Desde afuera siempre es más fácil
Sebastián Domínguez se desvinculó de Vélez, un ciclo que finalizó abruptamente en un estrepitoso fracaso tras no haber podido ganar un partido en el Apertura.
Sebastián Domínguez tiene 25 años y es una de las figuras del Corinthians que ahora dirige Daniel Alberto Passarella. Es una de las primeras prácticas del Kaiser al frente del Timao y, pese a la jerarquía del ex Newells’s, decide arrancar la semana de entrenamientos con Domínguez en el once suplente. El relegado zaguero central muestra su descontento, un enojo que se traduce en una cara de culo que todos alguna vez pusimos -y seguiremos poniendo-. Alejandro Sabella, por entonces ayudante de Passarella, lo detecta y se acerca para deslizarle un consejo: “Tranquilo, ojo que no es tan así como pensás”.
Pero con el ego herido, en la semana previa a un clásico contra el Palmeiras, Domínguez solo veía rojo: “Estaba re caliente, pateaba la pelota para cualquier lado, encaprichado”. Su fastidio era cada vez mayor con el correr de los días y Sabella insistió: “Seba, no seas boludo, avivate, quedate tranquilo y cambiá la cara”. Al cuarto día, quien se le acercó fue Passarella: “Ibas a ser el capitán contra el Palmeiras, pero te saqué del equipo para ver cómo entrenabas, y ver si podías ser ejemplo de tus compañeros. Y la verdad, es que no es el ejemplo que quiero para un capitán. Pero quedate tranquilo que vas a ser titular, pero capitán no sos”.
Dos décadas después, Sebastián Domínguez acaba de despedirse de Vélez Sarsfield después de un arranque para el espanto: su equipo, el último campeón del fútbol argentino, no marcó ni siquiera un gol en los ocho encuentros del Apertura y apenas celebró un triunfo en Copa Argentina ante Midland. Su ciclo en el Fortín, el equipo que defendió con brillantez durante su carrera como jugador, duró apenas 55 días.
La anécdota de Corinthians es hoy una lección que Domínguez nunca aprendió. No escuchó a Sabella en aquel momento y tampoco aplicó sus moralejas en el futuro. En aquellas tardes brasileñas, su soberbia y su arrogancia le impidieron asimilar las consecuencias de sus actos. Las lecciones son lecciones siempre y cuando te sirvan para crecer: sino son solo anécdotas para contar entre risas en un canal de televisión.
Existe un defecto que florece en muchos jugadores una vez que superan la barrera de los treinta años: mientras su etapa como futbolista afronta la curva descendente, sus batallas dentro de la cancha le hacen creer que conoce todos los secretos y que su extenso recorrido en el verde césped lo nutrió de todos los elementos necesarios como para que su mirada sea incuestionable. El jugador, cada vez más cerca del retiro, empieza a construir el día después, aunque generalmente no proyecta su figura sumergiéndose en el barro: lo imagina desde un escalón superior imaginario, desde una pose de erudito que es propietario de la verdad absoluta.
Y entonces, los últimos entrenadores de tu carrera dejan de ser buenos y profesionales para convertirse en unos “boludos que no saben nada”. En tu cabecita loca jugás a ocupar su rol, a trazar hipotéticas decisiones que vos tomarías y que el técnico no ve porque es un boludo que no sabe nada. Pero vos en cambio te las sabés todas: tenés las respuestas para asumir en el cargo ya mismo y hacerlo mejor que quien se va, aunque eso signifique reemplazar a Marcelo Gallardo o a Lionel Scaloni.
Pero hay algunos que no quieren exponerse a las locuras de la silla eléctrica y se enfocan en las bondades que brinda el periodismo deportivo: “Estos se la pasan hablando y no patearon una pelota en su vida”, suele pensar el jugador. Pero el periodista, no importa si es bueno, malo o regular, para ocupar el lugar que ocupa tuvo que estudiar, como mínimo tres años, se preparó y golpeó mil puertas para que se le abra una. Y es ahí donde vuelve a aparecer la arrogancia del player, que cree que su trayectoria emparda los años de estudio y que sus vivencias son mucho más valiosas.
Incluso hay algunos que solo por chapa y sin pasar ni siquiera por un curso arriban a lugares de privilegio sin preparación. En este rubro podemos nombrar o señalar a muchos ex jugadores: no sería justo englobar a todos en una misma bolsa porque hay algunos que se prepararon y atravesaron esos años de aprendizaje necesarios para convertirse en periodistas y diferenciarse de aquellos que hacen uso y abuso de su pasado, figuras sobre la cancha que aspiran a ser panelistas para resolver su retiro futbolístico.
Sebastián Domínguez es un ejemplo. Fue un gran marcador central que construyó su carrera jugando en Newell’s, Corinthians y Estudiantes hasta convertirse en una figura rutilante dentro del Vélez multicampeón del Tigre Gareca. Capitán, líder y referente de una personalidad avasallante, es un ejemplo del exfutbolista que asume el rol de panelista y juzga desde su cómodo sillón en el plató televisivo.
Pero hay un condimento que Domínguez le agrega a la fórmula: no esperó a sus últimos años para creerse superior. Lo demostró en Corinthians hace veinte años y después en cadena nacional, primero en la pantalla de ESPN y después en las redes sociales. Basado en aquella locuacidad que había mostrado durante sus días como jugador, donde era capaz de sintetizar con certeza lo ocurrido dentro de la cancha ante las cámaras, su espacio en televisión estaba casi garantizado.
Entre horas y horas de debate, polémicas y gritos, Seba volvió a pisar el palito: subestimó la preparación, relativizó el estudio y otra vez confío en sus años de experiencia con la certeza de que se transformaría en el sucesor de Enrique Macaya Márquez. Entronizado por el canal como el nuevo analista de moda, una palabra respetada para juzgar a todo aquel que estuviera involucrado en el planeta futbolístico, se lució inicialmente por su léxico, su contundencia, sus pausas y sus silencios.
Pero en su ascendente ruta volvió a chocar con su soberbia. Esta vez no hubo un Passarella ni un Sabella para acompañarlo. Se jugaba la Copa América 2019 y Chiqui Tapia había designado a Lionel Scaloni como entrenador de la Selección nacional. El arranque había sido complicado y fue entonces cuando Domínguez arremetió contra el inexperto DT. Aquella tarde de ESPN quedó en la memoria de todos los hinchas argentinos. Si bien eran muchos quienes creían que Scaloni no había hecho méritos para asumir el cargo, tanto su opinión como las de Oscar Ruggeri y Sebastián Vignolo fueron tan despectivas como humillantes. Era el colmo de la redundancia: un inexperto periodista -o analista, para ser más justos- opinaba sobre la experiencia de un entrenador.
Su recorrido por los estudios de televisión fue efímero. Aquel DT ninguneado por Domínguez empezó a ganar: primero conquistó América y después el Mundo. El inexperto se transformó en Leónidas y rápidamente se sentó en la mesa que ocupaban César Luis Menotti y Carlos Salvador Bilardo, algo que nadie en los últimos treinta años había podido conseguir. Con el objetivo de enterrar aquellas desafortunadas declaraciones, Domínguez eligió el exilio: se transformó en ayudante de Hernán Crespo. Pero otra vez apareció su arrogancia en escena: no se iba a quedar mucho tiempo en un cargo secundario.
Fue otro error, otro paso equivocado, basado en la subestimación. Después de aquellos fatídicos comentarios, la reacción de los medios era previsible: deberías saber que la lupa sobre cada uno de tus partidos iba a ser mucho más incisiva y cruel que con cualquier otro novato. El 5 de abril de 2024 fue presentado como técnico de Tigre, que por entonces naufragaba por el fondo de la tabla. Urgido por los resultados y la amenaza del descenso, el Matador le entregó las riendas a un gran analista pero sin experiencia en la gestión y liderazgo: no es lo mismo ser líder como futbolista que pararte todos los días ante treinta tipos, a los cuales tenés que examinar minuciosamente y a diario, para descifrar quién te quiere, quién te odia, y quién piensa que sos un boludo que no sabe nada.
Era previsible: salvo los hinchas de Tigre, todos los futboleros querían ver a Domínguez goleado y lo castigaban como él había hecho con Scaloni, ahora convertido en héroe nacional. Apenas dirigió 30 partidos en Victoria: ganó ocho, empató once y perdió otros once. De menor a mayor desde lo futbolístico, su relación con la gente estaba tirante pero la decisión de la Asociación del Fútbol Argentino de suspender los descensos fue un guiño que le permitió liberarse de una carga que era demasiado pesada. Tigre todavía se estaba salvando pero penaba partido a partido para no caer en esa zona: el anuncio desde Viamonte le permitió respirar con tranquilidad. Domínguez tenía la oportunidad de seguir cimentando su mejoría pero decidió marcharse para asumir en Vélez y se marchó antes de comenzar la pretemporada: Tigre hoy es líder de la Zona A del Apertura.
La desvinculación de Gustavo Quinteros, quien se marchó a Gremio de Porto Alegre después de ser campeón, le abrió la puerta para su regreso a Vélez. Ahora como entrenador, la decisión fue del presidente Fabián Berlanga: sus gloriosos días como referente fortinero lo convencieron. Pero Domínguez se dejó llevar por la situación: en apenas nueve partidos y 55 días demostró no solo no estar a la altura: también demostró no estar preparado. Porque vos crees que sos director técnico cuando te dan el carnet, y salvo una gloriosa excepción como Scaloni, vos realmente te transformas en DT después de experimentar mil sensaciones diferentes y hechos que te van dando la templanza y la lucidez a la hora de la toma de decisiones.
Hay una catarata de materias que no podés dar en la escuela de técnicos: las vas a aprobar, con el tiempo, después de fallar una vez, dos veces, mil veces. No se puede aprender cómo gestionar un entretiempo en el que vas ganando 2-0 para salir a quedarte con los tres puntos, o cómo motivar a un plantel para remontar un 0-2, o cómo ajustar para afrontar un trámite con un jugador menos o cómo aprovechar la ventaja de la superioridad numérica después de una expulsión rival. Son solo algunas de las asignaturas que solo se estudian mediante la práctica.
Domínguez no se preparó para ser periodista y se conformó con ser analista. Después de su paso en falso, creyó que podía ser entrenador y apuró su carrera para demostrar que su pasado como jugador es suficiente para estar al frente de un plantel. El problema es la soberbia: Domínguez siempre se creyó más que el resto, siempre estuvo subido a un altar que su propia imaginación edificó. Domínguez nunca leyó a Sócrates ni incorporó jamás una de sus frases más famosas: “Sólo se que no se nada”. Pero si no escuchó ni a Passarella ni a Sabella, mirá si va a haber leído a Sócrates.
Excelente artículo, lo digo como hincha y socio de Vélez. Su soberbia y su nula capacidad de plantear y leer un partido se palpaban desde la tribuna. Por algo no lo quieren sus ex compañeros jugadores ni ex compañeros periodistas...
Muy buen material. No veo que Domínguez haya entendido nunca que un buen entrenador es el que mejora a sus jugadores. Para poder hacerlo siempre hay que bajar al llano.