Con los pies sobre la tierra
Después de sumar frustraciones en Europa, el PSG sueña gracias a un equipo con menos figuras de renombre pero un sentido colectivo edificado alrededor de la pizarra de Luis Enrique.
Las más de 20 mil almas que poblaron el coqueto Stade Auguste Bonal no tenían claro el futuro inmediato de aquella definición. La apuesta subía, y resultaba difícil presagiar una actualidad tan dispar para aquellos dos equipos, que acaparaban los flashes en la última fecha de la Ligue 1 2007/08.
Los fanáticos del Paris Saint-Germain realizaron las más de cinco horas de viaje hacia la ciudad de Sochaux, una distancia considerable para procesar y asimilar una hipótesis cada vez más cercana: el descenso a la segunda división.
El todavía joven equipo parisino, fundado en agosto de 1970, transitó sus primeros años entre ascensos y descensos, logrando su última promoción a la máxima categoría para la temporada 74-75. Desde entonces, comenzó la construcción de un club que estaba lejos de ser el conjunto arrasador y favorito que es en la actualidad.
La conquista del campeonato en la 85-86 fue una gran y grata sorpresa. De la mano del estratega Gérard Houllier —quien más tarde sería un técnico ganador con el Liverpool— y del poder goleador de Dominique Rocheteau (19 tantos), el equipo, que contaba con el argentino Omar da Fonseca, dejó atrás la pobre imagen de la temporada anterior, en la que finalizó decimotercero, cerca de los puestos de descenso.
Aquella tarde de 2008, las sensaciones se mezclaban: por un lado, el descenso, que hasta semanas atrás parecía inexorable tras una seguidilla de tres caídas en fila; por otro, la pizca de confianza que otorgaban los tres partidos recientes sin perder.
Al repasar el plantel, quedaba claro que estaban lejos de contar con los rutilantes nombres que vestirían los colores de Les Parisiens en los años siguientes. Claude Makélélé y Ludovic Giuly, ambos mayores de 30, lideraban a un equipo que penaba en la liga doméstica y que había sido eliminado de la Copa de Francia, pero que había ganado crédito con la sorpresiva obtención de la Copa de la Liga.
Amara Diané, un atacante marfileño que destacaba por su pique de tranco largo, abrió la cuenta a los 23 minutos de partido, generando cierta tranquilidad. Sin embargo, a un cuarto de hora del final, Sochaux logró el empate, despertando todos los fantasmas posibles en la hinchada del PSG.
Abiyán, la antigua capital de Costa de Marfil y la ciudad más grande del país africano, es un importante centro del mercado financiero y de valores de la región. Además, alberga una de las refinerías de petróleo más importantes del país. ¿Sería aquel el primer guiño del destino en la historia petrolera del PSG?
A pocos minutos del final del partido, cuando ya no quedaban demasiadas uñas por morder entre los simpatizantes visitantes, el buen control del delantero, con giro incluido, le abrió la puerta de la esperanza a los de París. Con la molesta compañía de un defensor desesperado y la presencia atosigante del arquero rival, Diané llegó apenas a tocar la pelota con la punta de su botín. "Pidiendo permiso", esa frase icónica del mundo futbolero, cobró más sentido que nunca ante la imagen de un balón que ingresó lentamente al arco de Sochaux. Sería la salvación. La primera, tal vez.
Luego de temporadas complicadas, marcadas por problemas financieros, cambios de dueños y planteles poco competitivos, llegó junio de 2011. Tamim bin Hamad Al Thani, el Emir de Qatar, adquirió el 70% de las acciones del PSG a través de Qatar Sports Investments (QSI). En octubre, Nasser Al-Khelaïfi fue nombrado presidente —el primero extranjero— y, desde entonces, comenzaría la revolución.
Con una inyección asombrosa de petrodólares, el equipo que había penado en la década anterior se convirtió, en un abrir y cerrar de ojos, en un firme candidato a quedarse con los torneos domésticos y en una presencia habitual en las definiciones de los campeonatos continentales. La apuesta era máxima: de cero (o casi) a cien.
Los más de 39 millones de euros que el PSG ofreció por el argentino Javier Pastore al Palermo de Italia rompieron el modelo de mercados de pases en la institución. La llegada de jugadores provenientes de Barcelona, Roma, Juventus y otros equipos importantes del continente, algo impensado tiempo atrás, marcó una pauta clara sobre el primer factor que haría competitivo al club: la billetera. A partir de ahí, comenzó la construcción de un equipo que sumaría estrellas temporada tras temporada.
Tras un segundo puesto en la liga, eliminaciones en las copas locales y un tercer puesto en la fase de grupos de la Europa League, el ambicioso proyecto del PSG alcanzó su primera gran etapa. Ya con Carletto Ancelotti en el banco desde la segunda mitad de la campaña anterior, Al-Khelaïfi desembolsó más de 120 millones de euros para reforzar el plantel y moldear al primer equipo imparable. Zlatan Ibrahimović, Ezequiel Lavezzi, Thiago Silva y Lucas Moura fueron algunos de los tentados con jugosos contratos y las bondades de París. Ahora, además, la promesa de pelear y ganar títulos era real. Incluso David Beckham, en un rol más testimonial y empresarial, se sumó en aquella campaña.
Imparable y arrasador, el PSG se quedaría con su tercer título de Primera División, sacándole doce puntos de ventaja al escolta. Sería el comienzo de una era repleta de campeonatos, festejos, grandes estrellas, pases récord y vitrinas en permanente remodelación. El dominio de los parisinos a nivel local es indiscutible.
A tal punto que, en una liga históricamente marcada por ciclos de hegemonía como el del Lyon a principios de siglo, el Paris Saint-Germain terminó convirtiéndose en su peor rival: volvió monótono y predecible el campeonato, con el resto de los equipos habitualmente jugando por el segundo puesto. Es más, el grueso del público terminó enemistado con la institución parisina. La sensación de que la supremacía absoluta se construyó simplemente a base de dinero generó un abismo de distancia, opacando incluso los grandes rendimientos dentro del campo, con actuaciones notables y exhibiciones futbolísticas que empacharían a cualquier fanático de la pelota.
El exitoso ciclo qatarí sigue vigente. Aquella fue la primera de diez conquistas de liga, una marca que convirtió al PSG en el club más laureado de Francia. A esto se sumaron siete títulos de la Copa de Francia, seis de la ya extinta Copa de la Liga y once del Trophée des Champions. Pero el plan siempre fue más ambicioso: la conquista de Europa, un territorio tradicionalmente incómodo para un PSG que, antes del cambio de propiedad, apenas había disputado cinco ediciones de la Champions League.
En busca de ese objetivo nítido, la decisión fue simplista: aplicar la misma fórmula con la que habían dominado con holgura el fútbol francés. Así, las cifras millonarias en cada mercado de pases comenzaron a multiplicarse, buscando incorporar grandes nombres como si se tratara de figuritas de un álbum por completar. Uno de los primeros fue el uruguayo Edinson Cavani, quien llegó por 64 millones de euros bien invertidos: aportó 200 goles y se convirtió en una de las primeras grandes compras del proyecto.
Talento y calidad al margen, siempre quedaba la sensación de una exagerada acumulación de jugadores de gran nivel individual, sin el sostén y el orden necesarios para alcanzar el gran objetivo. La suerte también jugó su papel. El PSG perdió cuatro cuartos de final consecutivos, cayó en octavos en cinco ocasiones, disputó dos semifinales —incluida la última— y quedó a las puertas de la consagración en su única final, donde fue derrotado por el Bayern Múnich en la desolada Lisboa, en plena pandemia. Todo en años consecutivos.
Ante cada traspié europeo, la desesperación por alcanzar la gloria parecía derivar en la misma fórmula agotada: sumar más estrellas. Kylian Mbappé, Lionel Messi y Neymar personificaban la acumulación de talento destinada a conquistar la primera Champions League del club. Tampoco lo lograron.
Apenas fuera del centro de la marquesina, quedaron figuras como Di María, Verratti, Dani Alves, Buffon, Icardi, Paredes, Sergio Ramos, David Luiz y otros. Todas enormes individualidades con un potencial indiscutible, pero que, en conjunto, nunca lograron consolidarse como un equipo verdaderamente competitivo a nivel internacional.
La llegada de jugadores con buenas actuaciones en apenas un puñado de partidos también fue una constante en la estructura parisina. Sin embargo, la campaña actual sostiene con argumentos la hipótesis de un equipo mejor preparado para afrontar los grandes desafíos. Y la palabra “equipo” parece ser la clave de todo.
Con las grandes estrellas ya alejadas —aunque el plantel sigue contando con figuras—, quedaron atrás aquellas jornadas de “si no corre él, yo tampoco”. Los enojos y caprichos por ser la foto de portada, tener el contrato más alto o gozar de mayores privilegios parecen desvanecerse a medida que la temporada avanza y el equipo lo requiere.
El último partido de la fase de liga de la Champions League no era una parada sencilla. En el nuevo formato, con la historia negativa y los fantasmas a cuestas, el PSG sacó adelante un duelo complicado ante el Stuttgart en Alemania. La combinación exacta, el punto justo entre una destacada performance futbolística —con alto nivel colectivo e individual— y la imprescindible mentalidad competitiva basada en el esfuerzo máximo. Una muestra de carácter necesaria.
La conducción de Luis Enrique se ha convertido en un factor clave. El español encontró el equilibrio ideal entre libertades y disciplina. En el plantel actual, la armonía entre experiencia y juventud parece imponerse sin grandes sobresaltos. Son jugadores que necesitan destacarse individualmente, pero que entienden que dependen del colectivo para lograrlo. Y los ejemplos sobran.
Donnarumma ya no es el niño mimado que nunca sale tras un error; ahora sabe que Safonov puede cubrir el puesto sin problemas y con creces. Dembélé, físicamente apto, olfatea libertades y la posibilidad concreta de volver a ser el jugador que quizá nunca creyó que podía ser. Marquinhos, el histórico, entiende que está ante su último tren, y para llegar a la estación, qué mejor que contar con laderos sin tanto cartel, como el ecuatoriano Pacho o Lucas Beraldo.
En esto de ser, Barcola está llamado a convertirse en una gran estrella. Por eso apostó por el PSG, que lo buscó tempranamente en el Lyon. Hoy la rompe, pero está lejos de ser la primera elección de la mayoría en cualquier pan y queso. De eso se trata: hambre. Y lo mismo puede ocurrir con los casos de Doué y João Neves. Incluso Vitinha o el propio Fabián Ruiz parecen sentirse más cómodos y liberados sin la presencia de una o varias grandes estrellas que acaparen todos los flashes.
La plana directiva del PSG cambió su fórmula. Más paciente. Sin regalar billetes por doquier, manejó los mercados de pases con mayor cautela. Khvicha Kvaratskhelia fue la gran adquisición en la última ventana. Un jugador con un potencial asombroso, pero no un vendedor de tickets. Es más, tiene por delante el desafío de superar aquella gran primera temporada en Italia, donde se consagró con el Napoli. El fantasma de convertirse en un one-season wonder lo acecha y, al mismo tiempo, se transforma en un reto motivador.
La suerte juega su papel en todo esto y es inmanejable. El sorteo posicionó a los parisinos en un mano a mano de octavos de final ante el Liverpool inglés, un equipo que ya le sacó trece puntos a su escolta —Arsenal, con un partido menos—, perdió solo un encuentro y anotó 66 goles en lo que parece ser un camino sin complicaciones hacia la conquista de una nueva Premier League. El PSG, por su parte, sigue invicto en la menos competitiva Ligue 1, avanzando con facilidad hacia otro título doméstico.
"Estar a la altura del desafío", dice Luis Enrique antes de una serie en la que su equipo no parte como favorito. La historia también pesa: el Paris Saint-Germain solo ha ganado nueve de sus 31 partidos ante equipos ingleses en esta competición. Sin embargo, el español, con un guiño de confianza en este nuevo equipo, destaca: “Debemos mantener la misma mentalidad que hemos tenido desde el inicio de la temporada”.
Sobran los ejemplos de grandes planteles que terminaron defraudando. A la era qatarí de dominio absoluto del PSG en Francia le sigue faltando la consagración europea. Los galácticos resultaron mundanos y las estrellas siguen en el cielo. Quizá la ansiada Champions no llegue desde lo celestial, sino desde el esfuerzo terrenal, con los pies bien firmes sobre la tierra.