La resaca interminable de Madrid
La derrota ante Talleres por la Supercopa Internacional y el funcionamiento todavía en deuda del River de Gallardo colmaron la paciencia del hincha Millonario.
Es la madrugada del 31 de mayo de 2019. Me subo al colectivo para volver a mi casa en Olivos. Acabo de ver a River ganar la tercera Recopa Sudamericana de su historia, tras golear a Athletico Paranaense en el Monumental por 3-0, luego de perder la ida en Brasil por la mínima.
Mientras viajo arriba del 59 empiezo a hacer lo que hago siempre después de una victoria importante de mi equipo: scrollear infinitamente todas las redes sociales -en ese momento eran Twitter e Instagram, hoy podría sumar a TikTok- para no perderme ningún contenido. Miro los festejos de los futbolistas en el vestuario, los momentos insólitos que se producen alrededor su estado de euforia, las fotos del partido y de los festejos, el micro, los sombreros brandeados, las banderas de palo de cotillón.
Entre la marea de archivos multimedia, sentencias, tuits emocionantes y algunas termeadas encuentro una reflexión del periodista Nicolás Mirelman, también hincha de River, que por alguna razón me queda guardada en una carpeta del disco rígido de la memoria: “Disfrutemos esto que estamos viviendo porque en algún momento se va a terminar y es una locura en serio”.
Esa reflexión de Nico, entre tanta euforia de los propios, me caló hondo. De chico vi a River merodear por mitad de tabla, salir último en un torneo, atravesar épocas sin rumbo futbolístico y resolver mercados de pases con futbolistas mediocres. Esa sucesión de situaciones nos condenó a jugar un año en el Nacional B. Lo viví con 12 años.
Luego del descenso, historia conocida: el ascenso, el regreso de Ramón Díaz, la obtención del Torneo Final 2014, la salida del Pelado, la vuelta de Marcelo Gallardo, la conquista de una Copa Sudamericana, tres Recopas, dos Copas Libertadores, dos victorias en finales contra Boca Juniors y la consolidación de una época futbolística en la que River dominó el fútbol internacional y se convirtió en el equipo que todos querían evitar.
Como hincha de River que nació en 1999, empezó a ir a la cancha en 2006 y tomó consciencia de lo que significaba hinchar por un club en 2011, nunca viví una etapa posterior a éxitos insuperables. Entre 2008 y 2013 fue mediocridad, agonía, tragedia; de 2014 hasta 2019, una montaña rusa con caídas leves y picos muy altos de felicidad y una relación familiar con el equipo: River era, además de un equipo exitoso, un conjunto de jugadores que representaba a su hinchada.
Ese logro se corporizaba y concentraba casi en su totalidad en Marcelo Gallardo, el comandante de equipos distintos que generaron un mismo sentimiento en los hinchas. Ir a la cancha en partidos grandes garantizaba, más allá del resultado, una sensación de orgullo y conformidad con el rendimiento de los jugadores. No cabían dudas: para perder había que tener mucha mala suerte o que el rival nos pasara por arriba.
Hasta que, en 2019, la locura a la que nos habíamos acostumbrado se terminó. En la final de Lima ante Flamengo se rompió algo. No lo sabíamos, pero habíamos presenciado el fin de una era.
Disiento con aquellos que aseguran que River todavía no volvió de Madrid. Una buena parte de la población futbolera coincide acerca de la falta de recomposición del club a nivel institucional desde el 9 de diciembre de 2018. Cuando afirman eso, olvidan que en 2019 River goleó de local a un equipo brasileño en una final para remontar un 0-1 y luego eliminó de visitante a Cruzeiro, Cerro Porteño y Boca para llegar a otra definición de Copa Libertadores.
Acerca de esa final se puede escribir un libro entero, pero eso no nos interesa hoy.
Luego de esa dolorosa caída, River ganó la Copa Argentina frente a Central Córdoba. Aquella fue la última final que disputó en una copa “larga” -de más de un partido o una serie- hasta hoy.
El 9 de diciembre de 2019 River celebró el primer aniversario de la final de Madrid. Fue después del partido que perdió por la Superliga 2019/20 ante San Lorenzo, con gol de Adolfo Gaich. El festejo se llevó a cabo en el Monumental, donde se había jugado el partido.
River cerraba un 2019 en el que conquistó la Recopa Sudamericana y la Copa Argentina, además de llegar a la final de la Copa Libertadores tras eliminar a Boca en semifinales. En la Superliga 2018/19, terminó en la cuarta posición, con Racing como campeón, y solo perdió un partido contra los otros cuatro grandes. En la Superliga 2019/20, que estaba en curso, se mantenía en los primeros puestos. Sin embargo, en la Copa de la Superliga 2019 fue eliminado por Atlético Tucumán, que lo goleó 3-0 en la ida.
No pudo lograr el bicampeonato de América, pero convenció a sus hinchas, mostró una identidad de juego clara y no se durmió en los laureles. Gallardo revitalizó el plantel en los mercados de pases, aunque algunos jugadores empezaban a sentir el paso del tiempo, lo que hacía necesaria una renovación. El equipo sufrió bajas importantes, como las salidas de Gonzalo Martínez y Jonatan Maidana.
El 9 de diciembre de 2020 la pandemia forzó a que los festejos se desarrollaran en las calles de Buenos Aires. Una caravana de hinchas copó la ciudad yendo desde el Obelisco hasta el Monumental para celebrar los dos años de la conquista en el Santiago Bernabéu.
River estaba en plena competencia de las copas Libertadores y Maradona 2020. A comienzos del año se enfiló hacia el título local pero lo perdió en la última fecha a manos de Boca. Fue un duro golpe y una decepción que comenzaría a ser tendencia. Al equipo le bastaban cuatro de los últimos seis puntos en juego para ser campeón y apenas sacó dos: empató ante Defensa y Justicia en el Monumental y en Tucumán no pudo derrotar a Atlético.
El fútbol se puso en pausa desde marzo hasta septiembre. El equipo de Gallardo volvió a jugar la Copa Libertadores y atravesó la fase de grupos mostrando pocas dificultades para imponerse, pese a la larga inactividad física. Para el día del aniversario de Madrid, estaba 2-0 arriba de Nacional de Uruguay en una serie que terminaría ganando 8-2 tras una goleada en Montevideo.
En la siguiente instancia, River sufrió un durísimo 3-0 ante Palmeiras como local en el Libertadores de América. Quedó eliminado tras un frustrado intento de remontada en la vuelta: no le alcanzó el 2-0 y Gonzalo Montiel marcó un gol que terminó anulado por un supuesto offside de Rafael Santos Borré en el comienzo de la jugada -a día de hoy no existen imágenes que despejen las dudas de si el colombiano la tocó o no-.
Esa serie contra el equipo paulista se puede leer de dos maneras en retrospectiva. Por un lado, fue la última gran muestra de amor propio que mostró un equipo de River en cancha. La revancha es un partido que los hinchas del equipo verde todavía recuerdan con temor por la voracidad con la que salieron los de Gallardo a intentar darlo vuelta. Incluso jugadores millonarios que tuvieron su cuota de responsabilidad en el 0-3 en la ida fueron importantes para sostener un nivel que permitió mantener la ilusión.
El 9 de diciembre de 2021 River lo celebró a cancha llena. El equipo había conquistado hacía dos semanas la Liga Profesional, el primer -y hasta el momento único- torneo local de Marcelo Gallardo como DT.
La goleada por 4-1 a Newell’s en septiembre de ese año inició el sendero hacia el título, que se consiguió a falta de tres fechas. El click fue ante Boca, cuando Julián Álvarez marcó dos goles y comenzó a bordar su traje de superhéroe. Ese equipo brilló por una buena composición del mediocampo: la aparición de Enzo Fernández, que había vuelto de un préstamo en Defensa y Justicia, Benjamín Rollheiser, de las inferiores del club, Agustín Palavecino, llegado ese mismo año desde Deportivo Cali, Enzo Pérez, capitán y referente. En la delantera inflaban las redes el explosivo Julián Álvarez y Braian Romero, que sorprendió desde su debut ante Argentinos Juniors por Copa Libertadores.
River cerraba la temporada con un título que ayudó a empañar todo lo que había ocurrido antes: dos eliminaciones ante Boca en el ámbito local, una dura derrota en cuartos de final de la Copa Libertadores ante Atlético Mineiro (perdió 4-0 en el global, sufriendo una goleada en Mina Gerais) y una fuerte falencia creativa que perduró hasta septiembre.
El 9 de diciembre de 2022 no hubo festejos. La selección argentina disputó los cuartos de final del Mundial de Qatar ante Países Bajos, lo que corrió el foco mediático del cuarto aniversario de la final entre River y Boca en 2018.
Sin embargo, no había motivos para festejar. Marcelo Gallardo había anunciado dos meses antes que no renovaría su contrato con el club, lo que ponía fin a un ciclo de ocho años en el cargo de entrenador. En 2022, el Muñeco no consiguió administrar un plantel repleto de jugadores de calidad. Con Julián Álvarez, Enzo Fernández -ambos fueron vendidos a Europa y terminaron siendo titulares en el equipo campeón del mundo-, Enzo Pérez, Rodrigo Aliendro, Nicolás De La Cruz, Esequiel Barco, Juan Fernando Quintero, entre otros, quedó eliminado de la Copa Libertadores en octavos de final ante el Vélez del Cacique Medina, un equipo que terminó antepenúltimo en el torneo local.
El plano local mostró una decepción y una bomba al corazón del hincha. En la Copa de la Liga quedó eliminado ante Tigre por 2-1 en el Monumental; en la Liga, salió 3°, colaborando en la última fecha con Boca, que salió campeón gracias a la victoria del Millonario ante Racing en Avellaneda. Una “muestra de grandeza” que enfureció a una buena parte de los hinchas.
El 9 de diciembre de 2023 se estrenó, en el Movistar Arena, la película Cierren los ojos: La final eterna. El filme producido por River y Torneos recordaba la final de Madrid con testimonios e imágenes inéditas. Esa misma noche, el equipo dirigido por Martín Demichelis quedó afuera de la Copa de la Liga ante Rosario Central. Un empate sin goles siguió a una tanda de penales en la que cuatro jugadores de River erraron.
River tuvo un comienzo de año muy bueno: en los primeros seis meses, Martín Demichelis, sucesor de Gallardo, sostuvo su identidad de juego en la construcción de otro gran mediocampo, con Rodrigo Aliendro como pieza fundamental, Esequiel Barco como motor, y un delantero estrella como Lucas Beltrán que significaba el sistema entero en sí mismo. Ese equipo ganó la Liga Profesional en el primer semestre, cortó clavos para clasificar a octavos de final de la Copa Libertadores, y en esa instancia se estancó. Tras vencer a Inter por 2-1 en el Monumental, viajó a Porto Alegre con la ventaja, especuló, perdió por el mismo resultado y marchó en los penales.
En la Copa de la Liga del segundo semestre, el equipo no convenció pero logró atravesar la primera fase y los cuartos de final, para luego quedar afuera ante Rosario Central en semifinales. Luego le ganó al Canalla, campeón de esa competencia, en el Trofeo de Campeones.
Martín Demichelis dejó dudas durante todo su primer año como entrenador. Aquella final en Santiago del Estero parecía una buena oportunidad para culminar su ciclo y buscar otro que ocupara su cargo. Si bien consiguió dos títulos, el armado del equipo quedó muy condicionado tras la filtración del contenido de una reunión en off que mantuvo con periodistas partidarios en una oficina del estadio Monumental, luego de la derrota en Porto Alegre. Allí criticó duramente a sus jugadores y se burló de algunos, en un entorno no controlado que generó una bomba interna dentro de un club donde el hermetismo había logrado, en los últimos años, evitar incendios.
Las dudas que dejaba el ex Bayern Munich en la dirección técnica provocaron que su ciclo se interrumpiera antes de cumplir su contrato, algo que en River no ocurría desde 2014. A fines de julio, meses después de ganar su último título ante Estudiantes en Córdoba, Demichelis dejó el cargo.
El sucesor fue su antecesor: Marcelo Gallardo. Faltaba poco tiempo para la serie de octavos de final de Copa Libertadores ante Talleres y el mercado de pases estaba abierto. Martín Demichelis y Jorge Brito habían anunciado cinco refuerzos en una conferencia de prensa; cuando regresó el Muñeco, se hicieron otras cuatro incorporaciones y se “devolvieron” a Felipe Peña y Franco Carboni, dos de los refuerzos que habían llegado hace días. Una desprolijidad dirigencial que no era sorpresa.
El primer semestre de Gallardo fue una buena síntesis de lo mejor y lo peor de su segundo ciclo: dos series de Copa Libertadores ganadas, ante Talleres y Colo-Colo, con más convicción que fútbol; un andar irregular en el torneo local, donde puso en riesgo la clasificación a la copa de este año; y, finalmente, una eliminación ante Atlético Mineiro con una goleada en un partido de ida donde River no compitió y dejó una muy mala imagen.
El 9 de diciembre de 2024 encontró a River con un plantel con necesidades claras. Reforzar el mediocampo, su zona más debilitada, desprenderse de jugadores que no dieron la talla y armar un plantel competitivo, ya que el material que recibió Gallardo no fue suficiente para consolidar un equipo y competir en lo más alto.
Ahora estamos en marzo de 2025. River está esperando todavía por Kevin Castaño, un mediocampista central que necesita como el agua pero que difícilmente pueda resolver todos los problemas futbolísticos del equipo: falta creatividad y frescura de mitad de cancha hacia adelante, los problemas defensivos quedan expuestos en los partidos de mayor rigor, los jugadores no muestran la actitud que el hincha esperaría de ellos y algunos juegan como si hubiesen ganado todo con el club.
La derrota ante Talleres en la Supercopa Internacional generó repercusiones que, por la magnitud de un torneo, parecen exageradas. Pero el problema de River va más allá de una copa inventada por una AFA obsesionada con las copas entre campeones -no necesariamente campeones-.
El equipo no logra mostrar esa identidad con la que los hinchas se sentían reflejados en 2019. El entrenador no detecta que en el mediocampo tiene grandes falencias. Los dirigentes quedaron expuestos por su falta de investigación en el mercado a la hora de incorporar cuando se fue Gallardo, trayendo solamente repatriados y futbolistas con períodos cortos de buen fútbol en clubes argentinos.
En el River 2015-2019 veíamos a cualquier vaca sagrada sentada en el banco si no estaba en su mejor momento; venían jugadores probados en en el fútbol argentino durante un tiempo prolongado; se encontraban oportunidades de mercado que nadie más estaba viendo, y se desprendía de futbolistas si ya no daban para más.
El River 2019-2025 es su antítesis. Las vacas sagradas juegan de arranque: a algunos se les renueva el contrato aunque no haya argumentos futbolísticos para hacerlo, otros son titulares sin argumentos y otros están hace años en el club cuando su hora ya pasó. La dirigencia gasta las fortunas que en otra época no había en futbolistas mediocres o avejentados.
Gallardo tiene un gran desafío para este año que acaba de comenzar. El armado de un equipo competitivo, la incorporación al imaginario del plantel de lo que significa vestir la camiseta de River y conseguir una identidad que represente al hincha, más allá de los resultados, son las tareas que deberá tachar para, a fin de año, mirar hacia atrás y sentirse conforme con el trabajo realizado.
Madrid debe ser un modelo a seguir, pero no solo con los nombres propios que formaron aquella conquista. El armado del plantel de 2018 llevó tiempo, dinero y un buen trabajo de investigación. No necesita a Enzo Pérez, Nacho Fernández, Milton Casco o Lucas Pratto: necesita buscar a los Pérez, los Fernández, los Pratto y los Casco de hoy. ¿Quiénes son? Eso es tarea de la dirección deportiva.
De otra manera la resaca nunca terminará, y la transición de la época dorada hacia otra será interminable. El objetivo de Gallardo será que el próximo 9 de diciembre, en otro aniversario de Madrid, River haya terminado con su mediocridad.
River está en un declive lento y permanente desde el receso forzado por la pandemia, sólo interrumpido por el ese trimestre de Demichelis y la Primavera de Julián. La irregularidad es creciente y tiene que ver con los planteles cada vez de menor calidad o peor armados en edad, físico y variedad. Y gastando cada vez más. Pero puede corregirse rápido, recursos hay y juveniles con proyección sobran. Y por eso es más irritante la mediocridad también.