Sueños de césped
Terreno inhóspito para nuestras latitudes, pero amado y añorados por muchos. Cuestión de tradición, de historia, de leyendas. Wimbledon es objeto de deseo por muchos.
"A los 16 años, solo quería ser un profesional y ganar un gran torneo algún día. Mi sueño era ganar Wimbledon". ¿Stefan Edberg? ¿Boris Becker? ¿Roger Federer? No, Rafael Nadal. Si el propio Rafa, amo y señor de Roland Garros desde que lo pisó por primera vez, siempre tuvo entre ceja y ceja la corona en La Catedral podríamos generalizar -aunque siempre es odioso hacerlo- en que la mayoría de los jóvenes tenistas en formación tienen como deseo onírico conquistar el césped londinense. O al menos jugar en él.
"Mi sueño es llegar a jugar, a largo plazo, algún torneo de Grand Slam: Roland Garros o Wimbledon", explicaba Horacio Zeballos, con 17 años en 2002 al Diario La Capital de Mar del Plata. El flamante campeón del dobles en París tendrá en dos semanas una nueva oportunidad no sólo de disputarlo sino también de lanzarse por el título, ese que acarició en dos ocasiones alcanzando la final en 2021 y 2023.
Wimbledon. Siempre Wimbledon. Pero jugar en césped no es para todos. No es algo cotidiano en nuestras latitudes. Una cancha en Pinamar, seis en el Club Hurlingham -y no siempre habilitadas ni disponibles para todos- y dejemos de contar. Nuestro ADN es sobre polvo de ladrillo. Hay canchas duras y también algunas bajo techo, sobre todo en la Patagonia por el viento y el frío. Pero pasto, poco y nada. Y es lógico geográficamente por cuestiones climáticas: el invierno arruina por completo la superficie.
El tenis sobre césped va ligado más que nada a la tradición. En todo el mundo. Esa que buscamos tal vez por romanticismo que no se extinga. Apenas son tres semanas en el calendario -hasta hace unos años incluso eran sólo dos- previo a Wimbledon. Es poco más de un mes la acción en hierba y ahora, con la caída del tradicional torneo de Newport en Estados Unidos en el circuito ATP, se juega exclusivamente en cuatro países: Gran Bretaña, Alemania, Países Bajos y España. En mujeres, en tanto, en apenas tres naciones. No abundan, es cierto. Y tampoco abunda la preparación para estas citas. La ventana que se abre entre la extensa gira europea sobre polvo de ladrillo y la nueva expedición por el Viejo Continente muchas veces es usada por los "nuestros" para regresar a Argentina a descansar unos días antes de volver a ponerse en marcha. De hecho, el único jugador que tuvo acción en la primera semana sobre la superficie fue Tomás Etcheverry -y el chileno Nicolás Jarry- en Hertogenbosch.
“En pasto me fue muy bien, pero nunca había jugado", le comentaba sin sonrojarse a La Nación Axel Geller, con 17 años, tras caer en la final del Junior de Wimbledon 2017 ante el español Alejandro Davidovich. "Mi sueño es ser profesional algún día y ganar Wimbledon", decía por entonces, luego del título de dobles junto al taiwanés Hsu Yu-hsiou. Sus siguientes pasos fueron en la Universidad de Stanford en Estados Unidos. La Catedral -y también el tenis profesional- quedaron en el pasado. Pero eso es otro tema. Volvamos al pasto.
"La edad para un primer acercamiento al césped es determinante", explica Iván Rudich, quien fuera Capitán de equipos argentinos en Juniors en Wimbledon, Roland Garros y US Open conformados por Sebastián Báez, Facundo Díaz Acosta, Juan Manuel Cerúndolo, Thiago Tirante y Lourdes Carlé, entre otros. "Como están en formación, recién abriendo la cabeza, todo lo que se le pueda sumar como herramienta a un chico le da otra perspectiva. Tal vez cuando ya es más grande, y ya está armado y ordenado, es más difícil que le puedas cambiar algo o sumarle a su juego", agrega haciendo hincapié en los pocos días de trabajo sobre esta superficie luego de la gira sobre clay, tanto en Juniors como en profesionales. Y eso, teniendo en cuenta que es terreno inhóspito para los jugadores de nuestra región.
Seguramente por ahí pase el hilo de la cuestión de por qué les cuesta tanto a los argentinos jugar sobre césped, pese a los repetidos enunciados de sueños e ilusiones. "Primero hay que bajarles la idea para que interpreten y entiendan que como es otra superficie se juega diferente. La lógica de los puntos es más o menos similar pero terminan siendo mucho más rápido y el que toma la iniciativa tiene más posibilidades de ganarlos. Usar bastante el recurso del slice, cerrar los puntos en la red. Ser creativos. Se juega más agachado, con el eje más bajo, porque la pelota rebota menos también. Trabajás mucho más con las piernas. Te desgasta los isquiotibiales, los gemelos. El pasto cansa. Y más al estilo de juego nuestro", recuerda Rudich sobre la preparación de los chicos de cara a sus primeras giras juveniles sobre césped.
El "estilo de juego nuestro" que menciona no es un dato menor. Salvo excepciones, las características del tenista argentino pasan por el control, la bola con peso, la defensa y los cambios de ritmo. "Tuvimos que practicar mucho saque y devolución. No estamos acostumbrados a ser tan eficientes en los servicios ni tan precisos por ahí en las devoluciones. Y eso en el césped juega un papel importante. La mayoría de los juniors están acostumbrados a los puntos cortos, con jugadas con el servicio. Y ahí terminan haciendo la diferencia. Y si no devolvés más o menos bien te encuentran muy rápido y te ponen en situaciones bien complejas dentro del punto que es difícil de revetir en esa superficie. Tal vez en polvo de ladrillo la podés resistir corriendo y defendiendo; acá no", resalta Rudich sobre los aspectos a trabajar previo a las giras.
El búnker argentino para preparar la gira sobre hierba históricamente fue el Club Hurlingham, un lugar tan tradicional que sus socios cuando pisan el césped en su mayoría lo hacen vestidos íntegramente de blanco, al mejor estilo Wimbledon. Lo es en juniors y también en profesionales. Por allí han pasado desde Guillermo Vilas, José Luis Clerc y Gabriela Sabatini a Juan Martín del Potro (una de las excepciones del ADN tenístico argentino que hablamos) y David Nalbandian. Y siguen pasando. De hecho, hace unos días estuvieron Sebastián Báez, Mariano Navone y Francisco Comesaña, una de las gratas sensaciones en Londres el año pasado alcanzando la tercera ronda.
También sobre el centenario club del Oeste suele preparar sus giras Francisco Cerúndolo, quien en Eastbourne en 2023 se convirtió en uno de los tres argentinos campeones sobre césped, junto a Javier Frana (en Nottingham 1995) y Guillermo Vilas (en el Masters 1974, en Australian Open de 1978 y 1979 -cuando aún se jugaba sobre esa superficie- y en Hobart 1979). "El pasto sigue siendo rápido, aunque no tanto. Si te lográs adaptar, le ponés un poco de paciencia y un poco de cabeza y de entrenamiento, se puede. No será la mejor superficie para jugar, pero hay que tratar de adaptarse", resaltaba Cisco a La Nación tras la consagración hace dos temporadas.
"Depende mucho de la personalidad y el estilo de juego", explica Rudich sobre las sensaciones de los jugadores en el césped. "Por ejemplo, a Thiago Tirante le encantaba, porque tiraba dos misiles de derecha o metía buenos saques y tenía la cancha abierta y no le defendían tanto. En general, los chicos se van con buenas sensaciones del pasto. Se sentían más desligados de presión al jugar en césped. Tal vez tenían que usar más la imaginación y no tanto el orden. Y eso los hacía liberarse un poco más. Los ayudó mucho a ejecutar distintos golpes, tiros, jugadas. Eso, claro, no significaba que fueran a ganar pero sin dudas los ayudó a seguir mejorando con su vida normal en el día a día en una cancha de tenis. A veces uno hace mucho esfuerzo por jugar la bola con peso o por luchar de fondo los puntos y, bueno, acá te cambia un poco la perspectiva", analiza.
Lo dijo Nadal a los 16. Y también lo dijo Carlos Alcaraz antes de su primer título en Wimbledon. “Mi sueño es jugar una final aquí. Vi muchos videos, muchos partidos de leyendas jugando en esta hermosa cancha. Saber que voy a estar en la historia y en los libros por jugar en esta pista es algo que nunca olvidaré”, destacó el campeón de las últimas dos ediciones en el All England Club. Otro jugador sin ADN sobre césped. Y brilla. Es cierto, Alcaraz es un fuera de serie, pero también mucho tiene que ver la adaptación y la preparación. Y sino que lo digan David Nalbandian, otro tocado por la varita y quien alcanzó la final en 2002, o Guido Pella, tal vez alguien más terrenal, que trepó hasta los cuartos de final en 2019. Y una certeza: nunca hay que abandonar los sueños de césped.