Culpas compartidas
Independiente fue uno de los mejores del último campeonato pero su arranque en el Clausura sembró más dudas que certezas, mientras puertas adentro se mandan mensajes entre el DT y la dirigencia.
Para comenzar esta historia hay que trasladarse a la noche del 24 de mayo, en la conferencia de prensa de Julio Vaccari tras la eliminación de Independiente a manos de Huracán en el Libertadores de América. Allí, el entrenador mostró una profunda tristeza, pero también una convicción inalterable de volver a intentarlo. Se suponía que el Rojo saldría al mercado de pases en busca de refuerzos para un equipo que no solo había llegado a semifinales, sino que también había sido uno de los que mejor juego y funcionamiento mostraron.
Mientras Boca y River disputaban el Mundial de Clubes, los otros 28 equipos del fútbol argentino iniciaban el período de vacaciones y la posterior pretemporada, con la tranquilidad, quizás, de saber que las dos billeteras más poderosas del país estaban enfocadas en sus competencias internacionales. El mercado de pases podía ofrecer algunas oportunidades, y la distracción de las gigantescas economías aparecía como una ventana para negociar sin su sombra dominante.
Sabiendo que Independiente estuvo a un penal de disputar la final del torneo pasado, uno podía imaginar que sería rápido y preciso en la búsqueda de refuerzos para sanar las heridas recientes. Sin embargo, aparecieron contratiempos inesperados: la lesión y posterior intervención quirúrgica de Sebastián Valdez, y la decisión de Álvaro Angulo de no continuar en el club. Ese marcador de punta no solo le había dado un salto de calidad al equipo, sino que, paradójicamente, había sido el segundo goleador detrás del paraguayo Ávalos. Vaccari ya no solo debía pensar en cómo mejorar a su equipo; ahora tenía que imaginar cómo reemplazar a los dos laderos más importantes de Lomónaco, los que habían ayudado a que Kevin tuviera el mejor rendimiento de su carrera.
Los días pasaban y los refuerzos no llegaban. La impaciencia del entrenador comenzaba a notarse en cada contacto con la prensa, donde advertía que sus pedidos —y, sobre todo, las necesidades del equipo— estaban siendo subestimados. La relación entre las partes se volvía cada vez más tensa. Si bien a Julio le dieron algunos gustos con la llegada de Walter Mazzantti desde Huracán y la de Leonardo Godoy desde Athletico Paranaense, la paciencia del DT se agotó en el mismo momento en que la dirigencia decidió negociar con Pumas de México un trueque que involucraba la salida de Angulo a cambio de Ignacio Pussetto.
Si bien durante la pretemporada Vaccari dejaba entrever su fastidio y enojo, con el inicio del torneo fue mucho más tajante y directo. En la conferencia de prensa posterior al empate 2-2 frente a Sarmiento de Junín, el entrenador fue frontal: afirmó que, si Independiente quería pelear por el campeonato, debía contar con dos jugadores de jerarquía por puesto. Incluso ironizó diciendo que, en el partido siguiente ante Talleres de Córdoba, iba a poner a Pussetto de lateral izquierdo. Pero la disputa no terminó ahí. Continuó el fin de semana pasado, tras la derrota como local ante el equipo cordobés, dejando en claro que nada había cambiado y dando a entender que los dirigentes no habían cumplido con lo pactado: su palabra de ir por más.
Con todo lo expresado hasta ahora, probablemente te estés preguntando por qué el título habla de culpas compartidas, cuando hasta acá solo enumeré la desidia de la dirigencia para cumplir su palabra y darle tranquilidad al entrenador y al plantel. Bueno, yo creo que Vaccari también cayó en algo que no es recomendable.
Está muy bien declarar, y más aún hacerlo con el respeto con el que lo hizo Julio, dejando en evidencia la disparidad que existe entre las partes. Lo que no está bien es debilitar al equipo improvisando posiciones solo para demostrar quién tiene más poder. Y creo que haber puesto a Federico Vera como lateral izquierdo en Junín —una posición en la que nunca había jugado en su carrera— por encima del juvenil Jonathan De Irastorza, surgido de las inferiores, fue una declaración tácita de guerra fría. Un mensaje del DT, apoyado en los méritos del pasado inmediato, para dejar claro qué es lo que quiere. O lo consigue, o pega el portazo.
Hasta acá, el Rojo sumó apenas un punto sobre seis. No muestra el funcionamiento que supo tener y sus individualidades han vuelto al nivel que marcaron casi toda su carrera, lejos del rendimiento excepcional del torneo pasado. Además, entre las decisiones cuestionables que ha tomado el DT en estas dos fechas, hay una que agudiza la mirada de reojo que empieza a caer sobre él: el capricho de sostener a Marcone por sobre Fernández Cedrés. Sin la llegada de refuerzos, el uruguayo —por entrega, despliegue y vértigo— parece ser el único capaz de devolverle al equipo algo de lo que supo ser.
A modo de conclusión, me animo a decir que, en este momento, Independiente —o, mejor dicho, la gente de Independiente— ha quedado rehén de una disputa innecesaria entre partes, entre egos y juegos de poder. Y así como lo señalo cuando hablo de mi San Lorenzo, ambas partes deben entender que no hay nada ni nadie más importante que el escudo. Todos los nombres propios están por debajo, todos son queridos un tiempo y reemplazables en otro. El hincha tiene paciencia, pero también puede cansarse. Y a mí, desde el afuera, me da la sensación de que están jugando con fuego. Y no solo pueden quemarse: cuando el socio y el hincha se cansan y bajan el martillo, no hay vuelta atrás.
Buen análisis Mariano. Abrazo.
Sin sorpresas, otra nota con ubicuicuidad y respeto más allá de la calidad del excelente periodista que sos. Desmitifica la necedad de que por tener el corazón en un equipo (¿Quién no lo tiene?) no se puede hacer una nota de calidad. Aprendan presos de la cucaracha.