River en el Mundial de Clubes: entre la decepción y el fracaso
El conjunto Millonario se despidió en la primera ronda del certamen internacional, un resultado que dejó conclusiones tras la pronta eliminación.
River Plate fue uno de los primeros equipos en clasificar al primer Mundial de Clubes expandido. En ese momento, todavía no estaba claro el rédito económico que la competencia le generaría, aunque pronto comenzaron a circular estimaciones cercanas a los 40 millones de dólares. Tal fue la importancia que se le asignó al torneo, que en agosto de 2024 el club decidió interrumpir el ciclo de Martín Demichelis para entregarle el mando —y las llaves del vestuario— a Marcelo Gallardo. Una vez de regreso en Núñez, el "Muñeco" comenzó a tomar decisiones de peso: desechó el mercado de pases que había gestionado Micho (Gattoni, Bareiro, Carboni) y metió mano para ir por la quinta Copa Libertadores (Bustos, Pezzella, Meza, Acuña), pero también con la mira puesta en armar “su” equipo de cara al Mundial.
El año 2024 no terminó con buenos resultados ni dejó buenas sensaciones. Ante ese escenario, Napoleón “exigió” un nuevo mercado de pases amplio, sin restricciones económicas, y con un nivel de presión dirigencial que rozó lo extorsivo: no había margen para un “no”. Así fue como llegaron Montiel, Driussi, Tapia, Enzo Perez, Galoppo y Castaño. Una inversión cercana a los 25 millones de dólares que, está claro, no apuntaba a vencer a Barracas Central o Gimnasia de La Plata, sino a ganar la Copa Libertadores y pelear el Mundial de Clubes.
El Millonario no tuvo un buen arranque en el torneo. Si bien sumaba los puntos necesarios para mantenerse en lo alto de su zona en el Apertura, no lograba plasmar en la cancha la diferencia de jerarquía y presupuesto que lo separaba de sus rivales. Marcelo Gallardo, cada vez más inquieto, mostraba signos de fastidio e incomodidad en cada conferencia de prensa, tanto antes como después de los partidos, por el flojo rendimiento de su equipo.
Ya entrado el mes de marzo, el equipo seguía sin aparecer desde lo futbolístico, aunque Gallardo empezaba a recuperar la calma. La razón tenía nombre propio: el regreso de Franco Mastantuono, tras su participación en el Sudamericano Sub 20. Con la irrupción del juvenil, River recuperó la frescura que le había faltado en el arranque. Pero su influencia no se limitó al aporte individual: su presencia permitió que varios compañeros descansaran en su talento y elevaran su nivel. Casos como los de Nacho Fernández, Enzo Pérez y Sebastián Driussi —por mencionar solo algunos— fueron ejemplos claros de ese contagio positivo.
En la recta final del torneo argentino, River apabulló a Boca en el clásico jugado en el Monumental, goleó a Barracas Central en los octavos de final, pero quedó eliminado por penales ante Platense en cuartos, en una noche que empezó a marcar el fin del veranito que había disfrutado en el tramo final del campeonato.
No se puede decir que la derrota ante Platense haya dejado conforme al mundo River, pero sí es cierto que no alteró el ánimo de los hinchas. La gente entendía que haber quedado afuera antes de tiempo le daba al equipo el margen necesario para preparar el verdadero objetivo del semestre. Entre aquella noche del 20 de mayo y el debut ante el Urawa Reds de Japón, el 17 de junio, había 28 días: cuatro semanas para reafirmar la mejora futbolística y alimentar el sueño en grande.
Desde el día en que se sorteó el Mundial de Clubes, se sabía que el camino de River iría de lo más accesible a lo más complejo. Debutar ante el Urawa Red Diamonds, de Japón, implicaba la obligación de ganar para llegar al duelo contra Monterrey con la cabeza liberada. La lógica indicaba que los mexicanos no iban a sumar ante el Inter de Milán y que, con un triunfo —o incluso un empate— frente a los aztecas en la segunda fecha, el pasaje a octavos estaría asegurado.
Así, el partido ante el equipo de Lautaro Martínez quedaría como un trámite.
Nada de eso ocurrió. O, mejor dicho, ocurrió a medias. River cumplió con lo suyo, pero en el camino le creció un problema: Monterrey le sacó un punto al Inter. Aquella segunda fecha, en la que se suponía que River jugaría con tranquilidad, se transformó en una final anticipada. Ya no alcanzaba con empatar: había que ganar para sellar la clasificación. El empate sin goles lo dejó cargado de responsabilidades, que a este River todavía en construcción le pesaron demasiado. Ante el equipo italiano, cayó sin atenuantes.
Pero si vos, amigo lector, llegaste hasta acá, no fue para que te cuente lo que ya sabés en base a los resultados. En esta columna queremos entender el por qué de esos resultados. Y eso es lo que voy a intentar explicarte a partir de ahora: encontrar las respuestas a esta pálida imagen millonaria que, como bien dice el título, oscila entre el fracaso y la decepción.
Hace aproximadamente 35 años que sostengo una idea: los grandes equipos de River se vuelven confiables a partir del trabajo silencioso de sus dos marcadores centrales y su número cinco. Ese triángulo es el que sostiene a todo el equipo, permite la soltura, la libertad para que todos ataquen sabiendo que tienen allí su refugio. Y esto no es una excepción: lo vas a encontrar desde la Novena División hasta la Primera. Por eso, casi todos terminan en la Selección Nacional.
¿Cuál es mi explicación? Simple: el cinco debe ser inteligente para saber cuándo salir y cuándo retroceder, y debe trabajar en sintonía con centrales que sean rápidos, valientes para achicar hacia adelante y capaces de defender mano a mano en campo abierto.
Y acá, para mí, está el primer y más grave déficit de este River. Muchos te van a decir que al equipo le falta juego, que no tiene gol o que sus individualidades no lo salvan. Y todo eso es cierto. Pero si tu cinco, Enzo Pérez, tiene casi 40 años y ya no presiona ni corta como antes, y tus centrales son Germán Pezzella y Lucas Martínez Quarta, que desde su regreso al fútbol argentino no dieron la talla ni física ni futbolísticamente —más un Paulo Díaz que alterna actuaciones brillantes con errores groseros y se contagia del desconcierto general—, el panorama se complica.
River ya no recupera en campo contrario para que volantes y delanteros saquen ventaja de la presión. La recuperación ocurre cada vez más cerca de Armani, lo que no solo retrasa los ataques —que comienzan a más de 100 metros del arco rival—, sino que, además, lo enfrenta a un bloque de once rivales bien parados, listos para neutralizar a un equipo sin movilidad y que depende casi exclusivamente de la inventiva de un chico de 17 años.
Que yo te hable del triángulo no exime al entrenador. Hasta acá, Marcelo Gallardo tampoco ha estado a la altura. Y si hoy no se discute su continuidad, es exclusivamente por su pasado. En estos diez meses de su segundo ciclo, ha errado más de lo que acertó: gastó casi 50 millones de dólares y quedó eliminado en semifinales de la Copa Libertadores, en cuartos de final del torneo Apertura y en la primera ronda del Mundial de Clubes.
Porque, definitivamente, Gallardo se quedó en Madrid. Da la sensación de que aquella noche fue tan poderosa que nunca logró desprenderse del vínculo emocional con ese grupo. La repatriación de ciertos nombres propios parece haber respondido más al cariño que a lo que podían aportar desde lo futbolístico. Porque sí, fueron fundamentales en 2018, pero hoy tienen siete años más, y el almanaque no perdona. Ahí están los casos de Nacho Fernández y Enzo Pérez: en Madrid volaban, hoy apenas carretean.
A eso se suma que Napoleón ya no tiene la paciencia de antes. En otros tiempos bancaba jugadores a pesar del murmullo popular, porque sabía que le iban a terminar rindiendo (Pity Martínez, De La Cruz, Borré). Hoy, en cambio, River parece un equipo sin base ni convicciones. No se sabe quién es titular y quién suplente. En tres partidos usó veinte jugadores, armó tres mediocampos distintos y, si bien la lesión de Driussi en el debut fue un condicionante, también utilizó tres centrodelanteros diferentes. La eliminación, entonces, se vuelve tan dolorosa como lógica.
River y el Muñeco deberán refundarse y hacer una autocrítica profunda. Deben entender que el fútbol no se maneja ni con nostalgia ni con cariño; el amiguismo puede llevar a esto: confundir rendimiento con afectos. El pasado fue glorioso, pero eso no implica que sea eterno. Puede serlo para los hinchas, pero no para quienes deben revalidar constantemente sus pergaminos. El fútbol tiene estas complicaciones, y a veces, por más exitoso que seas, tropezás con las mismas piedras que enfrentan quienes no lo fueron tanto.
Gallardo debe volver a ser aquel entrenador que tomaba decisiones impolutas y constantes, que no se casaba con nadie y que salía campeón al menos una vez por año. Si logra despojarse de ese afecto y renueva un plantel que hoy se arrastra por la cancha más por el promedio de edad que por el estado físico, podrá seguir brillando en el corazón de los hinchas millonarios. En cambio, si continúa manejándose a través de relaciones personales y emocionales, la complicación puede ser inevitable.
Si bien el título de esta columna habla de “entre la decepción y el fracaso”, yo creo que River decepcionó y también fracasó. Decepcionó porque jugó muy por debajo de lo que se esperaba, porque ninguna individualidad logró salvar al equipo y porque su entrenador erró en casi todas sus decisiones. Fracasó además porque, con la inversión hecha para este torneo y la preparación recibida, no podía no llegar a las instancias finales.
Borrón y cuenta nueva para Gallardo, pero también para la dirigencia. Aquellos que se creyeron dueños de la verdad hoy empiezan a sentir el cuestionamiento de la gente. Ya no basta con las infinidad de obras ni con los títulos del pasado: la exigencia es continuar la senda triunfal del presente inmediato. River y Gallardo deberán dar respuestas —y de forma inmediata—. Su gente las espera, pero, por sobre todas las cosas, las necesita.
Otra excelente nota, Mariano. Creo que sí tu equipo pierde pero jugando razonablemente bien duele menos. Y no se puede ganar con centrales tan fuera de estado futbolístico como hoy tiene River.
marian te equivocaste en vez de "Gallardo" tenes que poner GAGArdo. excelente nota