Un milagro llamado Gago
El entrenador Xeneize parece tener las horas contadas en el banco de suplentes de Boca Juniors. Buceamos por sus errores y la construcción de su carrera como director técnico.
La buena suerte y los atajos no son sinónimos ni buenos consejeros. Es más, generalmente llevan a la confusión porque te hacen creer que a los lugares que accedés o las cosas que lográs son merecidas. Pero generalmente, y hasta me animaría a decir que casi siempre, el tiempo te muestra y demuestra que lo conseguido no solo llegó como algo fortuito y casual sino que fue sin fundamentos y sin preparación. En consecuencia, queda en evidencia que llegar no es lo mismo que permanecer.
Muchas veces la contratación de un DT por parte de un equipos de Primera División es el resultado de su currículum, de su recorrido y de su propio pasado. Pero hay otros casos en los que los clubes se ven seducidos y obnubilados más por el nombre propio del ex jugador, por la jerarquía que demostró durante sus días en el campo de juego, que por sus argumentos como líder del banco de suplentes. Sin auditar realmente si tiene la capacidad necesaria para ocupar ese rol tan determinante en el ánimo de los hinchas y en el funcionamiento de un equipo.
Ejemplo del segundo caso es Fernando Gago. En sus días como jugador era un exquisito volante central que deslumbraba con sus cualidades técnicas. Se movía dentro del campo con su elegancia como bandera y le imprimía esa delicadeza a su pegada. Su irrupción fue tan impactante que el mítico Real Madrid vino a buscarlo en una época en la que no era tan común emigrar a un gigante europeo, siendo tan joven y pagando semejante fortuna. En la Selección Nacional, el mismísimo Lionel Messi lo reconoció como su socio ideal: decía que era quien mejor lo entendía porque era capaz de encontrarlo siempre y entregarle la pelota siempre con ventaja sobre su marcador rival.
Quizás fue algo de todo eso lo que empujó a la dirigencia de Aldosivi para elegirlo como su entrenador para afrontar la post pandemia tras la desvinculación de Ángel Guillermo Hoyos como su técnico principal. Pintita dejaba de ser aquel volante central de galera y bastón para convertirse en un nuevo concursante en el perverso juego de la silla eléctrica.
Como gran parte de los entrenadores modernos o jóvenes, intentó implementar una idea de juego a un equipo y un plantel que no tenían la jerarquía necesarias como para llevar su plan a la práctica. Su necedad, pero más aún su capricho -recordá bien esta palabra, por favor- para insistir con el 4-3-3 en todas las canchas e intentar salir jugando desde su propio arco como lo hacen los equipos europeos con presupuestos multimillonarios y jugadores de su selección, hicieron que su estadía en el Tiburón marplatense durara lo que un caramelo sugus en la boca de un chico.
Ocho derrotas consecutivas lo fletaron del equipo del puerto, con muchísimas penas y sin ninguna gloria. En esa primera experiencia se construyó el título de este artículo: solo mediante un milagro un entrenador que pierde ocho partidos consecutivos puede ser buscado casi inmediatamente por otro club de Primera, y mucho menos por un grande de la Argentina como es Racing Club.
Su estadía en la Academia atravesó altibajos, pero para ser más precisos, fue de menor a mayor, con un arranque irregular que parecía una continuidad de su paso por Aldosivi. Pero con el correr de los partidos, y a partir de la apertura del libro de pases y la consecuente llegada de refuerzos, fue acomodando el carro. Daba la sensación de que aquello que los dirigentes habían proyectado con Gago, pero que ellos no pudieron ver ni disfrutar, empezaba a originarse.
Racing se fue haciendo protagonista de a poco, con la convicción del buen rendimiento de alguna piezas claves como Enzo Copetti, Matías Rojas, Emiliano Vecchio y Leonardo Sigali. La era Gago empezaba a dar sus primeros frutos. Fue tan buena la química que construyó ese equipo que se prendió en la lucha por el torneo local y llegó a la última jornada con la posibilidad de ser campeón: necesitaba ganarle a River en el Cilindro de Avellaneda y esperar una mano de Independiente, su clásico rival, que debía conseguir al menos un empate ante Boca en La Bombonera.
El dicho popular, o más bien el futbolero, establece que ante situaciones límites es la gloria o Devoto. Y fue Devoto nomás: el Xeneize y el Rojo igualaban en La Boca en simultáneo al empate entre Racing y River. Fue entonces cuando llegó el minuto fatal, tanto para Racing como para Gago. A los 44 minutos del segundo tiempo, la Acadé recibió un penal a favor para rubricar su consagración. Armani transmitía la sensación de no querer estar ahí, en ese momento, en esa situación. Mientras tanto, la fiesta se empezaba a montar en las tribunas y la gloria se olía en Avellaneda.
Pero con Gago siempre hay un pero. Adentro de la cancha el aroma era otro. Las dudas se adueñaron de casi todos los jugadores. Matías Rojas era el encargado de patear pero no estaba ya en la cancha porque había sido reemplazado y nadie quería asumir la responsabilidad. Fue entonces cuando Jonathan Galván, quien ni siquiera estaba en la lista de posibles pateadores, levantó la mano y dijo “pateo yo”. Copetti no quiso arriesgar, Gonzalo Piovi intentó pero no lo dejaron y Galván se quedó con la pelota. Esa decisión marcaría la carrera de Gago para siempre: en lugar de ordenar, dejó que sus jugadores decidieran y fue esa falta de autoridad, esa ausencia total de liderazgo, la que le costó el título. Galván falló y le regaló el campeonato a Boca.
Fue el principio del fin. Gago empezó a ser observado de reojo: aquel penal marcó su camino. Su Racing, ese equipo que transmitía buenas sensaciones por su nivel, empezó a fallar a partir de las lesiones de Vecchio y Johan Carbonero, la partida con olor a huida de Matías Rojas y los caprichos del entrenador. Gago nunca entendió que los reemplazantes de sus bajas tenían otras características y que no podía continuar con el mismo plan. Pero nunca buscó variantes y las individualidades dejaron de disimular la falta de funcionamiento colectivo. El rendimiento se terminó llevando puesto su cargo, un desenlace que se empezó a escribir en la tarde del penal de Galván.
Su próxima estación fue en Guadalajara. Su breve ciclo fue básicamente un electrocardiograma: jamás encontró regularidad y el llamado de Juan Román Riquelme fue la excusa perfecta para volver al país y regresar a las bases. Boca, el Boca donde se forjó, le abrió las puertas para reemplazar a un Diego Martínez que había renunciado tras ser eliminado de la Copa Sudamericana por el Cruzeiro.
El 14 de octubre fue presentado y el 28 de febrero, apenas 136 días después, su ciclo parece estar sentenciado. Entre la falta de resultados, los cambios constantes de sistemas y las permanentes rotaciones de nombres propios, ni los hinchas ni los propios jugadores saben quién es titular y quién es suplente. Los indiscutidos dejaron de serlo y aquellos que no jugaban en las prácticas de repente eran titulares, los que rendían por debajo de lo esperado mantenían su lugar dentro del once titular y los que eran responsables de las victorias se sentaban en el banco al juego siguiente. Además, Gago priorizó chapas y trayectorias por sobre rendimientos. El caso de Lautaro Blanco es el más significativo: pasó de ser casi un jugador de Selección a estar detrás de Marcelo Saracchi y Frank Fabra, quien estuvo casi un año sin jugar, en la consideración del DT.
El ciclo Gago estaba atado con alambre. El aliento de la gente sostenía la localía: con su respaldo, Boca encontraba resultados y rendimientos más emparentados con su empuje que por su convicción futbolística. De visitante era un espanto tanto táctico como futbolístico y la cosecha de puntos era tan pobre como el funcionamiento colectivo.
Y en ese contexto afrontó el repechaje de la Copa Libertadores, la gran obsesión del pueblo bostero. Alianza Lima aparecía en el horizonte como rival pero el equipo peruano de Pipo Gorosito no daba la sensación de ser un escollo complicado de superar.Pero no siempre la realidad va de la mano con las suposiciones o los deseos.
En Lima, el milagro Gago presentó un once rarísimo que no hizo nunca pie y que sobrevivió únicamente gracias a que Agustín Marchesín se vistió de héroe para mantenerlo con vida en la serie. La revancha tuvo de todo. De arranque, cinco cambios con respecto a la ida. Boca igualó la serie a los cinco minutos y, por decantación y jerarquía, parecía ser que se llevaría puesto a los Pipo Boys. Pero un descuido defensivo y el error de Marcos Rojo se complotaron para que la visita igualara el marcador mediante la aparición de Hernán Barcos. Había que empezar de nuevo.
Y Boca fue, con pocas ideas pero con la obligación del resultado y el empuje externo pero sin convicción ni juego. Desde afuera, Gago hacía mil señas intentando lograr que sus dirigidos dieran dos pases seguidos. Pero tantos gestos aportan más confusión que claridad, un síntoma de lo que sucedió durante sus 136 días en el barco Xeneize. El empuje dio réditos y Boca volvió a adelantarse. Estaba a solo un gol de clasificar, ese gol que se le escapó entre las piernas a Edinson Cavani dentro del área chica.
Entonces, había que ir a los penales. Y, otra vez, la falta de liderazgo de Gago provocaría una debacle. Marchesín fue directo a buscar al entrenador de arqueros y le “sugirió” que lo reemplazaran por Brey para la definición. El entrenador de arqueros se lo transmitió a Fabricio Coloccini, ayudante de campo, y este, a su vez, se lo comunicó a Pintita. "Que lo haga", respondió el entrenador.
Otra vez sopa. Otra vez cediendo la toma de decisiones. Otra vez la falta de autoridad. Otra vez un penal, el quinto en esta serie, que condicionará su futuro. Entró Brey, salió Marchesín, Boca perdió por penales y el ciclo de Gago tiembla. Ya no solo es un milagro que un DT que perdió ocho partidos en su inicio haya dirigido posteriormente a dos grandes de Argentina. También es un milagro que Gago siga siendo el entrenador de Boca después del papelón del martes, quizás el más grande en la historia del club.
Caprichoso, soberbio, sin plan B y con un plan A que depende más de las individualidades que del trabajo diario. Sin liderazgo, sin autoridad y lleno de excusas que cansaron rápido al hincha y a la dirigencia.
El año de Boca terminó el 25 de febrero, algo que contrasta con los 20 millones de dólares que gastó para ir por la Séptima. Para cambiar su 2025, Boca depende de un milagro, y después de lo sucedido en los últimos 136 días, ya es un milagro que Gago siga siendo su entrenador.
Síntesis y descripción perfecta de todo lo hecho por Gago en su, para mí desastrosa y incursión por la carrera de “la silla eléctrica” del DT.
Es como un chancho arriba de un árbol. Nadie sabe cómo llegó ahí. Espero el libro, Mariano.