Crónica de un despido anunciado
Boca decidió ponerle fin a la etapa de Fernando Gago al frente del club, un desenlace inevitable aunque el entrenador no es el único responsable.
El final fue demasiado abrupto aunque, también, fue demasiado tarde. El ciclo de Fernando Gago en Boca duró 197 días pero le sobraron dos meses. Presentado oficialmente por Juan Román Riquelme el 14 de octubre de 2024, Mauricio Serna le comunicó el 29 de abril de 2025 al “mundo Boca” que el técnico no continuaría al frente del primer equipo después de haber perdido el superclásico ante River, a una fecha del final de la fase regular del Apertura y eliminado prematuramente de la Copa Libertadores: “Hemos tomado la decisión de que hasta acá llegó Fernando Gago. Ya no es más nuestro entrenador. Estamos aquí para tomar decisiones”, lo sepultó Chicho.
La derrota en la fase 2 de la Copa Libertadores, ante el Alianza Lima de Pipo Gorosito en La Bombonera, había sido un golpe casi de nocaut. Eran las últimas horas del mes de febrero y Boca ya había estropeado el mayor objetivo de su año. Pero la dirigencia presidida por Juan Román Riquelme decidió respaldar al entrenador que había ido a buscar a México: era otro de los milagros de Gago en una carrera construida sobre la base de su supuesto fútbol ofensivo y la buena prensa alrededor de su figura.
Aquella noche marcó a fuego su destino. Era una inevitable cuestión de tiempo: al primer traspié, los fantasmas del papelón continental reaparecerían para cargarse una etapa herida. La racha de victorias que lo posicionaron como líder de su zona en el ámbito doméstico maquillaron una decepción que jamás cicatrizó. El proyecto Gago, apuntalado por millones de dólares invertidos en el mejor mercado de pases de la era Riquelme, se había transformado en una cuenta regresiva constante que, más temprano que tarde, iba a detonar.
Gago pertenece al grupo de entrenadores que parecen autoboicotearse. El ego los lleva a creer que son más importantes que los jugadores, que el club, e incluso que la propia pelota. Con poca autocrítica, responden cuestionamientos con frases vacías pero sembradas de soberbia, análisis plagados de pedantería. En el club que hizo un culto del Sportivo Ganar Siempre que inmortalizó Juan Carlos Lorenzo, Pintita se sentó en la conferencia de prensa post eliminación copera y disparó, desde su peldaño por encima del resto de la humanidad, una frase que demostró que nunca le entró una bala: "Tengo en claro que generalmente en el fútbol se pierde"
Fueron 197 días en los que cambió jugadores, modificó sistemas tácticos e incluso reemplazó arqueros en una tanda de penales de la Libertadores. El contraste entre su arrollador funcionamiento en casa y la apatía como visitante volvió a ser evidente. Su última función fue en el Superclásico, donde salió a defenderse con una línea de cinco excesivamente plantada en campo propio ante una de las versiones más deslucidas de River desde que Marcelo Gallardo es su entrenador.
Fue un último capítulo del síndrome de la reinvención de la rueda: arreglar lo que no necesita ser arreglado. Gago decidió modificar aquel dispositivo que, durante los últimos dos meses, más rédito le había dado: la continuidad de nombres y de un mismo esquema. En un fútbol argentino que ofrece pocos desafíos de real exigencia a los equipos más poderosos del país, el Superclásico era un arma de doble filo: era la oportunidad de ratificar todo lo bueno que había construido desde la eliminación ante Alianza Lima pero también corría el riesgo de tambalear ante su primer examen real.
Con la motivación del Superclásico pero sin el riesgo de una consecuencia mayúscula ante la derrota, con la clasificación garantizada para la próxima fase y sin riesgo de perder la cima de su grupo, Pintita decidió volver a exponer sus credenciales como un DT moderno y reestructuró su once titular. Es cierto: las bajas de Edinson Cavani y Milton Giménez lo condicionaron pero Gago eligió destruir todas sus certezas para plantar un esquema improvisado.
La guillotina que cayó a las 17:25 del domingo empezó a afilarse a las 14, cuando Boca anunció su formación. El parado táctico delataba un respeto excesivo y un miedo innecesario. Porque este River aún no ha conseguido replicar el nivel arrollador que supo desplegar en otras épocas del Muñeco. Y aún así, Gago optó por cinco defensores para contener una zona ofensiva en la que River sólo tenía a Driussi, e intentó con Delgado, Belmonte y Zenón frenar a Colidio, Mastantuono, Galoppo, Castaño, Enzo Pérez, Montiel y Acuña. Amontonó gente atrás y liberó el sector donde el Millonario genera juego. Así fue como Boca nunca tuvo la pelota, siempre corrió desde atrás con las infracciones como único método para interrumpir la superioridad, un método que cargó de tarjetas amarillas al once azul y oro.
Gago apostó a un milagro. Y casi lo consigue gracias a la equivocación de Pezzella y la eficacia de Miguel Merentiel. Pero sus temores fueron tan grandes como su soberbia. Ante la nueva desventaja, decidió no cambiar el esquema, salió al segundo tiempo sin cambios y ni siquiera abandonó su quinteto defensivo con el ingreso de Lautaro Di Lollo en sus primeros dos cambios a los 67 minutos. Recién a los noventa, cuando quedaban apenas cinco de adición, modificó su postura con el ingresó de Brian Aguirre.
Boca despidió a Gago, pero la sensación es que Gago se echó solo desde el mismo momento en que imaginó un partido que nunca sucedió y para un trámite en el que no tuvo respuestas para encauzar el naufragio. Su desvinculación no es por la derrota ante River: es por cómo perdió. Rotulado como un técnico ofensivo, una faceta que nunca mostró durante su paso en Boca, era la tarde ideal para un golpe por golpe.
Consumado el error, ni siquiera tuvo rebeldía. Fueron noventa minutos de apatía, con un equipo que es un espejo de lo que fue su técnico: sentado en el banco, sin respuestas, no fue la primera vez en la que se mostró superado por el contexto y el escenario. Las respuestas tampoco llegaron en una conferencia de prensa que rozó la falta de respeto. Sin explicaciones ni autocrítica, Gago se fue por la puerta de atrás, la misma que había usado para escaparse de México.
Todos responsables
El despido de Gago era inevitable pero los problemas de Boca no terminan en la figura del entrenador. No es un chivo expiatorio, porque muchas de las falencias del Xeneize son consecuencia de su gestión táctica, pero no deja de ser cierto que el técnico siempre es el fusible más fácil. Gago no había demostrado en su carrera como entrenador las virtudes necesarias para conducir a un club de la magnitud del Xeneize y su designación fue un error pero no el único: sostenerlo más allá del fracaso ante Alianza Lima fue profundizarlo y despedirlo a una fecha del final de la fase inicial del Apertura, después de un Superclásico y tras haber desperdiciado dos meses en una era ya moribunda, es el tercer acto de una película tan tétrica como ridícula.
Gago, el sexto técnico del Consejo del Fútbol y el tercero en marcharse del club sin levantar un título, ya no está. Pero los últimos ciclos son un termómetro de los pecados futbolísticos del Xeneize. Porque cuando la historia se repite una y otra vez, la responsabilidad no puede ser siempre del técnico que se va. Boca se acerca al punto de no retorno, cada vez con menor red de contención: es imprescindible un cimbronazo puertas adentro para cambiar la historia. Y si hay alguien capaz de hacerlo, con la espalda suficiente por haber sido el mejor jugador de la historia y el mayor ídolo de la institución, es Riquelme.
Porque la historia se repite, de fracaso en fracaso. En febrero, horas después de la eliminación en la Libertadores, buceamos por las razones de la frustración: dos meses después, podríamos haber calcado la nota con apenas algunos ajustes en los intérpretes. La derrota ante River y la abrupta partida de Gago exponen por enésima oportunidad los errores en la conducción de la dirigencia, las carencias estructurales del plantel, la falta absoluta de un código de conducta y la apatía de un grupo de jugadores al que todo le da igual.
Riquelme y su Consejo decidieron ratificar a Gago pese a Alianza Lima: esa determinación emanó confianza en el proceso pero, dos meses después y con el equipo como líder, interrumpió su vínculo en el momento menos indicado. Ahora tendrá que resolver su futuro con Mariano Herrón como interino o con un técnico contratado de apuro y sin tiempo para darle su identidad al Xeneize, con la fase eliminatoria del Apertura y el Mundial de Clubes en el horizonte. Mientras tanto, el plantel todavía arrastra el lastre nocivo que atenta contra el propio club e incluso contagia a los recién llegados.
Boca volvió a evidenciar su ausencia total de referentes. El técnico puede ser fácilmente despedido y los dirigentes algún día tendrán que enterrar su soberbia después de tantos cachetazos pero su nómina representa un problema sin rápida solución: en un repaso furioso, los nombres propios que deberían continuar en el plantel más allá de este semestre se cuentan con una mano. Y Riquelme aún no ha logrado instalar puertas adentro lo que significa vestir la camiseta azul y oro: tal vez sea consecuencia de estos nuevos tiempos, más efímeros, donde ya nada importa y la sociedad hace un culto del individualismo.
El superclásico frente a River también expuso esa carencia. Marcos Rojo, el capitán del equipo, llegó al Monumental usando una gorra con una B roja en referencia al descenso de River, se fue al vestuario besándose el escudo de Boca tras caer por 2-1 y en su atención a la prensa en zona mixta declaró que no estaban en deuda con los hinchas. Su accionar es la síntesis del pésimo entendimiento que demuestra el plantel: siempre emparentado con la hombría y la valentía para superar escenarios desfavorables, sus jugadores tergiversaron la testosterona para convertirla en bravuconería y estupidez.
Carlos Palacios, quien está dando sus primeros pasos en Boca, efectuó gestos en la previa: durante los noventa minutos pasó desapercibido y horas después de la derrota se marchó a Chile. Palacios había sido sancionado por Gago tras regresar tarde del descanso por la fecha FIFA, una determinación que no le había caído en gracia al Consejo. Agustín Marchesín, ausente de los penales ante Alianza Lima en una polémica decisión de responsabilidades compartidas con el cuerpo técnico, le hizo gestos a la hinchada Millonaria y terminó peleándose con Borja en pleno festejo de un gol riverplatense.
Mientras tanto, Edinson Cavani observó el Superclásico por televisión en otra ausencia de peso: al momento de publicar esta nota, no hay un parte médico ni una comunicación oficial que confirme el desgarro que deslizaron los medios. Ander Herrera cumplió su sueño futbolístico pero atraviesa una pesadilla: su físico le impide encadenar más de un puñado de partidos. Sergio Romero, quien perdió terreno desde que le pegó a un socio de Boca, celebró en las redes su Audi cromado.
Sin referentes, sin una columna vertebral que interprete y transmita realmente la identidad del club Xeneize, no hay futuro. Los mensajes en las redes sociales, los pedidos de disculpas, los gestos a los rivales, las confrontaciones innecesarias y las chicanas son un exceso de un plantel que habla mucho fuera de las canchas y poco, muy poco, adentro.
Un excelente panorama de lo que es Boca adentro y afuera de la cancha. Te hablan del mundo Boca Pero parece que no salió de la pandemia.