En los sueños
Una reflexión sobre la vida que vivimos gracias a la Selección Argentina. Ayer derrotados, hoy victoriosos, lo importante es disfrutar la historia que vivimos.
Capaz alcanzara con un cachetazo, un baldazo de agua fría, o que alguno de todos los que presenciaron la última victoria argentina frente a Brasil se animase a arrojar una peonza al campo de juego (y que todos lo viéramos, pantalla del estadio de por medio), con el fin único de saber si frena o no y, en caso de que no, despertarnos para siempre de este sueño, quebrando también para siempre la esperanza de vernos hoy ser el seleccionado más dominante del mundo en tanto presencia, argumentos futbolísticos, y resultados.
Todo es tan espectacular que en un país socialmente desconfiado, estamos esperando a que alguien venga y nos derrita la ilusión. ¿Cuántas veces los periodistas le preguntaron a Scaloni si cree que vamos a poder seguir ganando? Sereno, él contesta que no sabe. En verdad, ¿quién sabe? Esta premisa de infinitud, de ciclo probablemente inacabable, donde los propios actores directamente no piensan en la posibilidad de perder en continuado, es la primera muestra de que tal vez estemos en un sueño, y también la primera certeza de que por qué no continuar así.
También, es cierto que pasan cosas pocas veces vistas (con esto no quiero decir inéditas). Estamos hermanados a tal punto que el martes el tercer gol lo hizo un hincha de Boca asistido por un ferviente hincha de River. Tanto Alexis Mac Allister como Enzo Fernández comparten una gran actualidad, se destacan en la misma posición y, sin embargo, dejando las rivalidades de lado, demostraron otra vez que pueden complementarse muy satisfactoriamente. Un sueño nacional que puede parecer banal para las generaciones que contemplaron todo antes del ‘90.
Para los que nacimos en aquella década, ver a este equipo argentino sobrepasando ampliamente a Brasil es algo único. Acostumbrados a presenciar la supremacía verdeamarela mundialmente, a ver jugadores que se destacaban fácilmente con el jogo bonito como bandera, ganarle con diferencia abultada a nuestro archirival no es menor. Y hasta el Dibu Martínez (el jugador que mejor personifica al argentino en esta selección, porque también reúne en sí características que atraviesan a varias generaciones) se animó a hacernos reír con sus jueguitos en el área, un poco sobrando a un Brasil que por 20 años nos acostumbró a duras derrotas. ¿Si no es un sueño, qué es?
Aunque, admito, decir que es un sueño puede ser un facilismo del autor de esta nota. Entiéndanme, es la primera vez que escribo algo con un dejo de seriedad en un medio que me da la oportunidad. Pero quiero hacer un parate acá, y, ya que hablamos de sueños, introducirlos en el mío, personal, que tuve en la madrugada del miércoles.
Me desperté a las 4 de la mañana sobresaltado y algo molesto. Habíamos ganado contra Brasil y no tenía pretextos para estar enojado. Sin embargo, lo que soñé me dejó un gusto amargo. Y es que creo que yo confundí su interpretación. A veces eso pasa con los sueños.
En el sueño nocturno, yo era un luchador profesional de boxeo que no había perdido ni una de sus 58 peleas. Venía bien, invicto, hasta que, en una ocasión, ocurrió lo que a veces puede ser inevitable. Apareció un boxeador que sentí que, por primera vez, podía vencerme. Y entonces mi mentalidad cambió y presencié en mí el horror. Creí que lo perdería todo. No me importaba tanto el dinero o la fama, sino mi familia. Pensé que se decepcionarían de mí y me abandonarían. Imaginé en súbito acto los peores escenarios posibles.
El rival se parecía a mí. Era amiguero, confiable, seguro, tenía cierto carisma y era bastante bueno boxeando. Ya antes de que él me retara a boxear (porque era un claro pretendiente al título, todos los medios de comunicación lo tenían como posible ganador) me preparé con mucho tesón para salir victorioso.
Todo se diseñó especialmente para esta pelea, desde la garantía de batallar en el estadio principal del local (en mi país), el público que era de lo más variado etariamente, y todo el condimento geopolítico que parecía resolverse en un cuadrilátero. Dos naciones se encendieron. En cuanto a mí, tanta fue la preparación, pero también el miedo a perder, que me vi achicado frente a él.
Lo supe cuando la pelea llegó y, fácilmente, me noqueó en el segundo round. Con la caída me vi perdiéndolo todo: mi mujer, mis hijos, el resto de mi familia, mi credibilidad. Todo se perdía en tan poco tiempo. El síndrome del impostor que había engendrado desde que divisé la pelea con este rival me llevó a la caída. Finalmente, me tiró dos veces más. A la tercera, ya no pude levantarme.
Pero si el error del Cuti Romero ante Matheus Cunha acabara con el mismísimo error, no habría lugar a una reivindicación. Y si hay algo que hace grande a todos los que forman parte del seleccionado nacional, a su gente, a sus familias, al hombre que trabaja o al nene que se levanta para ir al colegio incluso cuando el equipo del que es hincha pierde con su máximo rival, es su poder de decirle a los demás “ey, yo estoy acá en la que sea, me banco la que venga”. Reivindicarse. Parece un sueño.
Todo lo que sentí perder había directamente desaparecido. Nadie de los míos estaba en el estadio mirándome, es más, no había nadie más que yo en todo el recinto. En ese marco desolador, me senté y me puse a respirar. ¿A dónde habían ido todos?
Entonces, empecé a ver doble. Me vi tirado en el suelo, y a la vez parado en el medio del ring sobresaltado, siendo el campeón de siempre. Y esas dos versiones de mi presente se fueron volviendo una. Solo con el tiempo me di cuenta.
¿Estamos en un sueño? ¿Por qué duran tanto los tiempos buenos de la selección? Creo que son preguntas que no hay que hacerse. Qué importa.
Porque nosotros habíamos sido los derrotados, pero con el tiempo, también nos levantamos siendo el otro. No nos perdimos de nuestro anterior yo, en definitiva éramos ese, con la derrota incluida, pero también fuimos el que venció, fuimos el otro. Y entonces supimos que todo lo que creíamos perder lo único que estaba esperando era vernos resurgir.
Argentina, hoy te vi en los sueños.