La traición del ídolo
Wayne Gretzky, máximo ídolo del deporte canadiense, enfrenta el rechazo de su país por su cercanía con Donald Trump.
Los pizzeros abandonan tomates de California, pepperoni de Ohio y harina fabricada por Cargill. La Coca Cola es reemplazada por Cove-Soda. Las cafeterías cambian el café americano como “Canadiano”. Más del ochenta por ciento de los canadienses buscan productos fabricados en su país. Visten gorras que dicen “Canadá no está en venta”. En un sketch viralizado, un ciudadano compra kétchup estadounidense. “¡Traidor!”, lo acusa un compatriota. Cinco ex primeros ministros llaman a “luchar por el mejor país del mundo”. La prensa pide represalias contra Estados Unidos. Y en los estadios se silba el himno del “Big Brother” ahora odiado.
Aplaude los silbidos Justin Trudeau, el primer ministro que dejará su lugar al banquero Mark Carney, nuevo líder en un Partido Liberal que, gracias a Donald Trump, tiene ahora chances de retener el poder para las elecciones de octubre próximo. Canadá vive un clima nacionalista inédito desde que Trump anunció una guerra comercial todavía incierta (y acaso extorsiva para forzar otros acuerdos). Pero en ese clima hay una excepción. Y es el ídolo deportivo nacional: Wayne Gretzky, el Diego Maradona canadiense, fenómeno del hockey sobre hielo, monumento, mito. Sucede que “El Grande”, como se lo apoda, adora a Trump. Y Trump lo adora a él. El magnate presidente afirmó que Gretzky “ganaría fácilmente” si compitiera electoralmente en Canadá. Trump está diciendo muchas tonteras desde hace tiempo.
Cuatro veces campeón de la Copa Stanley (el trofeo mítico de la National Hockey League, NHL de Norteamérica) en los ’80, con Edmonton Oilers, Gretzky, de 64 años, fue siempre el ídolo ideal, “un verdadero campeón y un caballero de dedicación y carácter”, como dice la placa en su estatua de bronce en Edmonton. Ocho años seguidos (1980-87) fue el jugador más valioso de la NHL. Máximo anotador de 1981 al 87. Su condición de mejor jugador de todos los tiempos, dueño de una docena de records, dejó en segundo plano la desilusión cuando en 1988 partió hacia Estados Unidos, donde se casó con la actriz Janet Jones y se radicó definitivamente, acumulando aplausos y dinero también en Los Angeles Kings y luego en St. Louis Blues y New York Rangers, hasta su retiro en 1999, como gloria nacional, figura máxima de la NHL, con 894 goles (record cerca de ser superado por el ruso Alexander Ovechkin) y 1.963 asistencias.
Acaso un primer aviso sucedió en 2009, cuando Gretzky jamás quiso recibir la Orden de Canadá, el honor civil más alto del país. En noviembre pasado, celebró el triunfo electoral de Trump, con gorro incluído de “Make America Great Again” (MAGA), pese a que el magnate ya se había burlado de Canadá y de Trudeau (se habla de un viejo enojo por negocios hoteleros frustrados, que se acentuó tras una fotografía pícara que se hizo viral en la que Melania, esposa del presidente estadounidense, se apresta a besar a Trudeau en una cumbre del G7 en 2019 en Biarritz). El propio Trudeau ofreció una teoría más concreta: Trump codicia los minerales canadienses.
Gretzky y su esposa Janet asistieron también a la toma de posesión de Trump, en enero pasado, cuando el maltrato del presidente hacia Canadá irritaba a los propios estadounidenses. “Me avergüenzo de la arrogacia y el desprecio hacia uno de nuestros aliados más antiguos, fuertes y leales”, dijo Jesse Marsch, DT estadounidense de la selección de fútbol de Canadá. Para Marsh, Canadá “encarna los ideales y la moral de lo que no solo es el fútbol y un equipo, sino lo que es la vida”. Estados Unidos y Canadá, coorganizadores del Mundial 2026, junto con México, podrían enfrentarse el 23 de marzo en el SoFi Stadium, en Los Angeles, en hipotética final de la Liga de Naciones de la Concacaf. ¿Abuchearán los hinchas estadounidenses el himno de Canadá como los canadienses comenzaron a hacerlo cuando suena el himno de Estados Unidos en partidos de la NHL y de la NBA?
Los abucheos comenzaron la misma noche del 1 de febrero pasado en un partido en Ottawa (Senadores vs Wild de Minnesota), horas después de que Trump firmó una orden ejecutiva que imponía aranceles a Canadá y México. Siguieron al día siguiente en Vancouver (Canucks vs Detroit Red Wings) y en Toronto en la NBA (Raptors vs Los Angeles Clippers). Y fueron atronadores en el partido de los Oilers (el equipo de Gretzky) vs Anaheim Ducks. La situación explotó en el Torneo Cuatro Naciones, en el Bell Centre, de Montreal. Antes del debut de Estados Unidos (goleada 6-1 a Finlandia), el locutor pidió respeto, pero fue inútil. El rival siguiente fue Canadá. Y Trump calentó la previa: “Con impuestos mucho más bajos y una seguridad mucho más fuerte algún día, tal vez pronto, Canadá se convertirá en nuestro querido y muy importante Estado número 51”. Los jugadores de Estados Unidos promovieron tres peleas en los nueve segundos iniciales. Brandon Hagel mandó al piso al estadounidense Matthew Tkachuk y la multitud celebró. Pero Estados Unidos ganó 3-1.
¿Y Gretzky? Para la revancha de Boston, el ídolo había sido designado para honrar el rito de capitán honorario, un rol que había cumplido ya muchas veces. Pero esta vez era distinto. “Espero que hagas una demostración genuina, incluso llamativa, de patriotismo”, lo desafió Bruce Arthur, en el diario Toronto Star. No fue así. Gretzky ingresó del lado del banco de Estados Unidos, saludó al rival con pulgar para arriba, vistió saco azul (neutral, pero cercano al uniforme del rival) y sonrió forzado, lo opuesto a Mike Eruzione, ídolo y capitán honorario del local, que entró con camiseta de Estados Unidos, chocó puños con cada jugador y fue pura pasión. Canadá se desquitó y ganó 3-2. “No pueden quitarnos nuestro país, no pueden quitarnos nuestro juego”, celebró Trudeau. El hockey es un refugio de orgullo histórico de Canadá en su comparación casi siempre perdedora ante el vecino gigante.
El que salió derrotado fue el ídolo. “Hace mucho que el señor Gretzky dejó de representar a Canadá”, lo destrozó Cathal Kelly en Globe and Mail. Un fanático de Oilers (Grant Pete, 31 años) reunió trece mil firmas en un petitorio para sacarle el nombre de Gretzky al tramo de una autopista en Edmonton. La esposa de Gretzky y el primer ministro de Ontario fueron de los pocos que salieron en su defensa. Otros se preguntaron si acaso era justo exigirle tanto al ídolo. O depositar tanta expectativa en él, hijo de una familia ucraniana laburante y que creció a puro esfuerzo y talento. Pero la decepción parece ganar por goleada. “Crecí cuando él era sobrehumano, idolatrándolo, diciendo ‘Soy Gretzky’ cuando jugaba con mis amigos”, inició su artículo el periodista James Jackson. Fue la advertencia para anunciarnos que algo se ha roto. Que casi todo un país, sacudido y tocado en su orgullo por el vendaval Trump, quiere otra actitud, a tono con los nuevos tiempos. Su artículo se titula “Adiós Wayne Gretzky”.