexicano y a Germán Pezzella desde el Betis. Ahora era el EuroRiver, con la dirigencia posicionada detrás del intocable Gallardo.
Pero una mala noche en Belo Horizonte y la sabiduría táctica de Gabriel Milito se conjugaron para una goleada con sabor a sentencia de Atlético Mineiro. La revancha en Buenos Aires estuvo de más y River se quedó a las puertas de lo que hubiera sido un escenario inmejorable para levantar su quinta Libertadores en el remodelado Monumental. Con un plantel heredado y con poco tiempo para ensamblar las piezas, Gallardo no había consumado su objetivo pese al envión anímico que supuso su reaparición.
Enterrada la tristeza, era el momento de rearmar sus tropas y preparar las huestes para la nueva batalla. Napoleón puso manos a la obra, otra vez en una función que excedía las responsabilidades del director técnico, y se adueñó de la gestión del mercado de pases. Gonzalo Montiel, Lucas Martínez Quarta, Gonzalo Tapia, Giuliano Galoppo, Matías Rojas y Enzo Pérez se sumaron a la disciplina Millonaria. Con una defensa de selección argentina y la pizarra del Muñeco, el hincha recuperó la ilusión con su líder espiritual y futbolístico en el banco y al frente de un cúmulo de individualidades que podrían completar tres formaciones titulares, mientras que el 90% de sus rivales apenas tiene nombres como para un once.
Pero si te detenés un instante y relees el párrafo anterior, quizás entre líneas encuentres mi opinión sobre este EuroRiver. Si bien acumula nueve puntos y se mantiene invicto en las agitadas cinco primeras jornadas del Apertura, no consiguió superar a Platense, le ganó sobre la hora y casi sin merecerlo a Instituto como local, mereció perder ante un San Lorenzo que frente a su falta de jerarquía le impuso orden táctico y concentración, se quedó con los tres puntos contra Independiente después de un deslucido primer tiempo y no consiguió vencer a un Godoy Cruz que navega por el fondo de la tabla de posiciones.
La descripción más gráfica de este momento Millonario es que, al menos por ahora, River no es un equipo: es la consecuencia de arrestos individuales de altísimo nivel, sin conexión ni cohesión, donde cada uno juega su partido y sin una bandera que se cargue al hombro al equipo. Grandísimos jugadores, con una técnica maravillosa pero que se superponen: son todos pasadores de pelota. Ninguno gambetea, ninguno patea al arco, ninguno busca un pase filtrado. Es un equipo que juega casi a reglamento, donde cada uno se conforma con hacer lo que su puesto le demanda y poco más.
La imagen de Gallardo, parado al lado de la línea de cal, es una foto de todo lo que su cabeza no logra entender. Entre el desconcierto y cierta desidia, el Muñeco bucea permanentemente su cabeza en busca de soluciones. En el Nuevo Gasómetro, por ejemplo, se lo veía caminar con cara de fastidio, rascándose la frente, refregándose los ojos con ganas de arrancárselos, moviendo la cabeza de un lado al otro, conviviendo entre el fastidio y la resignación. La secuencia se repitió más de una vez en este arranque de la temporada.
Gallardo formó un gran plantel: entre sus líneas tiene a cuatro campeones del mundo con la Scaloneta. Pero también hay lunares, cada vez más evidentes: Napoleón se olvidó de incorporar a un gambeteador. No te voy a decir que necesita a un Ortega, a un Pisculichi o a un De la Cruz: Napoleón se olvidó de traer a un Gallardo. Sí, éste equipo necesita de un Gallardo. Pero no el que la gente adora e idolatra, no el de afuera que entrega respuestas a los problemas de todos: éste equipo necesita al Gallardo de adentro, el que tomaba las riendas y pedía la pelota siempre, el que no se escondía ni le temía a las patadas, el que gambeteaba a todo lo que se le pusiera enfrente y después hacia brillar a los demás. Ese Gallardo que pasaba la pelota a sus compañeros pero se la pasaba con ventaja para que no perdieran un tiempo en decidir. Todo lo contrario a lo que hace su equipo, que hoy se pasa la pelota para sacarse el quilombo de encima y no para progresar en el campo o lastimar al rival.
Si bien este River está a la altura de la demanda histórica de sus hinchas, hoy más que atacar en masa amontona jugadores. Esa superposición no sólo le saca espacios: provoca que el adversario de turno se encierre más de lo normal, y ante tanta pierna adversaria, nadie tiene la capacidad ni la rebeldía de intentar algo distinto, nadie se anima a más y es en ese contexto donde todos pasan a ser pasadores de pelota porque nadie quiere arriesgar. River no ataca espacios, River ocupa espacios y se los autolimita.
Un ejemplo concreto de su propia historia: si hoy jugarán Eduardo Coudet, Sergio Berti o Roberto Monserrat, ninguno de los tres sería el volantes con llegada qué sobresalió en el fútbol argentino de los noventa: serían extremos pasadores de pelota. Con el afán de atacar, amontona y en el amontonamiento boicotea su funcionamiento y no hay, hoy por hoy, una individualidad que rompa el molde y que se atreva a ponerse la pincha de líder futbolístico. Manuel Lanzini y Gonzalo Martínez, con sus inconvenientes físicos, podrían hacerlo pero no representan una garantía.
Es indudable que el equipo va a aparecer, incluso consiga éxitos y no sería extraño que salga campeón de todo lo que juegue. Pero hasta acá es un equipo insípido que transmite poco y genera menos: ni juego ni de emoción. Por momentos es un equipo apático, que camina la cancha, que tiene poco vuelo futbolístico y malos retrocesos, con una distancia enorme entre sus líneas que si los cinco rivales a los que enfrentó se hubieran animado un poquito más -especialmente Independiente en el primer tiempo-, quizás su cosecha hubiera sido más magra.
Si hay una característica que define la genética riverplatense, desde primera hasta novena división, es que atacan todos: los marcadores de punta son más volantes que defensores y los volantes casi delanteros. Desde su postura muestra que importa más el arco rival que el propio. Pero esa propuesta, el adelantamiento deja zonas fácilmente detectables para su adversario, entonces los que salen al rescate del equipo son los dos marcadores centrales y el cinco, ése triangulo casi siempre equilátero que le dan equilibrio al sistema. En el River 2025, el triángulo falla: no está fino, no tiene corte ni velocidad. La defensa de selección aún no carbura, con un Pezzella que bajó su rendimiento, un Martínez Quarta que aún necesita tiempo para adaptarse y un Enzo Pérez que empieza a sentir el paso del tiempo y la ausencia de un ladero como Santiago Ascacibar. El problema llevó a Gallardo a tomar decisiones atípicas: en su afán de encauzar su futuro, en su visita al Nuevo Gasómetro dispuso de una línea de tres centrales para no quedar tan expuesto.
No hay dudas: River tiene un plantel top, que asusta desde las estrellas que componen una constelación que todavía no brilla. Pero hoy es sólo eso. Cuando se mueve la pelota, su expresión futbolística dista enormemente de los nombres propios que lo componen. Ardua tarea tendrá el Muñeco. Su EuroRiver no camina aún. Casi que gatea y su pasado como el DT más ganador de la historia lo obliga a ser campeón olímpico de los 100 metros. Depende de Gallardo, de su sapiencia y de su tranquilidad, esa misma tranquilidad que los hinchas están empezando a perder.
Mariano, tu síntesis está genial con la descripción exacta de lo que vos pensás, es muy probable que algunos fanáticos de (termos) de River te salten a la yugular, pero vos estás describiendo ÉSTE presente de hoy de Gallardo ‼️ Sublime tu nota Mariano 👍🏼‼️
Genio Mariano!!