El dilema de los aprons en la NBA moderna
Límites salariales, excepciones y detalles de un mundo que redefine a la liga más importante de básquet del planeta.
Casi con seguridad, cuando Dante Exum sufrió una fractura en su mano izquierda durante la visita que —el pasado 14 de marzo y en el marco de un duelo texano— realizaron sus Dallas Mavericks ante los Houston Rockets, no se percató que semejante lesión tendría ramificaciones que excederían su propia situación personal. Es que, más allá de la pérdida por tiempo indefinido de una pieza útil dentro del andamiaje del último finalista de la NBA, lo cierto es que los Mavs han contado recientemente con una verdadera enfermería bajo sus filas —que incluye a sus estrellas Anthony Davis y Kyrie Irving, y a los rendidores Dereck Lively y Daniel Gafford—, en una curiosa burla del destino tras la movida que orquestó su General Manager Nico Harrison, enviando al esloveno Luka Dončić a unos expectantes Los Angeles Lakers.
En efecto, tal es la gravedad en el cúmulo de ausencias por lesión en la franquicia, que Dallas ha llegado al punto en que —frente a alguna baja adicional— quizás deba renunciar o abandonar partidos sin disputarlos por incapacidad de completar una plantilla con el requerimiento mínimo de ocho jugadores disponibles.
¿Por qué ocurre esto? Porque a partir del convenio colectivo de trabajo que se suscribió en 2023, la NBA instaló el sistema de doble “apron” dentro de su estructura salarial.
¿Cómo funciona el tope salarial de la NBA?
La NBA —como toda liga norteamericana— opera bajo la modalidad de topes salariales. Esto significa que toda franquicia debe rellenar su plantel (de quince jugadores, más tres adicionales fichados bajo la modalidad de contratos two-way o de doble vía) sin superar, en principio —y sólo en principio—, un determinado valor en dólares. Para la temporada 2024-25, el tope salarial —variable de año a año— está fijado en U$S 140.580.000.
Para graficarlo en términos sencillos, los dueños y managers juegan una suerte de Liga de Fantasía, en la que todos parten con una cantidad máxima de dinero a gastar, y lo destinan a reclutar a sus basquetbolistas. Este sistema está pensado en igualar lo desigual: en caso de no existir, los mercados más atrayentes desde lo turístico podrían, a priori, acaparar a todas las figuras de la liga. Ello repercutiría en el funcionamiento de los mercados chicos (Oklahoma City, Milwaukee, Minnesota o Memphis, por ejemplo), que no tendrían el talento necesario para sostener económicamente una franquicia NBA.
Ahora bien, a diferencia de lo que acontece en el fútbol americano o en el hockey sobre hielo, la NBA se caracteriza por un tope salarial “blando”. Por lo tanto, el límite puede ser rebasado en determinadas circunstancias puntuales —por ejemplo, para renovar el contrato de jugadores que ya se encontraban en el equipo, para fichar a los rookies procedentes del Draft, o para agregar jugadores de contrato mínimo—.
Sin embargo, esta superación del techo no es gratuita, sino que trae consecuencias financieras. Cuando se atraviesa el 121,5 % del tope salarial (en esta temporada, el importe equivale a U$S 170.814.000), las franquicias deben abonar un impuesto de lujo o luxury tax. En la práctica, esta penalidad se traduce en abonar un extra por cada dólar en exceso que se hubiera gastado. A su vez —con el objeto de evitar la repetición de esta conducta—, este valor se potencia exponencialmente si el equipo superó el luxury tax en tres de los últimos cuatro años.
Ello explica, por ejemplo, la necesidad de los Golden State Warriors de achicar el presupuesto y recortar su plantilla —con la migración de Klay Thompson incluida, justamente a los Mavs—, pues la temporada pasada debieron hacer frente a cerca de 177 millones de dólares únicamente en impuestos de lujo.
Dentro de este engranaje sumamente complejo, basta mencionar —a los efectos de este análisis— que existe una multiplicidad de excepciones que cada equipo puede usar anualmente, cuyo valor dependerá de una serie de vicisitudes: si superan o no el tope salarial, y si pagan impuesto de lujo o no lo hacen.
A su vez, no puede soslayarse que los contratos mínimos funcionan bajo una doble escala. Para el jugador, están regulados según la cantidad de años de experiencia en la liga. Así, cuantos más años NBA se acumulen, más oneroso será el contrato que perciba: mientras que un novato cobrará U$S 1.157.153 por la temporada, un veterano de 10 o más campañas percibirá U$S 3.303.771 como contrato mínimo.
Pero, para desincentivar a las franquicias a prescindir de los jugadores más longevos por temores salariales, los fichajes mínimos de basquetbolistas con tres o más años de experiencia se computarán, para el tope salarial, como el contrato de uno que se halla en su segundo año: U$S 2.087.519.
Por último, los contratos two-way o de doble vía cuestan la mitad de un contrato rookie mínimo. Mediante ellos, se fichan jugadores de hasta tres años de experiencia, que forman parte de la plantilla y pueden ser activados hasta por 50 partidos NBA. Por el tiempo restante, son enviados a la franquicia filial de la G-League —por caso, los Lakers llevan y traen a sus two-way a su homónimo de South Bay— y, ante la inexistencia de divisiones inferiores, funcionan como una especie de reserva para foguear talento a futuro.
La novedad de los aprons
Una traducción literal del término apron, al castellano, implicaría denominarlos “delantales”. Sin embargo, en inglés existen acepciones del vocablo que hacen referencia a una “pequeña superficie adyacente a otra, de estructura más amplia”; o, con mayor exactitud, a una “capa —por ejemplo, metálica— colocada como refuerzo encima de otra”.
En rigor, constituyen verdaderas barreras adicionales al sistema salarial de la NBA que instituyó el convenio colectivo de 2023. Son superiores en monto a las anteriores: en 2024-25, el primer apron alcanza los U$S 178.132.000, mientras que el segundo es de U$S 188.931.000 (respectivamente, un 126,7 % y un 134,4 % del tope salarial).
Obviamente, todo General Manager busca, a toda costa, evitarlos. ¿Por qué? Porque plantean severas prohibiciones e impedimentos a la maniobrabilidad en las transacciones.
En este escenario, los conjuntos del primer apron no pueden fichar jugadores que hayan sido dejados en libertad por otras franquicias antes del cumplimiento de sus contratos —esto es, el corte con pago del resto del vínculo— siempre que valgan por encima de la excepción para equipos no penalizados con impuesto de lujo (alrededor de U$S 12.800.000 en 2024-25). Tampoco pueden recibir más salario del que envían en trades.
El segundo apron, además de mantener las restricciones apuntadas, agrega otras capas impeditivas. Así, pues, no permite ejercer excepciones contractuales; traspasar múltiples jugadores en un mismo intercambio; recontratar y traspasar jugadores que estaban en el plantel; ni enviar dinero en efectivo como moneda de cambio en transacciones. Por último, congela la primera ronda de draft de dentro de siete años —sería, la elección de 2032, en esta temporada— y, en caso de reincidencia en dos de las siguientes cuatro temporadas con posterioridad a ese congelamiento, el pick pasa —automáticamente— al último puesto de la primera ronda del draft.
Es por ello que un análisis de las transacciones ya no puede efectuarse únicamente en base al talento disponible. Un repaso del último deadline de la NBA en materia de traspasos —ahora, bajo la lupa de estas penalidades— permite ver cómo aquellos equipos que estaban aquejados por algún apron debieron negociar en desventaja, pues sus oponentes conocen esta debilidad y esta desesperación por salir del apuro.
Por ejemplo, los Milwaukee Bucks debieron desprenderse de un pilar como Khris Middleton —con el incentivo adicional del rookie A.J. Johnson a fin de seducir a los Washington Wizards— porque debían descender del segundo apron de cara a la próxima campaña. Los contratos de jugadores de rol, que antes eran más codiciados porque su costo medio servía para completar traspasos de forma más ágil, ya no cumplen tal función: por ejemplo, para hacerse de los servicios de Pat Connaughton (hoy fuera de la rotación habitual, pero con un precio manejable en el convenio previo, de U$S 9.000.000 y un año extra por idéntica cantidad), el mercado le exigía entregar un costosísimo piso de cuatro picks de segunda ronda.
También ello explica la reciente venta de los Boston Celtics —otro conjunto que rebasa el segundo apron—, que renovó a toda su plantilla campeona a sabiendas de que, con toda seguridad, deberá traspasar algunas piezas clave en breve —Payton Pritchard y Jrue Holiday como nombres más probables— si pretende deshacerse de las actuales ataduras financieras.
La posibilidad de tener topes duros en un sistema de tope salarial blando
Ahora bien, el convenio prevé que —en determinadas circunstancias— un equipo se autoimponga un tope duro, imposible de superar. Ello implica que está vedado su sobrepaso incluso mediante el fichaje de un jugador por el mínimo contractual.
Estos límites rígidos están demarcados, justamente, por los aprons. Sin hilar tan fino para no hacer tediosa la explicación, una franquicia se fija un tope insuperable hasta alcanzar el primer apron si —a título ejemplificativo— adquiere un jugador vía sign-and-trade (fichaje y cesión, sin solución de continuidad) o ficha un basquetbolista por un valor superior a la excepción contractual para pagadores de impuesto de lujo —apenas por encima de los U$S 5.000.000 en 2024-25—. Por su parte, cualquier incorporación por excepciones ya determina un tope duro respecto del segundo apron, justamente porque quienes lo han superado no pueden hacer uso de esta vía de contratación.
La situación de los Mavericks
Sin embargo, la pregunta surge inmediatamente: ¿Cómo todo este contexto afecta hoy a Dallas? Pues bien, el escenario se remonta a la pretemporada, pues es el momento en que los Mavericks —por duplicado— se autoimpusieron el tope duro del primer apron.
En efecto, Klay Thompson fue adquirido de los Warriors por intermedio de un sign-and-trade; circunstancia que, de por sí, ya califica para ser pasibles de este techo insuperable. Pero, adicionalmente, Naji Marshall fue fichado por un contrato de U$S 27.000.000 por tres años —con un salario de U$S 8.571.429 para la primera temporada—, que rebasa toda excepción contractual.
Estas decisiones no fueron malas per se, toda vez que ser un candidato al título -Dallas, como vigente subcampeón, lo era— debe gastar y asumir costos con tal de formar una plantilla competitiva. Pero lo cierto es que Harrison dejó a la franquicia tan cerca del primer apron que el margen de maniobra es escaso.
El intercambio de Dončić a Los Angeles Lakers no mejoró la ecuación, pese a haber recibido menos salario del que cedió: inmediatamente, Harrison traspasó a Quentin Grimes (U$S 4.300.000) a Philadelphia 76ers por Caleb Martin ($ 8.000.000). Ello colocó a los Mavs —en un pésimo trade cuando se analizan todas las aristas; máxime cuando el mejor jugador es aquél que emigró— unos U$S 2.300.000 por debajo del primer apron.
Excepto que la cuestión es aún más compleja. Martin goza de una serie incentivos y beneficios de difícil obtención en su contrato, cuya cifra ronda por los U$S 1.200.000. Sin embargo, a los efectos salariales, esos valores siempre se computan, incluso aunque no lleguen a activarse.
De todos modos, el remanente sigue siendo un monto que permitiría movimientos marginales. Pero ello no es todo: Martin tiene un aumento del 15% a raíz del intercambio, que se distribuye —de modo automático y por partes iguales— en cada uno de sus años restantes de vínculo. Esto se traduce en una afectación, para 2024-25, de U$S 1.040.000.
La realidad es que, al día de hoy —y con los contratos de 10 días que se suscitaron con antelación a la lesión de Exum—, Dallas sólo puede destinar U$S 51.000 para fichar a un nuevo jugador sin superar el primer apron. Hoy, tiene 14 basquetbolistas en su roster, más los tres contratos de doble vía. Por ende, tiene un hueco libre por llenar.
El problema radica en que el costo de un contrato de 10 días asciende a U$S 119,972.
¿La solución podría estar en la excepción hardship, que habilita a la apertura de un puesto adicional en el plantel —por encima de los 18 reglamentarios— en caso de multiplicidad de lesiones? Negativo. Cualquier contratación de este estilo también computa como un contrato mínimo o de contrato de 10 días.
La gravedad suscitada se magnifica por el hecho de que, al 15 de marzo, Dallas se había quedado con ocho basquetbolistas disponibles, el mínimo exigido para disputar un encuentro NBA. Ahora bien, dos de ellos son contratos two-way —Kessler Edwards y Brandon Williams—, pero a punto de extinguírseles el tope de partidos que están autorizados a disputar con los Mavericks.
Es cierto que nada impide que estos two-way sean cortados y se fichen a otros, siempre y cuando se lo realice hasta su fecha límite, que venció el 4 de marzo pasado. En otras palabras, Dallas no puede suscribir este tipo de vínculos hasta que finalice la actual campaña.
Una luz al final del camino podría ser esperar que una contratación por salario mínimo se vea reducida por debajo de esos U$S 51.000. Esto es posible, toda vez que el sistema prorratea, con disminución diaria, el valor de estos contratos desde la fecha de su celebración y hasta el final de la temporada: no es lo mismo fichar el 4 de octubre de 2024, que hacerlo el 1º de abril de 2025. Sin embargo, el prorrateo recién beneficiaría a Dallas para el 10 de abril, a falta de dos partidos para la culminación del año.
Entonces, ¿es factible que Dallas deba abandonar un partido sin jugar?
Pese a todo, el escenario es improbable. No sólo porque es un suceso inaudito —no existen precedentes en la NBA de algo semejante—, sino porque la no celebración de un partido implica pérdidas económicas para toda la liga, que Adam Silver jamás permitiría.
A su vez, en el peor de los casos, existe una forma de eludir el reglamento sin que técnicamente se lo esté transgrediendo: los Mavs podrían incluir a un jugador lesionado, vestirlo como activo, e incluirlo en la lista de buena fe de un encuentro para cumplir con los ocho profesionales reclamados. Ello, a costa de —implícita pero indefectiblemente— asumir que está mintiendo en el reporte de lesiones que toda franquicia NBA está constreñida a presentar antes de cada partido.
La realidad es que, para evitar toda especulación, Dallas agilizó la recuperación de basquetbolistas que están tocados, con el objetivo de evitar esta catástrofe. Es por ello que Anthony Davis volvió al parquet ayer en su enfrentamiento ante Brooklyn Nets. Por el bien del básquetbol, roguemos que esta catarata de enfermos abandone Texas lo más rápido posible.