La solución estaba en casa
River levantó el nivel a partir de la aparición estelar de Franco Mastantuono, quien provocó una revolución en un conjunto de Núñez que se transforma en candidato en todos los frentes.
Corría el mes de febrero y el “EuroRiver” —como fue bautizado durante el mercado de pases— no daba señales de vida. El equipo no aparecía en la cancha, se mostraba vulnerable ante cualquier contraataque rival y sembraba dudas entre sus propios hinchas. Incluso los adversarios ya no sentían ese temor característico cuando se acercaba el día de enfrentar al Millonario.
De hecho, quien escribe estas líneas, con cinco fechas transcurridas del torneo local y tras aquella final perdida por la Supercopa Internacional ante Talleres de Córdoba, se atrevió a diagnosticar aquel arranque flojo del ciclo. Y se animó a decir que a Gallardo le faltaba, precisamente, un Gallardo. Un líder que asumiera el protagonismo, que dejara de ser un simple pasador o un gambeteador aislado. Porque hasta ese momento, el ADN de River parecía haberse desdibujado: abundaban los toques cortos, laterales, sin profundidad ni ritmo. No había uno contra uno. El equipo, lleno de nombres importantes, era inofensivo, inexpresivo y previsible.
El mundo del fútbol comenzaba a dudar. Algunos incluso se animaban a sentenciar que el “Muñeco” había dejado de ser Napoleón para transformarse en un entrenador terrenal. Como dice el viejo refrán: las segundas partes nunca son buenas.
Pero si algo merece destacarse de aquel inicio inesperado es que Gallardo nunca perdió la calma. En cada conferencia pedía prudencia, paciencia. Aseguraba que el equipo iba a aparecer. Y quienes lo escuchábamos, intuíamos que confiaba, no tanto en su prestigio, sino en su capacidad para revertir el presente. Hablaba de entrenamientos, de mecanizar movimientos, de encontrar el funcionamiento. Pero, con el tiempo, y esto es una percepción muy personal, entendí que su pedido de paciencia no respondía a una cuestión de rodaje táctico.
Gallardo sabía que su as de espadas no estaba en los entrenamientos ni en el mercado de pases. Su revulsivo, el jugador capaz de cambiarle la cara al equipo, estaba jugando el Sudamericano Sub 20 con la Selección Argentina. La solución no se pagaba en dólares: ya era patrimonio del club. Solo había que esperarlo.
Ese jugador es Franco Mastantuono, un pibe de 17 años con todas las características que River necesitaba.
Alguien podrá decir: “Pero en la Selección Juvenil el titular era Echeverri, y Mastantuono era suplente”. Es cierto. Pero eso no importa tanto. Lo relevante no es su rol en ese equipo, sino sus cualidades. Franco tenía —y tiene— el perfil exacto para resolver los problemas del River de Gallardo.
El Muñeco, sin hacer demasiado ruido, siguió apostando. No por su prestigio, que ya estaba consolidado, pero sí por la idea de seguir siendo él mismo. No apuró a Mastantuono. Lo fue llevando de a poco, dosificando sus minutos para que su talento no brillara solo en lo individual, sino también al servicio del equipo.
En los vivos que hago en mi canal de YouTube, ya con Franco de regreso y mostrando destellos cada vez que ingresaba desde el banco, me animé a decirlo —y hoy lo ratifico—: Mastantuono va a jugar el próximo Mundial. Y, a mi humilde entender, es el reemplazante de Messi. Esperá, no te enojes. No dije “sucesor”, dije reemplazante. Porque este Messi del final de su carrera suele recostarse sobre la derecha para atraer marcas y liberar el sector opuesto. Y hoy, en el fútbol argentino, no veo a nadie mejor que Franco para ocupar ese rol.
Gallardo y River —o River y Gallardo, en ese orden— encontraron en el pibe lo que tanto buscaban: desparpajo, calidad, profundidad, gambeta. Pero también algo más: la capacidad de potenciar a los que lo rodean. Porque ahora los rivales ya no piensan en un equipo que mueve la pelota de forma intrascendente; ahora se preocupan por ese mocoso de 17 años que encara como un insecto al foco en cada jugada. Que obliga a doblar o triplicar marcas. Y cuando eso ocurre, siempre queda un compañero libre para marcar la diferencia.
Enzo Pérez ya no necesita cortar con faltas para detener contras ni queda expuesto. Ese pase de más que antes ralentizaba al equipo ahora permite leer mejor el juego. Borja y Colidio ya no enfrentan a ocho rivales de frente: los espacios y los goles aparecieron. Meza volvió a parecerse al que se fue de Independiente. Incluso Nacho Fernández recuperó su nivel y, con un par de goles, se reconcilió con la gente.
La solución estaba en casa. La solución era Franco. El otro Franco más famoso del deporte argentino. Los hinchas rivales lo van a putear en todos los idiomas, no tengo dudas. Pero será por poco tiempo. Porque el día que Scaloni se lo lleve, vamos a empezar a desear que esas puteadas se transformen en gritos de gol. Y de orgullo. Si no se confunde, este pibe puede llenar de alegrías a todos los hinchas del fútbol argentino.
Nueva gran nota, número uno Mariano de la Fuente...
Impecable nota, como siempre. Sin dudas Argentina tiene un "semillero" prometedor para encarar varios mundiales. Sin olvidarnos de la camada que seguirá en la selección post mundial 2026 (Julian, Lautaro, Montiel, Lisandro, Garnacho, etc.), tendremos a Mastantuono, Echeverri, Milton Casco, Lomónaco y tantos mas que, seguramente, nos darán mas de una alegría.